Sobre el Negrofest

Desde hace algunos años, por esta fecha, se celebra en Medellín el Negrofest. Un festival organizado por Comfama y patrocinado por distintas entidades, en el marco del día y mes de la afrocolombianidad.

El 21 de mayo de 1851 se firmó la ley con la que se abolió la esclavitud en Colombia. Esta entró en vigencia el año siguiente y, desde el 2001 se instituyó esta fecha para evocar este hecho histórico de la nación.

Esta conmemoración se ha popularizado recientemente, entre otras cosas por el decenio afro, declarado por la ONU entre 2015 y 2024 y, porque con el impulso de las reivindicaciones desde el multiculturalismo, han cobrado vigencia las apuestas por “lo étnico”.

Lo primero que vale la pena recordar es que el fin de la esclavitud se dio en un contexto en el que ya no era rentable a la economía y, para ese momento, ya la mayoría de personas esclavizadas habían comprado su libertad o habían huido y vivían en palenques y rochelas.

Jurídicamente, a treinta años de la Ley 70 de 1993, la reglamentación ha sido parcial y no ha habido reconocimientos para ajustar, en términos de derechos, la igualdad negada y la fraternidad esperada. En cambio, el racismo se mantiene, entendido como un problema de Norteamérica o del que “es mejor no hablar para evitar susceptibilidades”.

Por otro lado, como recientemente nos recordaba la Biblioteca Nacional, el 20 de junio de 1943 se celebró el Día del Negro y días después se publicó el “Manifiesto Negro” que sintetiza las que eran las luchas del pueblo negro para esa época, desde quienes las abanderaban: Natanael Díaz, Delia y Manuel Zapata Olivella.

Ahora bien, volviendo al evento y al contexto de Medellín, es preciso señalar que la convocatoria y reunión alrededor de lo negro tiene tanto de progre como de detalles sobre los que conviene cuestionarse.

En una ciudad en la que con naturalidad y desparpajo se les pregunta a las personas negras su lugar de procedencia, asumiendo que no son de aquí; se les toca el pelo (a veces mientras se les admira), invadiendo su espacio y exotizando sus rasgos.

También aquí, algunos establecimientos se siguen reservando el derecho de admisión y en varias organizaciones se reniega la necesidad de cumplir “cuotas de inclusión” para la programación de espacios y conformación de equipos de trabajo.

Entonces, teniendo en cuenta la deuda histórica y el racismo que opera en la cotidianidad y se alimenta del que también atraviesa al país y al mundo entero, un evento como estos sirve para la visibilidad de lo negro y como plataforma para la presentación de artistas y la comercialización de distintos productos gastronómicos, artesanales y de moda.

Además, la organización, disposición de espacios, tiempos y recursos es, al mejor estilo de Comfama: impecable, llamativo, ágil. Se nota el esfuerzo por la participación de organizaciones de diverso tipo, provenientes de distintos lugares y que su participación en este espacio está, al menos intencionalmente, pensado desde la apuesta por la formalidad y la comercialización desde la conciencia o idea de la dignidad.

Ahora, las reivindicaciones desde el mercado resultan peligrosas en la medida que terminan por esencializar la identidad (restringiéndola a unos rasgos particulares), acentuando el racismo con el tono de lo étnico, asignándole el lugar de la cultura a las personas racializadas, reduciendo su representación al baile, la música, la gastronomía, la fabricación de artesanías, en el imaginario de personas del común, que se refuerza con comentarios de funcionarios públicos, periodistas y generadores de contenido.

En los discursos de quienes participan del espacio también se reproducen lógicas apologéticas de la resistencia, de la fuerza de la sangre, de una herencia que ahora se asume colectiva y se valora desde el disfrute de ritmos, la reproducción de estéticas corporales y la inconciencia o desconocimiento de la historia. En otros, se filtra el llamado a reivindicaciones más comprometidas con la búsqueda de esas partes de la historia que han sido blanqueadas impunemente.

El multiculturalismo, como la idea del mestizaje, contribuyen al mantenimiento del racismo en las estructuras mentales y sociales, difuminándolo, hasta hacerlo ver como sutilezas (que no lo son para quienes lo padecen en la cotidianidad), haciéndolo difuso en el panorama, al punto que no se identifica como un problema.

La identidad entendida desde una esencia: pasada por la sangre y la fortaleza, la ancestralidad y prácticas culturales particulares, es un discurso peligroso y problemático para las comunidades y generaciones que no se adscriban, que no cumplan con las expectativas que la sociedad ha generado y reforzado sobre sus cuerpos, sus sueños, sus posibilidades, nichos de empleabilidad y lugar a ocupar en el mundo.

Cuestionarnos sobre el racismo y la forma en que opera en las estructuras socio-económicas y en lo simbólico en la cotidianidad es urgente, para comprender las relaciones entre lo que está pasando ahora en el fútbol europeo, los testimonios y reflexiones del capítulo étnico del informe de la Comisión de la Verdad y las condiciones en que vive la población racializada en Medellín y en Antioquia, por citar algunos ejemplos.

El enaltecimiento de lo cultural debe ser un pretexto para preguntarnos por las formas de la representación y las afectaciones del racismo en el día a día de quienes siguen siendo asumidos en unos lugares, nombrados como minorías, resumidos en una historia, celebrados en unas fechas, incluidos en el punto cultural del acto.

La historia de la diáspora va más allá de la esclavización. Los aportes y luchas de tantas personas racializadas deberían ayudar a desestabilizar las certezas sobre esta manera de producir y habitar el mundo, de relacionarnos entre nosotros y con el medio que nos rodea.

La tarea recae sobre todos y es de todos los días: en la revisión constante de prejuicios e imaginarios y las formas en que operan en las relaciones más próximas (familia, equipos de trabajo, amigos), la lectura crítica de dichos, chistes y contenido de otro tipo que compartimos y reproducimos en las redes sociales e interacciones cotidianas, la reivindicación de la historia reconociendo en ella los vacíos que han quedado, el rechazo con vehemencia de todo tipo de discriminación y violencia racista, son algunas posibilidades.

 

Tata Jaramillo

Ecóloga y politóloga, con maestría en estudios afrocolombianos y experiencia de trabajo con jóvenes y adultos de comunidades negras y étnico-campesinas sobre la gestión comunitaria de recursos naturales, restauración ecológica y conservación de la biodivesidad. Profesora y miembro del GIF en el Politécnico colombiano Jaime Isaza Cadavid.

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