Sobre el lenguaje (II): El lenguaje como fenómeno interno

Alejandro Villamor Iglesias

Según la concepción internista del lenguaje, este consiste en una capacidad que superviene a los estados internos de la mente/cerebro. Así, este fenómeno debe ser estudiado fundamentalmente por ciencias cognitivas como la neurociencia, la lingüística o la psicología. Esta concepción fue paradigmáticamente defendida por Noam Chomsky durante la segunda mitad del siglo XX. Para el estadounidense, el lenguaje debe ser estudiado como un fenómeno estrictamente interno, en oposición a una caracterización de tipo externo. Los seres humanos venimos al mundo equipados con una suerte de sistema innato que nos predispone para el manejo de las diversas lenguas. El lenguaje, en definitiva, es una característica presente por su propia configuración cerebral, su “software”, en todos los individuos humanos. En tanto tal, este podría ser estudiado por una gramática universal que procuraría desentrañar su estructura.

Esta concepción del lenguaje como fenómeno interno ha sido criticada por teorías de tipo conexionista como las de Seidenberg o Elman. Frente a la excesiva importancia que, consideran, Chomsky atribuye a la lingüística, estos ponen el acento en el rol pragmático que el lenguaje posee en relación con la acción del propio individuo. No obstante, la propuesta conexionista dista de ser una posición de tipo externalista, ya que estos también estarían de acuerdo en tomar los cambios lingüísticos como cambios producidos en el cerebro. La principal diferencia estriba, pues, en que mientras para Chomsky el quid reside en la competencia pre-programada de los hablantes, para los otros esta se sitúa en la actuación (“performance”) de los individuos.

En contra del internismo de tipo chomskiano hallamos al externismo. Para los externalistas del lenguaje, esta competencia no se puede considerar un sistema de representación mental interno. Por una parte, para el llamado “externalismo abstraccionista”, defendido por Katz, más que un sistema psicológico, el lenguaje se parece a estructuras más abstractas, como la de la lógica. El hecho de que la lógica se caracterice por eliminar la vaguedad y ambigüedad propias del lenguaje natural la desacredita como modelo para el estudio de este último: “So, using formal logic as a model forn natural language is not helpful”. Vinculado con esto, como afirma Bezuidenhout en su “Language as Internal”, se halla un segundo problema, señalado por Croft. Este afirma que si tomáramos al lenguaje como un sistema abstracto, tendríamos que mantener que estos son particulares abstractos. Lo cual haría a toda luz imposible su estudio por parte de la ciencia, que trabaja con “tipos” o “instancias de tipos”.

Tras el “externalismo abstraccionista” se presenta otro tipo de externismo, aquel que identifica al lenguaje con los productos que surgen de los propios actos lingüísticos (las expresiones lingüísticas). A semejanza del anterior tipo de externalismo señalado, esta concepción haría inviable el estudio científico del lenguaje tal y como lo pretenden abordar los defensores del internalismo.

Allende estas propuestas, encontramos la concepción del “sentido común” defendida por filósofos como Michael Dummett. Según esta, el lenguaje es una práctica social que se rige no por unas normas internas al propio sujeto, sino por normas externas, sociales, que serían las convenciones. Por este motivo, las lenguas resultantes de la capacidad lingüística no son propiedades aisladas de ningún individuo o hablante particular, sino que tienen una suerte de independencia ontológica de los mismos. Con respecto a esto, Bezuidenhout no niega que Chomsky haya atribuido un papel al contexto social o cultural para el estudio del lenguaje. Pero sucede, más bien, que el punto verdaderamente determinante para su estudio reside en las ya nombradas ciencias cognitivas. Para el investigador del MIT, el lenguaje no se puede interpretar como un fenómeno puramente externo en la medida en que sus reglas no se pueden cambiar al modo de cualquier otra convención social. Además, le achaca Chomsky a los defensores de esa visión de “sentido común” del lenguaje, como Kenny o Dummett, que este no es una mera capacidad o un “saber-cómo”; como aprender a montar en bicicleta, por ejemplo.

De acuerdo con otro tipo de externalismo del lenguaje, el semántico, las propiedades semánticas del lenguaje no se pueden abordar con independencia del contexto socio-cultural de los sujetos. En base al experimento mental de la Tierra Gemela de Putnam, sostienen autores como Fodor y Drestke que las propiedades referenciales de las expresiones lingüísticas no se pueden considerar en exclusiva como fenómenos internos, sino que hay que tener presente las relaciones del lenguaje con el mundo externo. La respuesta de Chomsky viene de la mano del rechazo del estudio filosófico de la semántica. Este no se puede abordar, apunta, desde un punto de vista científico. El norteamericano también mantuvo una actitud crítica con respecto a otro tipo de externalismo semántico mantenido por el mismo Hilary Putnam o Tyler Burge. Según estos, las propiedades semánticas de las palabras dependen de las circunstancias sociales de los hablantes. Algo que nuevamente Chomsky rechazó categóricamente al considerar que estas propiedades se determinan internamente. Aunque no niegue la relevancia que esas circunstancias puedan llegar a tener para otros campos de estudio, como la sociolingüística.

Para finalizar, ¿qué relación existe entre el internalismo de Chomsky y el individualismo? Como se puede derivar vista la caracterización del primero, Chomsky acepta la segunda posición al consistir en el estudio del individuo particular como objeto de estudio científico. Este autor no niega que el entorno social tenga un impacto en el lenguaje. Lo que se trata de aclarar, es que este es irrelevante para el estudio científico, neurofisiológico, del lenguaje. Tan sólo podrá ser de interés, y Chomsky no niega su importancia, para campos de estudio semejantes, como el de la nombrada sociolingüística.


 

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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