Sobre el lenguaje (I): Grice y las implicaturas

Alejandro Villamor Iglesias

En los inicios de su artículo “Lógica y conversación, el filósofo británico Paul Grice presenta la tesis que sirve de columna vertebral del trabajo: no existen diferencias notables entre los significados de los llamados expedientes formales en lógica y los significados de sus contrapartidas en el lenguaje natural (inglés, español, portugués…). Si respecto a este problema se han presentado dos grandes posiciones rivales, denominadas formalista e informalista, el Grice asegura no tener intención de defender ninguna de ambas, sino de mediar entre ellas. Concretamente, de lo que se trata, afirma, es de hacer notar los errores, comunes a las dos, derivados de una escasa atención a las “condiciones que gobiernan la conversación”.

La teoría de las implicaturas de Grice, así pues, hace hincapié en que los matices diferenciales no residen tanto en el significado literal que pueda tener una expresión, en lo que se dice, sino en el contexto en que se produzca la misma respecto del hablante. De esta manera, Grice discierne entre aquello que se dice de lo que se implicatura. En primer lugar, lo que se dice es aquello que la expresión proferida por alguien refiere convencional o literalmente al margen del contexto en el que esta fue emitida o, al menos, esto es lo que se puede inferir cuando se caracteriza como el significado “convencional”. Por su banda, el concepto implicatura designa el sustantivo de aquello que se encuentra implicado en una expresión. Por ejemplo, téngase en cuenta el siguiente diálogo:

Hablante X: “¿Quieres pollo para comer?”

Hablante Y: “Soy vegano”

A pesar de que el hablante Y no responde literalmente a la pregunta de X, debido al conocimiento del significado del término “vegano”, podemos colegir la implicatura de la oración de Y. A saber, “los veganos no comen pollo” y, por lo tanto, “Y no quiere pollo para comer”.

Respecto al concepto de implicatura, Grice distingue dos tipos: la implicatura convencional y la implicatura conversacional. Mientras que en la implicatura convencional lo implicaturado es independiente de la proferencia, la implicatura conversacional, aquella en la que Grice centra toda la atención, está vinculada a unos “rasgos generales del discurso” que el autor abordará ulteriormente. A falta de exponer el significado del Principio de Cooperación y de sus máximas, conviene aclarar una distinción que Grice establece respecto a las implicaturas conversacionales. Estas pueden estar particularizadas cuando, como acabamos de señalar, el significado de la implicatura está claramente determinado por el contexto de emisión. Pero también pueden producirse implicaturas conversacionales generalizadas en el momento en que esta no depende de los rasgos concretos del contexto. Es decir, el propio uso “de una cierta forma verbal” puede dar lugar, independientemente del contexto, a ciertas implicaturas conversacionales. El ejemplo propuesto por Grice es: “X tiene una cita con una mujer esta tarde”. Debido a la propia expresión, lo implicaturado parece ser, con independencia del contexto, que X tendrá una cita con una amante.

Como acabamos de mencionar, Grice postuló que la comunicación está regida por un principio denominado Principio de Cooperación, definido como sigue: “Haga usted su contribución a la conversación tal y como lo exige, en el estadio en que tenga lugar, el propósito o la dirección del intercambio que usted sostenga”. Este se trataría, así, de un principio que se debe presuponer en toda conversación, tanto por parte del hablante como del oyente. Es decir, para Grice el seguimiento de este principio en cualquier conversación es un requisito para considerarla razonable, por lo que resulta algo normativamente demandable tanto al hablante como al oyente la exigencia de regirse por aquel. Este principio tiene cuatro máximas asociadas: la cantidad, calidad, relación y modo. Las cuales consisten respectivamente en proporcionar la cantidad de información necesaria, en que esta sea verdadera, pertinente y que se presente con claridad.

En las páginas que siguen a la caracterización de estas máximas, Grice presenta, empero, casos en los cuales el hablante viola alguna de las mismas, aun cuando este intenta respetar de un modo manifiesto el Principio de Cooperación. Esto es, en los términos de Grice, el hablante puede perfectamente “violar”, “dejar en suspenso”, hacer “desembocar en una situación conflictiva” o “pasar olímpicamente por alto” del uso de una máxima. El motivo que rige estos casos es, como se desprende de su definición, la producción de una implicatura conversacional particularizada, generada por la “explotación de una máxima”.

Realizadas estas consideraciones, Grice presenta una serie de ejemplos de implicaturas conversacionales que se encuentran divididos en tres grupos que se amoldan a los anteriores casos de incumplimiento de alguna máxima. En el primero de ellos, el llamado grupo A, se proporcionan ejemplos de implicaturas en los que no resulta obvio que haya violado ninguna de las máximas, es decir, casos en los que el hablante viola la máxima sin ostentación. En el grupo B se encuentran los ejemplos en los que, si bien se ha transgredido una máxima, ello es debido al conflicto existente con otra de las máximas. Así, por ejemplo, en caso de hallarse en conflicto las máximas de cantidad y calidad, siempre prevalecerá por su importancia la de calidad. En el grupo C, por su parte, se exponen los ejemplos en los que se produce propiamente la “explotación de una máxima”. Dentro de este último grupo, el de mayor interés, se encuentran los casos en los que la máxima que resulta violada es la de calidad, en virtud de la cual los hablantes presuponemos en nuestras conversaciones que decimos y escuchamos algo verdadero. Los ejemplos correspondientes a esta última son cuatro: la ironía, la metáfora, la meiosis y la hipérbole. Respecta a las diferencias, Grice no parece dejar claro en ningún momento algún criterio para diferenciarlas.

Focalizando la atención en la metáfora, podemos apreciar cómo, para nuestro filósofo, esta se caracteriza como una transgresión ostensiva de la máxima de calidad al no poderse interpretar literalmente el significado de la expresión emitida. Esto es, son tipos de expresiones indesligables de una falsedad categorial. Tomemos el ejemplo “Usain Bolt es un rayo”. Asumida la comprensión del hablante de que el auditorio que le escucha posee un conocimiento categorial que le impide identificar a un ser humano, Usain Bolt, con un fenómeno natural, un rayo, estamos ante un caso evidente de una oración que, tomada en su literalidad, es falsa. Ahora bien, por el contexto en que se encuentre, este mismo auditorio podrá entender que el hablante no pretende en ningún caso burlarse de ellos al violar ostensivamente el Principio de Cooperación requerido en toda conversación. ¿Cómo entenderá, entonces, el auditorio esta oración? Es harto probable que se percate de que el hablante está recurriendo a una metáfora, por mor de la falsedad categorial, caso en el cual esta audiencia interpretará la implicatura de la siguiente forma: “los rayos son muy veloces”, luego el hablante está implicaturando que “Usain Bolt es muy veloz”. De esta manera, la teoría de la metáfora griceana no contempla que las oraciones metafóricas digan nada, sino que su significado se halla en las implicaturas. Gracias a esto último, el hablante mantiene indemne ante el receptor el Principio de Cooperación. Una cuestión acerca de la que se podría reflexionar acerca de esta teoría de la metáfora consiste en la existencia de metáforas negativas como “ningún hombre es una isla”. En casos como este sucede que, al contrario que las metáforas convencionales, la oración interpretada en su literalidad no sólo no comete ninguna falsedad categorial, sino que parece mantener la máxima de calidad afirmando algo verdadero, que es que no hay ningún ente al que se le pueda predicar simultáneamente las propiedades de ser hombre y ser isla. A este respecto, podemos aventurar que, para Grice, esta clase de expresiones no podrían ser consideradas como metáforas puesto que, fundamentalmente, no constituye un caso en el que se viole o transgreda la máxima de calidad.


Otras columnas del autor: https://alponiente.com/author/alejandrovillamoriglesias/

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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