En esta ocasión no escribiré como la politóloga que soy, sino más bien desde el punto de vista de la política derrotada por primera vez en las urnas, en su primer intento político; aclaro que no me he quemado, dado que no daba mi triunfo como concejal como algo seguro. Está claro que en política somos más los perdedores que los ganadores, pero como dicen “una persona es una tragedia, muchas personas son una estadística” y en la política local somos 257 los perdedores y los ganadores, salvo algunas interesantes excepciones, son los mismos de siempre.
Trabajé en mi aspiración más de un año, sabiendo que era un ejercicio complejo pero necesario, si de empezar a renovar la política y a “los de siempre” se trataba; una apuesta por firmas y por hacer una candidatura transparente y libre de prácticas clientelistas, una candidatura enfocada a romper todos los paradigmas que cargamos las mujeres con discapacidad sobre nuestros hombros. Durante el proceso gané amigos importantes, comprobé la lealtad de otros, me di cuenta del compromiso que realmente tienen los que aún dicen serlo y también me di cuenta de que muchos de los que son expertos en ponerme en un pedestal cada día, no movieron un dedo para ayudarme a obtener un puesto en la corporación; pero a todos nos pasa, porque la política es un ejercicio capaz de sacar lo mejor y lo peor de cada persona que se involucra de algún modo. Toqué fondo en el mar de las relaciones personales, aprendí a confiar con prudencia y aprendí a desconfiar aún más de los aduladores.
Rodé por esa esquiva curúl en el Concejo de Medellín en mi silla de ruedas, conocí muchos lugares de la ciudad, sorteé muchos obstáculos del espacio público y conversé con muchas personas cuyos comportamientos oscilaban entre la admiración, la sorpresa, la convicción, la confianza, el desánimo, la apatía, la duda, la rabia política y también el típico “deme 60 lucas y voto por usted, aquí ya han venido a dar plata, no sea tacaña”.
Luego de obtener 712 votos en los comicios y pasar las primeras etapas de la consabida tusa electoral, o si prefieren algo más técnico, el Síndrome de Estrés Postraumático Electoral, sí existe; he pensado en lo difícil que es abrirse paso entre maquinarias políticas, entre concejales que quieren repetir las veces que sean necesarias para seguir llenando su propia ambición, entre concejales que ponen a sus equipos de trabajo pagados con los impuestos ciudadanos a hacer campaña, entre esos que pueden poner vallas de 15 millones mensuales y pagar pauta en televisión, entre los que compran votos en los sectores donde hay más necesidades básicas, entre los que tienen los recursos para inundar de propaganda la ciudad y pagar un equipo de personas permanente sin siquiera ellos salir a la calle, que no falten tampoco los que mienten a la gente con propuestas irrealizables y que se salen de las facultades del cargo al que aspiran; “los de siempre” siempre visibles, nunca invisibles. Esto no es personal, pero resalta la importancia de hacer política bien hecha y con verdadera pasión por lo público, llámenme como quieran.
No hablo por mí, hablo por todos los que nos quedamos por fuera teniendo ideas ganadoras para la ciudad; por la representación de esas poblaciones que nuevamente nos quedamos sin voz ni voto en el Concejo, como es el caso de la población con discapacidad (mucha división y poco liderazgo), que me atrevo a decir que no tiene ningún doliente más allá de la casi obligada foto incluyente de campaña de muchos, un doliente que de verdad sea capaz de meter las manos al fuego por los alrededor de cien mil ciudadanos que tenemos discapacidad en Medellín y ojalá me equivoque.
Es difícil pero necesario, abrirse paso espada en mano (no me gustan los machetes ni las motosierras) con ideas claras y la transparencia encima, en medio de procesos electorales inequitativos y desproporcionados para los candidatos que nos atrevimos; aprovecho para felicitar a los nuevos concejales que lo lograron en nombre de la renovación política. Hay que consolidar ese voto de opinión también en las otras corporaciones como el Concejo y la Asamblea, cuya importancia no la encuentra el ciudadano de a pie y termina votando por el mejor postor o al que la suerte beneficie después de un azaroso “tin marín”.
Amo la política y confío en su ejercicio porque la del problema no es “la política”, como afirman muchos, sino quienes la hacen sin vocación y sin que les corra el servicio a los demás por las venas; los que hacen política con ánimo de lucro, pero pretenden llegar con propuestas populistas o hacen debates tremendamente aburridos y una presencia en el recinto basada en la pantalla del celular, una ciudadanía que sigue votando (o vendiendo sus votos) por ellos sin la conciencia de lo importante. Seguiré rodando, aprendiendo y conociendo la ciudad e iré brillando la espada e inflando las ruedas para el 2023. Mientras tanto, protejamos los tiburones de los depredadores humanos.