Serpa, Horacio Serpa

Más de diez días han pasado desde la muerte de Horacio Serpa Uribe. Nacido el 3 de enero de 1943 en Bucaramanga, formado como abogado en la Universidad del Atlántico en Barranquilla, ciudadano ilustre de Barrancabermeja, fue Presidente de la Asamblea Constituyente encargada de la Constitución de 1991, negociador de paz, congresista, ministro, gobernador, diplomático y candidato a la presidencia de la República. También columnista y profesor universitario hecho a sí mismo porque no tenía abolengo, durante más de treinta fue protagonista de la política nacional y será siempre un líder histórico del Partido Liberal colombiano.

Todo el país político se ha pronunciado sobre la partida de un hombre que quiso ser Jefe de Estado cuando Colombia se debatía entre el apaciguamiento o la autoridad frente a las amenazas guerrillera y paramilitar para finalmente decidirse por la seguridad democrática. Se han dicho muchas cosas de Serpa. Amigos suyos han comentado que fue sencillo y humilde, trabajador infatigable, el último liberal auténtico, un hombre del pueblo a quien el país le quedó debiendo la presidencia. Así que, para no repetir, me quedo con lo que le escuché las dos únicas veces que lo vi en Medellín.

La primera, hace muchos años, mi papá nos llevó a mi hermano y a mí a escucharlo a la sede de la Asamblea Departamental. Mi papá, un liberal de izquierda educado en las Universidades de Antioquia y Autónoma Latinoamericana, militante y disciplinado, se quitó a la entrada del recinto el sombrero aguadeño con cinta roja que llevaba esa mañana soleada. La ocasión lo exigía: Serpa recordaría la vida de William Jaramillo, el también líder liberal y dirigente empresarial antioqueño fallecido a comienzos de 2001. Recuerdo dos cosas de las palabras de Serpa ese día en La Alpujarra. Orgulloso santandereano, dijo sentirse antioqueño porque habiendo vivido en Barrancabermeja, sabía que apenas tenía que pasar el Río Magdalena para llegar a Yondó en Antioquia. Y evocó que con William Jaramillo aprendió que para ejercer la política se necesita sensibilidad social. Y es cierto. Para dedicarse a la política hay que superar la preocupación por el bienestar individual y privado para llegar a un terreno en el que nos inquieta toda la sociedad, en la que nos importa el otro sin que importe si es santandereano o antioqueño.

La segunda ocasión fue a finales de 2005 o comienzos de 2006 –la memoria me hace dudar sobre el momento pero no borra el suceso. Al Foro Federico Estrada Vélez de la Facultad de Derecho de la Universidad de Medellín, el hombre que dijo “¡mamola!” fue a un acto de su campaña a la Presidencia de la República acompañado por Iván Marulanda, su fórmula a la Vicepresidencia. Informado de que su evento era minúsculo en comparación con la visita del entonces Presidente y candidato a reelección Álvaro Uribe, masivamente atendida en el coliseo de la Universidad el día anterior, Serpa replicaba con picardía: “entiendo que el Presidente vino ayer con Natalia París, yo vengo hoy con mi programa”.

También es cierto lo que subyace a la mordaz frase. La dialéctica política es y debe ser de programas: la discusión sobre ideas y planes para la sociedad, no el combate en el que se demoniza al que piensa distinto. Reconocerlo podría evitar o reducir discursos de odio y reduccionismos de extremistas -como los de políticamente correctos que se disfrazan de liberales progres para declarar días sin carne en una ciudad de casi 10 millones de habitantes-, que incendian las conversaciones y se propagan sin reflexión a través de redes sociales insultando la inteligencia.

En la disputa por la Casa de Nariño, Uribe convenció a Colombia no por Natalia París sino porque le presentó un programa de Gobierno para alcanzar los objetivos que los colombianos querían. Horacio Serpa fue más que un rival electoral, fue uno de sus más importantes contradictores acerca de cuestiones esenciales para la nación. Sin embargo, en esa disputa nunca hubo malquerencias y ruindad, solo debate profundo y desencuentros abiertos y vehementes pero respetuosos en materias que solo el pueblo podía sortear, el pueblo invocado por Serpa que escogió a Uribe para ejercer el poder.

Sí, fue el mismo día en que terminó la existencia de Sean Connery, el inolvidable y popular agente 007, el tristemente asesinado Jim Malone en Los Intocables, el papá de Indiana Jones. El mismo día en que murió este enorme (1,89 m.) actor británico nacido en Escocia, católico e irlandés de origen que inmortalizó la frase “My name is Bond, James Bond”, el 31 de octubre de 2020, partió para quedarse siempre en la historia de Colombia un hombre que se llamaba Serpa, Horacio Serpa.

Miguel Ángel González Ocampo

Abogado del Servicio Exterior de Colombia - diplomático de carrera.

Mis opiniones no comprometen a entidades públicas o privadas.

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