-Capítulo 1-
* * *
De los hoteles del antiguo barrio Guayaquil en Medellín, Sáule es el edificio más viejo y más pequeño de todos; y aun sobrevive, pero siempre en peligro, como si pudiera ser aplastado en cualquier momento por un centro comercial.
Eduardo Martínez había heredado de su padre su afición por el tango y por el fútbol, pero también heredó el hotel que, con mucho esfuerzo y dedicación, se había fundado en la época de los aires de tango de Manuel Mejía Vallejo. Eduardo, con muchas dificultades, logró sostener el hotel que nunca volvería a conocer la prosperidad que tuvo durante la época del fascinante Guayaquil. Una época perdida de la que solo quedaban dos viejas fotografías que decoraban la sala del hotel, una de Carlos Gardel y otra de José Sáule, el primero, muy conocido y el segundo no tanto, un entrenador deportivo del extranjero que llegó al Atlético Nacional en los años cincuenta, por quien el padre de Eduardo sentía gran admiración, tanta que usó finalmente su apellido para nombrar su amado hotel.
Sáule solo estuvo cerrado en la década de los noventa, por la violencia y por la mendicidad que azotó a Medellín, que hicieron que ningún cliente decente quisiera volver a pasar por allí. Y Eduardo prefirió cerrar el hotel a las otras dos alternativas, que eran -según él- degradarlo en un prostíbulo o en un albergue de mendigos. Cuando pasó la tormenta de los noventa Eduardo se consiguió una plata y reabrió las puertas de Sáule, esta vez no como un hospedaje de aventureros y bohemios, sino de trabajadores del sector, que ocasionalmente pasaban una noche allí, y eran muy pocos además. Y a pesar de lo duro financieramente, Eduardo se negó radicalmente a convertir a Sáule en un motel; Y además se negaba a venderlo a los nuevos negociantes de Medellín que querían convertir a toda la ciudad en un centro comercial. Sáule no daba ganancias, sólo perdidas, pero Eduardo era testarudo. Incluso soñaba con hacer de Sáule, una especie de hotel-museo-histórico. “Así mismito como el bar Málaga, ¿por qué no?”… hasta que llegué yo, con una salvación que no era salvación, sino el final de uno de los últimos hoteles del viejo Guayaquil.
* * *
Todo comenzó, cuando decidí dejar mis escrúpulos de dignidad y fui a buscar a mi hermano Marcos para que éste me financie mi vida de escritor por tres años.
-Si me financias mi vida como investigador, lograré por fin escribir el libro que justifique mi existencia.
– Habla claro, ¿qué es lo que quieres?
– Quiero que me financies una investigación por el tiempo de tres años.
– O sea, que te mantenga como un holgazán por ese tiempo, mientras juegas a ser escritor.
– En esta ocasión va en serio. Luego escribiré un libro y te pagaré con los ejemplares que venda.
– Vos me creés pendejo. Ese libro será como la edición de tu primer libraco, que hubo que regalar todos los ejemplares, ahí tengo el mío.
-Ahora es distinto, Marcos, ya no soy un principiante. Yo creo que ahora ya sé escribir.
-¡Ah! ¿Es que antes no sabías escribir y apenas aprendiste?
-No, hombre, no es así exactamente; me refiero a que por fin encontré mi estilo, mi problema esencial, solo me falta el tiempo y la tranquilidad para escribir. Yo no quiero volver a ser profesor, eso es una esclavitud. Uno termina cada jornada en un agotamiento infernal, que al final del día ya no quiere uno ni leer ni escribir.
– Juan, Juan. Cuántas veces te dije que tu deseo de escribir era una irresponsabilidad, desde hace mucho tiempo te propuse que trabajaras conmigo, pero lo único que querías era vivir en las nubes.
– Me dediqué a ser profesor, no quería ser un mafioso.
-Ah y ya vas a empezar a señalarme, de esa forma creés que vas a obtener algo de mí. Además sabés bien que hace mucho tiempo dejé eso negocios, ahora me dedico a la venta de bienes raíces.
– Tú y yo sabemos, Marcos, que si tienes capital ahora para vender edificios, casas, fincas, carros, es porque al principio trabajaste haciendo cosas mal hechas. Los dos venimos de la misma pobreza. Pero hoy no vengo a reprocharte eso.
– Siempre el tema del dinero, Juan. Criticaste mi ambición por el dinero. Preferías vivir de sueños de izquierdosos. Ahora, mirate, tanta habladera, para que termines acá, pidiéndome plata.
-Yo sé. Pero ahora quiero ser pragmático. Necesito estabilidad económica para escribir. Tardé en comprenderlo, pero lo comprendí. Y vos tenés la plata y sos mi hermano.
-¿Qué te hace pensar que voy a malgastar mi plata en vos?
– Que tenés mucha. Invertir en mi libro durante tres años acaso si sería rasguñar la caja menor de uno de tus negocios. En verdad lo necesito, Marcos, no hablemos de ideología ni de nada. Ya para qué perder el tiempo en eso. Vos me podés ayudar y yo lo necesito. Creo que gastás más plata en un año con una mujer, que en lo que invertirías en mí en tres años en mi libro.
– Ay Juan, a la larga saliste más vivo que yo. Querés tener plata sin tener que trabajarla, ese lujo se lo dan muy pocos.
– Sí, los ricos como vos.
– Holgazán de mierda. Andá el lunes a la oficina del centro y le decís a Susana que te de tu primer cheque, como para seis meses, luego venís y me engatusás más con tus cuentos. Mejor te hubieras quedado en tu verraco país socialista que a la larga no te dio nada, mirate acá de nuevo, pidiéndole plata a un capitalista.
* * *
Porque me ven viejo y borracho creen que yo no pienso y están muy equivocados. La señorita de la asistencia social me dice que yo soy una víctima y tengo derecho a ser “reparado”. ¡Qué va! ¡Qué derechos ni que nada! El único derecho que tiene un hombre es el de ponerse a trabajar, si no está jodido. Ahora resulta que yo tengo derechos y que soy “víctima” y “desplazado”, yo lo que fui fue un güevón por no haberme ido con mis primos para la guerrilla cuando los godos nos quitaron las tierras; que tenía que dejar mi tierra porque mi papá era liberal, yo era un muchachito de pantalones cortos, pero me acuerdo muy bien, que lo que eran esos godos eran unos matones y unos ladrones no más, esos mismitos que mataron a Gaitán. Medio siglo después llegan los paramilitares a quitarme mi casita y mi negocio que porque soy de izquierda, que porque los de la guerrilla eran mis amigos. ¡Qué va! Lo que querían estos también eran nuestras tierras. Los mismos sinvergüenzas de hace cincuenta años, solo que con otro nombre. La señorita me dijo que llenara una encuesta que porque yo era una víctima y tenía derechos, que iniciaríamos un proceso. Yo no estudié mucho, pero uno sabe que cuando le dicen la palabra «proceso», es porque ya lo van a enredar. ¡Ah! Y yo no volví a esa oficina. Ni volveré. Don Eduardo me dice que a lo mejor me dan una pensión, pero yo le dije, si a mí lo que me quitaron fue tierra, primero los chulavitas, esa era la tierra que me deberían devolver, lo que me quitaron los paracos ahora no es ni la cuarta parte de lo que tenían mis abuelos y mi papá. Cuando éramos del pueblo, nos quitaron la vida completa, ahora qué nos van a reparar si pa`l nuevo pueblo, más cerca de esta ciudad, donde comenzamos de nuevo, ahora allá, tampoco podemos volver porque nos matan. Yo le dije a la señorita, que dizque estudió Trabajo Social, que lo que pasa es que ella le enseñaban muchas mentiras allá en la universidad, que la culpa no era de ella, que la culpa era de Santos y de Uribe, vergajos, igualitos a Mariano Ospina y a Laureano Gómez.
Yo estoy bien en este hotel, aunque ya Guayaquil no es lo que era antes, ya hasta a las putas las echaron para El Poblado, pero eso está muy lejos pa` los del pueblo. Pero en Sáule se está bien. Yo tenía muy bien guardada una plática y esa no me la dejé quitar, con eso viviré unos días acá, me alcanza para pagar la pieza, para pagar el aguardiente y para visitar a Helena que me devolvió la ilusión. ¡Cuál tierra, ni qué carajos nos van a devolver?, la tierra y la vida ya nos las quitaron, para pagarnos eso tendrían que devolver el tiempo, y el tiempo no se devuelve, la tierra ya se la tragaron los godos. Yo lo que quiero es estar cerquita de Helena, esa mujer me recordó las ganas de vivir.
Y fíjese, acá se pasa bueno en este hotelito de don Eduardo, el único problema es que se me apareció mi sobrino Manuel, el intelectual, dizque a ayudarme a buscar una nueva oportunidad, los muchachos sí creen muchas pendejadas, lo único que existe para mí es poder dormir entrepiernado con Helena de vez en cuando, yo ya estoy muy viejo y cansado para los sueños de los muchachos de la ciudad. Don Eduardo, tráigame otra botella de aguardiente, y me dice cuánto es.
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Sabes, Sarita, el hotel parece que se me va a salvar. Primero con don Dioniso que ya no se va de aquí porque no quiere dejar a su Helena, y me compra siempre el aguardientico y lo bueno es que me lo paga de una vez. Después vino su sobrino Manuel y ese muchacho también parece que se va a quedar. No sólo no logró llevarse a su tío, sino que el viejo hizo que él se quedara también. Y ahora el joven Juan me dice que me pagará el hospedaje de seis meses adelantado y que quizá él tiene la solución final para que no desaparezca el hotel, eso último no se lo creo, pero en estas épocas ¿quién consigue un cliente que pague seis meses por adelantado? ¡Viste Sarita?, con tres clientes fijos… ya se me salvó el hotel.
-Ay don Eduardo no se haga muchas ilusiones, así como llega la gente, así también de fácil se va.
– No, Sarita, Manuel y Juan el escritor se hicieron amigos. Que el uno va a salvar al tío, que el otro que va a escribir un libro acá.
– ¿Y el viejo Dioniso?
– Por eso Sarita, es que no me comprendes, el viejo Dioniso, no se va ir para ningún lado, el viejo no se quiere salvar como dice Manuel. Y el Juan yo no creo que escriba un libro en seis meses, bueno eso creo yo, que eso no se escribe tan fácil.
– Pues ojalá, don Eduardo, sus clientes no se le vayan otra vez. Así vuelve más seguido a comprarme mercado.
-Sí, mijita, ahora hay con qué. Por lo pronto se me salvó Sáule.
-Don Eduardo, y ese muchacho Manuel, el que vino por su tío, hábleme de él, siempre pasa muy callado por acá.
-No, Sarita, este Manuel no sabemos muy bien quién es, el Juan sí habla hasta por los codos, dice que es escritor, pero yo lo veo más hablando que escribiendo, en cambio, Manuel no dice que es nada, pero se pone largos ratos a escribir en unos papeles sueltos mientras se toma unos tragos esperando a su tío, solo dijo que venía por él, pero más bien el viejo Dioniso lo hizo quedar a él. Lo único que sé es que el Manuel no me paga por adelantado, yo desconfié, pero Dioniso me dijo en secreto que él respondía por el muchacho en caso de que no pagara.
-¡Ah! Tiene bien analizados sus huéspedes, don Eduardo.
-Sí, Sarita, así debe ser. Ahora me voy, por último empáqueme doce botellas de aguardiente y me hace la cuenta.
-Ay Don Eduardo, ahí sí va contento usted.
-No, no son para mí, son para venderles a mis huéspedes.
-Por eso don Eduardo, por eso, yo sé.
* * *
Soy, Manuel Rivas, un hombre común, o sea una nada. Dice un cartón que soy licenciado en Filosofía y Letras, pero eso es un papel y con un papel no se come. Vine a salvar a mi tío, con él me voy a salvar yo. Yo no puedo seguir siendo un filósofo pobre, yo debí ser un artesano o un agricultor, no esa majadería que estudié en la universidad y que no sirve para nada. Hasta que no logre restituir la dignidad a mi tío Dioniso, yo no encontraré mi lugar, soy un filósofo que terminó de burócrata, me cansé de las palabras y de la vida que llevamos. Somos hijos de campesinos desarraigados, hasta que no sanemos las heridas de nuestros viejos, nosotros seremos una generación perdida. Lo importante no es quiénes somos nosotros, ni qué seremos, sino qué no pudieron ser nuestros viejos. En lo que no pudieron ser ellos está explicada nuestra insignificancia
Mi tío es muy terco, más terco que yo. Por eso ahora no me entiende. Y está enamorado de una mujer más joven que él. Yo pensé que los viejos ya no se enamoraban. Y por eso mi plan se retrasó. Pero yo sabré esperar. Conseguí un amigo, Juan, él es escritor como yo, también fue profesor, pero aun tiene esperanzas, yo ya las perdí. Por lo menos ahora somos dos seres parecidos en Sáule. Él se interesó en la historia de mi tío y la mía, la quiere escribir. Yo le conté el final de la historia: volveremos a tener la tierra, y expulsaremos a los usurpadores del gobierno. Sembraremos y moriremos en la tierra que nos vio nacer, no amontonados y excluidos en un hueco de esta ciudad. Juan se rió de mí, me dijo que estaba hablando como un hombre que iba a tomar las armas contra la oligarquía, cuando ya lo que estaba de moda era hablar de paz. Yo entendí que su broma no era mal intencionada, pero le dije que las cosas eran más complejas que tener o no tener armas. Los dos nos quedamos en silencio por un buen rato y nos comprendimos, eso creo. Luego me dijo que quizá el final no necesariamente fuera así como yo lo estaba deseando, pero que la historia misma ya era interesante, así tuviera otro final, que ya valía la pena escribirla.
Yo le dije, que lo importante no era la escritura, sino volver a tener la tierra. Aun no sabemos quién de los dos tenga la razón.
* * *
Escogí vivir en Sáule durante los primeros tres meses porque, después de conocer a Don Eduardo, pensé que desde este hotel perdido se puede ver la Medellín esencial, la Medellín bohemia de Fernando González, de Estanislao Zuleta, de León de Greiff; la Medellín que se perdió para convertirse en la mafia de Pablo Escobar. Después comprendí que no hacía falta ir más lejos en la historia de los últimos huéspedes de Sáule, en Dioniso Rivas y su sobrino Manuel, estaban las respuestas a la mayoría de mis interrogantes. La investigación que planeé sobre la Medellín intelectual perdida por la mafia se escribe mejor contando la historia de los últimos huéspedes del hotel Sáule.
De los hoteles del antiguo barrio Guayaquil en Medellín, Sáule es…
– Capítulo 2 –
* * *
Dioniso Rivas atravesó con paso lento el nuevo parque de las Luces donde antes existió la plaza de Cisneros.
¿Y esta es lo que llaman modernidad? –Pensó– Poner unos tubos con cemento y sacar a la gente que antes teníamos un mercadito aquí; por lo menos en el pasado, en este lugar había vida, conversaciones, una plaza que olía a pueblo; ahora no, puro cemento para que la gente pase corriendo, pueblos sin personas es lo que quieren los alcaldes de hoy.
Así iba pensando el viejo Dioniso, mientras caminaba en busca de Helena. Se acababa el día y en Medellín todos corrían como locos a buscar transporte para llegar a sus casas, no se sabía qué era peor: el metro repleto de gente o las calles truncadas llenas de carros, todos nerviosos y apresurados por salir del caos del centro. Antes de llegar al puesto de chance donde trabajaba la mujer de sus ensueños, Dioniso volvió a pensar: “Por lo menos en la Guayaquil que me tocó a mí todos nos queríamos quedar conversando, cantado, bebiendo; ahora no, todos salen corriendo como si la vida fuera un infierno.
Dioniso dejó su pensadera apenas descubrió que su Helena no estaba en su puesto de trabajo. En su lugar estaba una chica más joven y más bonita, pero él quería a su Helena de siempre que, con más de cincuenta años, aun tenía la coquetería intacta de una de veinte. La chica le respondió:
– Estoy remplazando al alguien por una licencia, en qué le puedo servir señor.
– A mí en nada señorita, pero dígame usted si sabe para dónde se fue Helena.
-No señor, no conozco a ninguna Helena, a nosotras nos asignan el puesto y nada más, pero yo le puedo hacer su chance, tranquilo.
– No señorita, yo no venía a jugar chance.
Maldita ciudad, nada dura en pie ni un día siquiera. ¿A dónde me mandarían a mi Helena?. Así se fue pensando, acongojado el viejo Dioniso. Helena ya le había aceptado regalos, había salido con él, ya se había acostado con su viejo, no en Sáule, pero sí en otro motelito donde sí se podía hacer eso, pero el pobre Dioniso nunca se imaginó que un día no la iba encontrar en su puesto de trabajo. Ahora sí va a ser cierto que para vivir uno necesita un celular, con uno de esos aparatos podría encontrar a mi Helena.
En todo eso se fue pensando Dioniso y luego me lo contó a mí.
* * *
Escucha Juan como conocí a Helena, escucha que solamente te lo voy a contar a ti, pero primero un aguardiente.
Allá cerca, en el parque de una nueva biblioteca que hicieron, nos manteníamos tomando tinto algunos viejos que no teníamos nada que hacer. Ya nos habían quitado las cantinas, los billares, solo nos quedaba un negocito de tintos, con dos o tres butacas. Porque sabes, Manuel, que ya los parques los hacen sin sillas para que las personas no se amañen sentadas. Al lado del puesto de tinto pusieron un Gana para hacer chance, pero eso debería llamarse “pierde” porque los viejos dejamos todos nuestros pesos allí, pensando que algún día vamos a ganar algo. En ese negocio llegó a trabajar Helena, una muchacha como de cincuenta años…
– Dioniso, hombre, cómo que una muchacha de cincuenta, ya eso es una señora vieja.
Cállate, Juan, que no dejas hablar a los viejos. Para mí que voy a ajustar setenta, esa mujer es una jovencita. Yo empecé a hacerle el chance, y cada día ella notaba mi alegría al verla, le llevaba algún dulce y un día aceptó una invitación a comer. Me contó un poco de su historia, que era separada, que tenía unas niñas que mantener, que vivían en un barrio muy alto, y que me aceptaba esa invitación porque yo le parecía muy tierno, que le recordaba a su abuelo. Yo le dije que yo no quería ser su abuelo y ella entendió lo demás.
Una tarde, casi de noche, nos fuimos a dar una vuelta, por el parque Bolívar, ella no quería ir hasta allá que porque era muy peligroso, pero yo la convencí porque ese es el único parque que sigue pareciéndose a un parque, hasta que un alcalde venga a “remodelarlo” a punta de cemento.
Tomémonos otro trago, Juan, que ahora viene lo bueno, te cuento antes de que llegue Manuel.
Era ya de noche y nos sentamos en una de las bancas más apartadas. Helena tenía una pañoleta amarilla en su cabeza que la hacía parecerse a una virgen morena. Yo ya viejo no le di vueltas al asunto e intenté besarla, pero ella no sé dejó, aunque manteniendo su coquetería. A los segundos me atreví más y comencé a tocarle sus senos, como quien no quiere la cosa, y ahí sí se dejó.
– Eh Dioniso, pareces un viejo verde contando eso, dame otro aguardiente, seguí, ¿luego qué pasó?
– ¡Cuál viejo verde, Juan!, ¿es que solamente los jóvenes pueden sentir?, ¿si un viejo siente cosas es un viejo verde entonces? No jodas, te pareces a Manuel con su cantaleta, si quieres no te cuento más.
– Contá, contá Dioniso, era por molestarte no más.
– Bueno, yo me senté tras Helena y seguí acariciándola, y ella se dejaba, tenía unos senos grandes, aun fuertes, sentí que ella estaba emocionada. No sabes, Juan, lo que es para un viejo como yo, que ha perdido todo, volver a sentir los pezones duros de una mujer, cuál tierra ni qué carajadas, yo cambio todo lo que me han quitado en este desdichado país por una sentada como esas en un parque con Helena.
Después agarró su pañoleta, me ofreció su pecho desnudo, que yo recibí con mi boca, y por unos segundos que me supieron a eternidad, bajo esa pañoleta que cubría tal acto, yo volví a sentir lo que es la felicidad. Ya después nos asustamos, no fuera que nos vieran. Y nos fuimos de allí.
-¡Carajo!, Dioniso, le haces honor a tu nombre, quién iba a pensar, viejo, que estás viviendo cosas como si tuvieras veinte años. Esa historia tuya la quiero escribir.
– Así es Juan, esa noche no pasó nada más porque teníamos que irnos. Y desde ese instante Helena y yo, sin saber qué somos, tenemos una historia, yo nunca la olvido, siempre voy a buscarla. De mí dirán que soy un viejo, loco, borracho, pero esa mujer me devolvió la pasión. Y ahora viene y se aparece Manuel, y me dice que tenemos que devolvernos al pueblo, que a recuperar la dignidad, la tierra, que no sé qué cuántas cosas más. Y yo le digo que no, que la vida ya nos la quitaron, a mí lo único que me queda es Helena. A qué voy a volver yo a ese pueblo, es verdad que esta ciudad ya no es la de antes, que el centro ya no es para vivir sino para pasar de largo, que del magnífico Guayaquil ya no queda nada, sólo comercio; ya no queda sino Sáule, Sáule y mi Helena.
Otro aguardiente Juan, ya no te cuento más. Escribe si quieres, escribe la historia de un viejo que a los setenta años se volvió a enamorar.
* * *
Estoy cansado de esta sociedad. Creo que sin quererlo soy más nihilista que cualquiera de los personajes de Schopenhauer o de Nietzsche. Más bien, soy como otro hombre del subsuelo. Un intelectual malogrado. Ya lo escribí una vez. De qué me sirve un puesto de burócrata si sólo me dura unos pocos años. Quiero la academia, pero la odio también. Me niego a la carrera colosal de los doctorados, pero me gustaría sólo dedicarme a enseñar, a escribir, a leer. Pero es un sueño. Lo que necesitamos es tierra y volver a sembrar. A Juan le ha dado por escribir la historia de mi tío Dioniso, y que la mía también. De la mía no tiene nada que contar. Don Eduardo tiene su hotel, mi tío Dioniso tiene a su Helena, Juan tiene sus ganas de escribir y yo, yo no tengo nada. Sólo unos papeles para escribir para mí mismo. Un plan que se me está desbaratando. Pensé que el tío se iría conmigo, reclamaríamos lo nuestro, me enseñaría a sembrar, yo me curaría de los odios que se acumulan en esta ciudad. Quizá les enseñaría a los niños del pueblo. Y volveríamos a tener esperanza. En el fondo sé que mi viejo Dioniso piensa como yo, de él aprendí la pasión por la política, por el estudio, así él no haya podido estudiar, lo que pasa es que anda enamorado, enredado en las enaguas de una mujer. Pero si no nos vamos, qué vamos a hacer en esta Medellín, yo no quiero seguir en la carrera colosal de las vanidades, del consumo desenfrenado, en el trabajo como esclavos modernos solo para conseguir dinero que se acaba el mismo fin de mes. Don Eduardo está feliz. Se levanta muy temprano en la mañana a organizar los cuartos de sus únicos tres huéspedes. En las tardes nos atiende con el pasante para los aguardientes, creo que nos estamos volviendo más alcohólicos acá, no sé hasta cuando se sostendrá esta situación. Juan me dice que me ponga a escribir, como él. Que se consiguió quien nos patrocine nuestra vida de escritores. «Escritores», hasta risa me da pensarlo. Si lo único que estamos haciendo en este hotel es beber y escribir estos garabatos. ¡Qué mierda la vida, ya no escribo más!
* * *
– ¿Qué te ocurre Dioniso, por qué vienes con esa cara de infortunio?
– Esta ciudad, Eduardo, que se empeña en acabar los corazones. No encontré hoy a Helena, no estaba en su puesto de trabajo, y no sé si irá a regresar.
– No se preocupe, Dioniso, mañana mismo le ayudo a averiguar, me conozco este sector como si fuera la palma de mi mano.
– ¿Ya llegaron nuestros jóvenes escritores?
– No aún no. ¿Le sirvo la botellita ya, Dioniso?
– Pues sí, y acompáñemela hoy con música de Olimpo Cárdenas, que tengo un susto por no volver a encontrar a esa mujer.
– No se ponga mal, Dioniso, no pierda la esperanza. Míreme a mí, pensé que iba a perder este hotelito que es lo único que me queda, y vean desde que llegaron ustedes, mi Sáule se salvó.
– Ojalá, Eduardo. A usted más que nadie le conviene que aparezca Helena, porque sin ella, hasta caso le empezaría a hacer al Manuel para irnos de esta ciudad.
– No señor, no diga eso, a Helena la vamos a encontrar.
– Sirva, sirva el aguardiente, Eduardo, y saque dos copas más, para los muchachos que pronto llegarán.
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Medellín en el siglo XXI ha perdido su rumbo. Estamos en manos de oligarquías y mafiosos. Sáule es un viejo hotel sobreviviente, lo único que queda del viejo Guayaquil. Quedarme en este hotel fue la salida a mi oficio de escritor. Es como si Sáule fuera una puerta al pasado. Su dueño prolonga un amor por el tango, por el tango que un día unió a Buenos Aires y a Medellín. Yo voy a ayudarle a sostener el sueño de una Medellín donde se vive no para hacer dinero, sino para escuchar tangos y conversar. Uno de los habitantes de Sáule, es un viejo campesino, de los viejos con la sabiduría de andar las montañas, dos veces le fue arrebatada su vida, que era la tierra, acá me lo encontré yo. Voy a contar su historia. También está su sobrino, un filósofo desengañado, sin lugar, singular. También voy a contar su historia, es muy parecida a la mía, él sostiene que nuestra tragedia es ser hijos de campesinos desarraigados y tiene razón. Pero está enfermo de desesperanza. Estoy yo, que me propongo escribir un relato de las distintas soledades que se multiplican en Medellín. Las de Sáule para comenzar. Esta misma historia está enredada, para poderla escribir, le pedí patrocinio a un mafioso. ¡Vaya! ¡Un capitalista ayudando a un escritor! Marcos, tengo que escribir también la historia de él, pero no queremos más historias de mafiosos, así de ellos aún estemos viviendo. ¿Para qué necesito escribir la historia de los últimos huéspedes del hotel Sáule? Porque en Sáule se juntaron cuatro soledades que tienen una misma raíz. Que aparezca la novela, que aparezca pues.
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