Rostros color tierra

La noche se hacía fría y en  el acto de sobrevivir a las balas se olvidaron las cobijas, hacía frío, con el frío resurgía el hambre, quería salir de aquella caverna…


La cocina se había convertido en un lugar mágico de narraciones, el abuelo conociendo que faltaba el alimento, entretenía la gran hambruna con historias grandiosas que mitigaban la situación maldita. El suspenso de sus palabras, hacía olvidar el momento;  no podría existir algo que los sacara de dicho estado de tranquilidad, eso creía aquel niño campesino, sin embargo, se escuchó la voz del enemigo, fue dura, tanto que no sé sabía cuándo y a raíz de qué todos corrían.

Era confusa la razón de tanta prisa, pero se era consciente que el enemigo se acercaba, su voz corría a una velocidad exagerada, se sentía cerca, pero no  se veía. Aquel niño presentía algo extraño, un temor de infante, ya que se dirigían hacia el lugar más miedoso para él, un sótano viejo y oscuro, en el que solo existían polvo  y arena. Nunca entendió cómo podía haber un escenario tan frío en la casa de su abuelo, pero en los momentos de la guerra es “inútil” razonar y terminaron en aquel sitio sombrío.

Se encontraban sentados en aquella ocasión, una parte de su familia: el papá,  el abuelo, un hermano, una prima y la tía loca; en medio de la guerra.  El silencio era ruidoso, la voz del abuelo unida a la del padre del niño, entonaban un rezo, la tía gritaba “yo salgo para que se termine la guerra,”  la prima se reía producto de los nervios, mientras que el hermano menor dormía como si no sucediera nada, la voz del enemigo corría a la velocidad del sonido, mientras que la existencia del que vivía, desde un sótano el circo de la guerra,  estaba en manos de hombres verdes y de una justicia vendada.

La noche se hacía fría y en  el acto de sobrevivir a las balas se olvidaron las cobijas, hacía frío, con el frío resurgía el hambre, quería salir de aquella caverna, pero observaba sombras parecidas a la muerte y como todo niño, éste le temía a la parca, no podía salir, era  mejor esperar con frío y con hambre a que todo terminara.

Pasaba el tiempo, no era medible, solamente pasaba y así de forma mágica todo se silenció, era extraño como si todo hubiera terminado; ¡mentiras! La guerra nunca termina, se produjo una gran explosión y todos acallaron, la arena en la que estaban sentados  se levantó, volviendo a caer sobre ellos; las sombras desaparecieron, aunque la muerte se quedó actuado,  mientras que  en un sueño profundo se terminó la noche.

El mundo estaba en silencio, era un pueblo totalmente nuevo, los rostros de las personas  tenían un color tierra, el niño campesino y sus amigos recogían el eco de la voz del enemigo, que se representaban en los casquillos de bala. La imaginación es infantil y estos se convirtieron en lapicero para poder contar la historia.

 

Sergio Augusto Cardona Godoy

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