Reseña: Ya ni nos sirve la memoria

 

 El autor critica la falta de memoria en el barrio. Se pregunta ¿cómo es posible que los integrantes de las bandas criminales, los que hacen la guerra y asesinan, son los mismos que cuando eran niños tuvieron que sufrir las consecuencias de una guerra en la que siempre serán perdedores porque los beneficios de esta solo los disfrutan los líderes de las bandas?.

En la década de los 40 llegaron a un pedazo de tierra los campesinos que tuvieron que huir de sus hogares por la violencia bipartidista. La capital del departamento de Antioquia parecía ser un lugar seguro para quienes habían sido azotados por el conflicto. Hallaron en el nororiente de Medellín, por lo que después sería la vieja carretera a Guarne, un terreno baldío en el que podrían intentar reconstruir sus vidas en paz. En los primeros meses de asentamiento, los hombres buscaron trabajo en las grandes industrias, y las mujeres se quedaron cuidando a los niños. En los fines de semana, los vecinos se ayudaban entre ellos construyendo sus casas: mientras los hombres se ensuciaban las manos con cemento, las mujeres preparaban limonadas para darles a sus esposos. Fue así como se fundó la comuna número 3, el barrio Manrique.

En los años 60 se replicó este modelo cuando se levantó Santa Inés, sector de Manrique. Y aunque la Administración de Medellín consideraba este barrio como uno pirata, por lo cual no llegaban los servicios públicos y no había protección policial, al principio la tranquilidad y la comunidad vecinal eran latentes.

Pero la paz no les duró mucho a los desplazados de la guerra. En la década de los 80 apareció Pablo Escobar Gaviria con su guerra contra otros carteles y el Estado. Los barrios populares, entre ellos Manrique, fueron los sitios en los que Escobar buscó sus soldados y expendedores de droga. El control del microtráfico y del sicariato generó una competencia que terminó en guerra en Santa Inés. La banda La Terraza y Los Chiches tuvieron un enfrentamiento que se extendió hasta los principios de los noventa. La primera banda surgió de nuevo en 1996 para controlar el negocio del microtráfico, haciendo presencia en Santa Inés con el nombre de Los Tobis. Cansados de las extorsiones y amenazas, algunos civiles se armaron y crearon un grupo de autodefensa barrial, lo que inició una segunda guerra que no terminaría hasta el siguiente año.

En el 2008 La Oficina de Envigado quedó sin un líder cuando Diego Fernando Murrillo, alias Don Berna, fue extraditado. Por esto, dos de sus subalternos se enfrentaron para ver quién tendría el dominio del tráfico de drogas. Alias Sebastián se apoderó de La Terraza y otras bandas, y les entregó armas de la mejor tecnología para que fueran más letales. En cambio, alias Valenciano creó un combo llamado El Desierto, en una zona de Manrique con este mismo nombre. En febrero de 2009 comenzó una tercera guerra con más hombres y mejores armas. De las tres, fue la peor de todas. Esta se extendió hasta abril del 2011 cuando El Desierto fue exterminado.

Santa Inés es el escenario del reportaje Nuestro otro infierno: Violencia y guerra en Manrique. Este fue realizado por el periodista egresado de la Universidad de Antioquia, Juan Camilo Castañeda Arboleda. Aunque su lanzamiento se dio en septiembre del 2016, su elaboración comenzó en el 2013. Fue publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Eafit, después de que hubiera ganado un puesto en la colección Becas y Premio a la creación, en la categoría de periodismo narrativo.

El reportaje está compuesto por 4 crónicas que cuentan la historia de Santa Inés: sus inicios, sus habitantes y sus guerras. La primera, “Del viejo Santa Inés solo queda la penumbra, cuenta la historia de Mercedes Rodríguez y su esposo Pedro. A través de ellos, se narra la fundación de Manrique y la primera guerra que sufrió. Luego, sigue “La vida de un malandrín”, que muestra como padre e hijo —Diablo y Diablito como los llamaban en el barrio— pueden seguir el mismo camino de combos, violencia y muerte, aunque ni se hubieran conocido.

Las dos siguientes crónicas, además de que son más extensas, son mucho más profundas y tocan temas más sensibles. La tercera se llama “Un barrio en la otra Medellín”, que por un lado trata el atentado de muerte que le hicieron a un tío del autor (incluso, quien lleva la narración de la historia es Juan Camilo Castañeda); y por el otro, habla sobre las dos caras que tiene Medellín: mientras una es moderna e innovadora, la otra es un ambiente de desigualdad y homicidios. Por último, en “Condenado a toda la vida en el infierno”, el autor relata cómo se le acusa a un joven inocente de un crimen que no cometió.

De lo más resaltable de cómo está escrito el reportaje, es la sencillez con la que el autor narra no sólo las crónicas, sino la historia de Santa Inés, que es crucial para la comprensión de la obra. Al lector se le da un contexto claro para que entienda por qué ocurren estos sucesos. Es importante también la capacidad que tiene el autor de contar los hechos más trágicos del reportaje, siendo muy claro y detallado, pero sin entrar a lo truculento. Finalmente, se debe destacar que la obra ocasiona un desasosiego que obliga a reflexionar sobre los temas leídos.

Y es que todo el reportaje es una denuncia más que justificada. Una denuncia hacia la administración pública que es una de las mayores culpables de los círculos de pobreza que nunca terminan. Por muchos años se consideró que el narcotráfico era la causa de la violencia en la ciudad. Pero las investigaciones “Medellín: ciudad y contexto”, y “Conflictos, guerra y violencia urbana: interpretaciones problemáticas” desmintieron lo anterior. Concluyeron que el narcotráfico, en compañía de la violencia, la desigualdad, el desempleo y la falta de servicios de transporte y educación, son todas consecuencias de la pobreza y falta de acompañamiento del Estado. Además, el autor cuenta que cuando la administración pública sí se presenta, lo hace sólo por medio de policías, que muchas veces son corruptos y comprados por las bandas.

Es una denuncia a los medios de comunicación regionales que no cuentan las historias de los afectados por la guerra. La innovación, el desarrollo tecnológico y el progreso de esa otra Medellín son quienes lideran la narrativa. Y cuando se dignan de hablar del tema, sólo hablan de muertes y masacres, pero no de víctimas. Es también una denuncia a la clase política que sólo entra a eso barrios a hacer campaña y conseguir votos. Y cuando ya tienen un puesto, el único recuerdo son carteles desgastados que se convierten en lienzos de grafitis. Es una denuncia a un sistema judicial incompetente y negligente. Y es que no usa pruebas contundentes para emitir un fallo, ni escucha testimonios claves en el suceso, sino que condena a 50 años a un inocente únicamente por testigos muy dudosos y estereotipos sociales.

Pero la mayor denuncia es a los habitantes de Santa Inés, en parte culpables de los conflictos que padecen. El autor critica la falta de memoria en el barrio. Se pregunta ¿cómo es posible que los integrantes de las bandas criminales, los que hacen la guerra y asesinan, son los mismos que cuando eran niños tuvieron que sufrir las consecuencias de una guerra en la que siempre serán perdedores porque los beneficios de esta solo los disfrutan los líderes de las bandas?.

Al final, como dice el autor, “El olvido sigue siendo rey en una tierra donde hace falta el recuerdo”.

Nicolás García Trujillo

Tengo 19 años y estudio en la Universidad Eafit. Estoy en quinto semestre del pregrado de Comunicación Social y en el segundo del pregrado de Literatura. Entre mis temas de interés se encuentra la política, la literatura, la cultura, el periodismo y el análisis y estudio de cómo los medios de comunicación afectan a la sociedad.