El plaustro que se llevó la paz

Desde mediados de los 80, nuestro país se ha visto flagelado por los prodigios de la guerra.

El 6 de Diciembre de 1989, el atentado al edificio del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), ocurrió  cuando un bus de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá explotó con más de 500 kilogramos de dinamita, dejando 660 personas heridas y 63 muertas. Fue justo allí, cuando la apacibilidad y el sosiego de los colombianos, empezaron a perderse. Años más tarde, exactamente el 7 de febrero de 2003, ocurrió el atentado al club El Nogal, cuando las Farc explotaron un carro bomba en el estacionamiento del lugar con más de 200 kilogramos de explosivo C-4 y amonio. La explosión cobró la vida de 36 personas y dejó 200 más heridas, la certidumbre se quebrantó y con ella, el corazón de los colombianos.

Tan solo 3 años después,  el 31 de julio de 2006, un carro Mazda 626 blanco explotó en la calle 75 con carrera 45 en el barrio Gaitán; el automóvil estaba cargado con más de 15 kilogramos de nitrato de amonio. El atentado se perpetuó mientras un camión militar pasaba y dejó quince uniformados heridos y un habitante de calle muerto. Tal vez un atentado de menor envergadura, pero tres meses después, el desasosiego lo magnificó, cuando el 19 de octubre de 2006, dos personas resultaron muertas y cinco heridas luego de que una camioneta Ford explotó en un estacionamiento de la Universidad Militar de Bogotá, en la Escuela Superior de Guerra ubicada en el complejo militar del Cantón Norte. El hecho dejó 23 heridos.

Nuestra capital descansó por casi cuatro años del estrépito ruido de las bombas, hasta aquel 12 de agosto de 2010, cuando ocurrió el atentado al edificio de ‘Caracol Radio’; un carro bomba, cargado con 50 kilos de anfo y un cilindro de gas, explotó a las 5:30 a. m. frente a la sede del medio ubicado en la carrera 7.ª. El hecho dejó nueve personas heridas y numerosos daños. Las Farc fueron responsables del atentado.

De dos en tres empezaron a desfilar los carros bomba en nuestro país. El 15 de mayo de 2012, se llevó a cabo un atentando en contra del exministro del Interior, Fernando Londoño, en la calle 74 con avenida Caracas a las 11:00 a. m., cuando un individuo que se hacía pasar por vendedor ambulante puso una carga explosiva en su vehículo. El hecho dejó dos personas muertas y más de 50 heridos. El responsable del ataque fue Hernán Darío Velásquez, jefe de la columna móvil Teófilo Forero de las Farc. Tres años más tarde, el 7 de marzo de 2015, un vehículo cargado con 450 gramos de pentolina explotó cerca al aeropuerto de Guaymaral, en el norte de la capital. El atentado estaba dirigido a un bus que transportaba 35 miembros de la Armada Nacional, sin embargo, el hecho también afectó una ruta escolar.

Los últimos tres años, nuestra Colombia se acostumbró a la barbarie y al pérfido poder de los grupos guerrilleros. El 23 de agosto de 2016 hubo tres explosiones en las sedes de las EPS Cafesalud (El Restrepo y Chapinero) y Salud Total (calle 100 con carrera 49), estos ataques se originaron debido a la liquidación de la empresa y las decisiones internas de las entidades.

El domingo 19 de febrero de 2017 en el barrio La Macarena, en la calle 27 con carrera 5.ª, la explosión de un artefacto dejó 30 personas heridas, 26 policías y cuatro civiles. El hecho afectó 34 inmuebles, dos casas y 32 apartamentos.

Luego de la explosión en el centro comercial Andino, el 17 de junio de 2017, las autoridades tienen entre los principales responsables del atentado al Eln y a grupos extremistas. Este hecho dejó tres personas muertas y 9 heridos, ocasionado por un artefacto con 800 gramos de explosivo amonal que estalló dentro de uno de los baños de mujeres del lugar.

Para los Colombianos, el inicio del proceso de paz, ha sido sin duda alguna, un trozo de ilusión para el fin de esta guerra, pero este jueves, la esperanza se nublo, cuando se registró la explosión de un carro bomba en la Escuela de Policía General Santander; el auto fue ingresado a las instalaciones de la Escuela y causó estragos no solo allí, sino en barrios aledaños en el sur de Bogotá.

¿Cuándo prescribiremos la paz con notoriedad? ¿Acabaran algún día estos grupos de corazón bárbaro? ¿O terminaremos sumergidos en el costumbrismo de una guerra cotidiana?

Las respuestas a estos interrogantes, nadie las tiene, solo nos queda confiar en la inestable y corrupta voluntad de un sistema que nos sumerge cada día en la desesperanza y abrumadora guerra.