Religión y discusión pública en Colombia

Marco Fidel Ramírez, el “concejal de la familia” de Bogotá, es conocido por sus extravagantes y pintorescas declaraciones. La última de sus iniciativas es la publicación de un video en el que pide no celebrar el Halloween, debido al supuesto origen satánico y pagano de esta festividad. Podría argumentarse que, por mucho que nos desagrade, Ramírez es libre de decir lo que quiera, y que incluso posturas extremas como la suya deben tener cabida en la esfera pública. Creo que en este caso la cosa no es tan clara, y quiero exponer los motivos que me llevan a pensar esto.

Soy consciente de que el típico argumento liberal, referido a que las creencias religiosas deben ser excluidas de los debates públicos, no es tan simple como el mismo liberalismo lo pinta. El liberalismo nos dice que cada cual es libre de creer lo que quiere, pero que debido al pluralismo religioso de las sociedades modernas, las creencias religiosas deben mantenerse en el ámbito privado de cada uno, puesto que si se erigieran en argumentos públicos, correríamos el riesgo de que se generen conflictos morales irreconciliables entre personas de diferentes adscripciones religiosas.

Filósofos como Michael Sandel han criticado esta postura liberal y han señalado que no es descabellado pensar en permitir que los argumentos religiosos tengan un espacio en la esfera pública, puesto que esto permitiría que la sociedad discuta sobre cuestiones sustantivas que, por más que el liberalismo lo quiera, no pueden simplemente confinarse a la esfera privada. Los argumentos de Sandel me parecen muy valiosos, y aunque no puedo afirmar que esté completamente de acuerdo con ellos, considero que su crítica al simplismo con el que el liberalismo resuelve el tema del pluralismo religioso es muy acertada: creer que las personas pueden actuar como “personas públicas” a la hora de debatir temas sensibles como el aborto, dejando a un lado sus profundas convicciones religiosas, es más una ilusión que una realidad.

Pero no podemos llevar las cosas al extremo.

Exponer de manera respetuosa la forma en que una serie de creencias religiosas llevan a defender una determinada postura frente a un tema de interés público es un paso argumentativo legítimo. Por ello, me parece válido argüir que debido a que se tienen determinadas creencias, es muy difícil aceptar una práctica que se considere va en contra de las mismas. Aquí de lo que se trata es de explicar públicamente la conexión entre las creencias religiosas y los argumentos públicos, para que personas de otras filiaciones religiosas puedan ponerse en los zapatos ajenos, sin que eso implique que se llegue a un acuerdo sobre aquello en lo que se cree.

Pero esto no es lo que hace Marco Fidel Ramírez. Este funcionario público, en vez de exponer respetuosamente sus argumentos, insulta a todo aquel que no esté de acuerdo con sus posturas. Para él, la defensa de los derechos de la comunidad LGTBI, la planificación familiar y el Halloween, entre otros, son cosas de inmorales y pecadores. Eso es una burda descalificación de quienes no coincidimos con él, que impide cualquier tipo de debate. Además, Ramírez no intenta explicar la manera en que sus convicciones religiosas moldean sus argumentos públicos. Más bien, se cierra completamente a la discusión pública sugiriendo que quienes están de acuerdo con él están con Dios, y quienes están contra él están con Satanás.

En teoría política se habla hoy día del modelo de la “democracia deliberativa”. Según éste, no es problemático que cada ciudadano entre a la arena política con una serie de opiniones y argumentos para defender. Lo fundamental es que, además de eso, el ciudadano esté acompañado de otra convicción muy valiosa: la de estar dispuesto a ser convencido, por lo que el filósofo Jürgen Habermas denomina la “coacción no coactiva del mejor argumento”. Es decir, cada individuo debe mantenerse abierto a los argumentos de los demás, debe estar dispuesto a escucharlos y a ponderarlos cuidadosamente, y, al final del debate, debe decidir si se mantiene en su posición inicial, o, si los argumentos ajenos le parecieron convincentes, modifica total o parcialmente su postura original.

La actitud del “concejal de la familia” es muy diferente, pues él, mediante declaraciones incendiarias e irrespetuosas que reflejan un moralismo fundamentalista y una profunda intolerancia, viola constantemente las reglas del debate público. Debido a ello, considero que si Ramírez continúa haciendo este tipo de afirmaciones no merece participar en la esfera pública, sino por el contrario, es acreedor a una clara manifestación de reprobación social por parte de quienes aún soñamos con una democracia basada en el respeto de los demás.

@AlejandroCorts1

[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-f-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/t1.0-9/10157367_1429775133947014_2734248217865849022_n.jpg[/author_image] [author_info] Alejandro Cortés Arbeláez Estudiante de Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad EAFIT. Ha publicado en revistas como Colombia Internacional, de la Universidad de los Andes; Cuadernos de Ciencias Políticas, del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT; Revista Debates de la Universidad de Antioquia; y varias columnas de opinión en el periódico El Colombiano. Ha sido voluntario de Antioquia Visible, capítulo regional del proyecto Congreso Visible. Realizó su práctica profesional en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia (IEPRI). Leer sus columnas. [/author_info] [/author]

 

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