Que la distopía de la pandemia nos abra la mente para construir nuevas utopías

El filósofo contemporáneo Slavoj Žižek postulaba recientemente que el mundo, tal como lo conocíamos, ha terminado; reflexión que no ha sido ajena para ninguno de nosotros estos días de freno inesperado a nuestras actividades rutinarias. Nos habíamos acostumbrado a muchas cosas que considerábamos normales y casi naturales; pero qué mejor oportunidad que ésta para preguntarnos sobre el sentido y la manera como asumimos nuestra “racionalidad” cotidiana.

La vida en las urbes está signada por la congestión vehicular en las autopistas, los conglomerados humanos en el transporte público, las grandes concentraciones en los centros comerciales; a pesar de ello, el hombre citadino es poco inclinado a la socialización con su vecindario. ¿Por qué no aprovechar las limitaciones de movimiento que nos genera el temor al contagio, para que el barrio y el territorio que compartimos sean el centro del hábitat, de la socialización, del descanso y de muchas de las actividades productivas?

La necesidad y el temor al contagio le dan gran relevancia a la actividad económica barrial, especialmente en economías como la nuestra en donde la informalidad y las pequeñas empresas son la nota dominante. Hablamos de los pequeños negocios que se puedan desarrollar aún en tiempos de crisis; pero que solo se pueden funcionar si reinventan su modelo de operación y cuentan con los corredores logísticos y las cadenas de suministro y comercialización adecuadas. Los circuitos económicos solidarios y de incentivo al consumo local que se formen, paulatinamente ayudarán a reactivar muchas famiempresas y microempresas que son el sustento de familias de ingresos bajos y medios. Para ello necesitarán del apoyo estatal; es allí donde cobra sentido el concepto de ciudad inteligente, pues apoyados por las tecnologías de la información, estas unidades económicas podrán optimizar su operación a la par que se minimizan el contacto personal para proteger a los empleados involucrados.

Hay otras realidades que necesariamente deberán transformarse. ¿Qué sentido tiene atravesar toda la ciudad para comprar un mercado, ir al colegio o para ir al trabajo? ¿Qué sentido tiene ir todos los días al colegio o al trabajo si la enseñanza se puede mezclar entre la educación presencial y la virtual, y el teletrabajo es posible para muchas actividades laborales?   ¿Por qué no volver norma, más allá de la pandemia, los horarios escalonados de ingreso y salida de las jornadas laborales, para que desaparezcan las horas pico y las horas valle del transporte vehicular? Si los medios de transporte tradicionales contaminan y son espacios propicios para la propagación de pandemias, ¿por qué no financiar masivamente el uso de bicicletas eléctricas o tradicionales y habilitar vías exclusivas para ellas? ¿Por qué no volver a contar con parques cercanos a los sitios de vivienda como puntos de encuentros y descanso de la familia y de los vecinos, más allá de las aglomeraciones de los centros comerciales?

Esta crisis evidencia la fragilidad e irracionalidad de nuestro sistema de salud. ¿Por qué no generalizar la hospitalización domiciliaria en todos los casos que sea posible?  ¿Qué sentido tiene mantener las ineficiencias en el servicio, en las citas y la falta de trazabilidad de las historias clínicas, si de tiempo atrás se pueden resolver estas limitaciones apoyados en las tecnologías de la información y las comunicaciones?  La gestión epidemiológica y de atención en salud se puede mejorar notablemente apoyados en tecnologías como el Big Data, la simulación por computador y la inteligencia artificial; solo se requiere de la voluntad política y por supuesto de unas inversiones que hoy, es evidente, estamos en mora de realizar y tienen un valor incalculable para el bienestar general.

Aunque en varios países del mundo se ha propuesto una renta básica por familia, es poco usual que se discuta entre nosotros esta posibilidad. El exministro de hacienda Rudolf Hommes lo afirma tajantemente: “Hay que ver cómo darles un ingreso mínimo a las personas, eso va a costar una fortuna, pero es indispensable». El concejal Daniel Duque propone una renta básica de $292.000 para las 250.000 familias en situación de extrema pobreza de la ciudad. Es la gran pregunta que surge después de todo esto. ¿Qué sentido tiene una sociedad en donde un alto porcentaje de su población no tiene asegurado por lo menos un techo y un mínimo para vivir? Con la pandemia esta realidad alcanza dimensiones enormes, ojalá nos dé para convertirla en una medida permanente. Que sea la oportunidad para reescribir las reglas del juego en muchos ámbitos de la vida, y que sean los gestos solidarios, de construcción de confianza, de cooperación y de vecindad los que nos ayuden a salir de este gran apuro y construir un mejor futuro.