PROVOCACIONES DEL CONCEPTO DE LO POLÍTICO

Al menos dos vertientes de pensamiento han sido fundantes para la comprensión de lo político, aquello que constituye la política y que se hace materia prima de la ciencia política. En primer lugar la noción de lo político es presentada por Hannah Arendt, filósofa política alemana y posteriormente estadounidense de origen judío, una de las más influyentes del siglo XX, y por los teóricos políticos que la siguen. Para estos la política es el fruto del diálogo, nacido en el seno de una concepción del hombre como un ser pacifista en busca de un diálogo permanente con sus iguales-desiguales. Para estos, la esfera pública gira en medio del consenso y por tanto las relaciones sociales en torno a la noción de amistad. El otro es ante todo mi “amigo” que en ningún momento histórico tiene realizar pacto alguno, pues por antonomasia y en consecuencia de la naturaleza del género humano el hombre es sociable, amigable y político.

En el extremo opuesto podemos ubicar la teoría hobbesiana para la cual el concepto de ‘lo político’ se enfrenta en reconocimiento de un estado de naturaleza del hombre en el cual se vive en constante pugna, miedo y enfrentamiento. El otro es mi enemigo en el estado pre-político y para evitar la constante confrontación se accede a un pacto, un convenio hecho entre los hombres para garantizar la vida y la seguridad de los hombres. El pacto es el que inicia la política como interacción de iguales y desiguales en la esfera de lo público.

Sin entrar a hacer apología o crítica a la teoría del inglés se presenta que Antonio Negri, teórico italiano, contesta a Hobbes en términos de traidor al proyecto de la consolidación de una sociedad moderna, toda vez que de Leviathán se infiere el establecimiento de la Monarquía como modelo político y de gobierno. En este sentido, la consolidación de un monarca es de totalidad incompatible con la democracia por el establecimiento de jerarquías, muy en línea con los principios del medioevo. Esto entonces viene a ser la transmutación de la fraternidad en un inminente fratricidio.

En este sentido no se podría legitimar ninguna sociedad moderna, pues en ella estaría contenido de una u otra manera algún modo de jerarquización, lo que haría de poner a la democracia y más a la democracia participativa en el margen de ser una opción política más.

John Rauls trata de resolver el asunto con la conocida teoría de la justicia donde ubica la posición original en lo que es para Hobbes o Rousseau el estado de naturaleza. Esta teoría busca “reflejar con exactitud que los principios de la justicia (el de libertad y el de igualdad) serían la manifestación de una sociedad democrática, sustentada en la cooperación libre y justa entre los ciudadanos, incluyendo el respeto por la libertad, y el interés en la reciprocidad”. Para ello, en palabras sencillas se dice que un hombre cubierto por el velo de la ignorancia en su posición original, describirá una sociedad justa bajo dos adjetivos: igualdad y desigualdad.

La primera noción puede emparejarse con la de los arendtianos que describen las sociedades contemporáneas como fraternidades en constante diálogo. La igualdad aquí denota una posición no solo material sino política. Para subsanar este dilema, la interpretación de la terminología de Rauls explica que igualdad es sinónima, en el texto, de equidad. Todos deben partir de la misma línea en todo sentido hacia la carrera de la vida en sociedad.

Por ello, la jerarquización y en general el discurso liberal es una espada de doble filo, que para algunos es un modelo enemigo de la política pero que en la práctica es el liberalismo la forma política que se ejecuta en la contemporaneidad. Si la democracia liberal es la forma de ser eminentemente moderna, el asunto concluye en 1989 cuando Francis Fukuyama, politólogo estadounidense de origen japonés, en su texto “El fin de la Historia” expone que desde la caída del comunismo y de los fascismos, la democracia es el fin de la historia pues ya no tiene rival que se le iguale. Efectivamente, los brotes “antiimperialistas” no han sido contrincante para este centenario modelo que ha permeado no solo la vida política de los estados sino la economía e incluso el mismo discurso de la gente común.

“Es así como, conforme lo señala Sheldon Wolin, todo filósofo político se encuentra alguna vez interpelado por la siguiente pregunta: «¿Qué tipo de conocimiento necesitan gobernantes y gobernados para que se mantenga la paz y la estabilidad?»  (Demirdjian & González, 2004)”

Queda en el aire entonces la pregunta de Wolin: ¿cuál es entonces el quehacer de la Ciencia Política y de la Política como ciencia del poder, si el poder dominar a los hombres desaparece? Será que:

“A pesar de que cada ser humano, por el solo hecho de ser parte del cosmos de la naturaleza, posee en sí mismo el cristiano sentimiento de la piedad (que le posibilita percibir empáticamente el sufrimiento ajeno para de este modo evitarlo y contribuir al mantenimiento de un orden pacífico y armonioso), a la vez cuenta con la existencia del elemento central que se añade para brindar un carácter de inevitabilidad a su caída” (Kersffeld, 2004)

¿Es la piedad o la crueldad el impulso natural del hombre? Si bien no se puede a priori decir que el hombre es malo por naturaleza, queda en el aire, y con esto concluye esta provocación: el hombre, por la evidencia histórica sí es por comportamentalmente problemático.

@JoseA_Collazos

[author] [author_image timthumb=’on’]https://alponiente.com/wp-content/uploads/2013/08/Jose-collazos.jpg[/author_image] [author_info]Jose A. Collazos Molina Huilense, Estudiante de Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Auxiliar Administrativo en el Comité de Asuntos Estudiantiles del Consejo Académico de la Universidad de Antioquia. Subdirector del Grupo Juvenil Ruah en Prado Centro. Editor y Diagramador de la Escuela de Teología “San Miguel Arcángel” y conductor del programa radial “El esplendor de la verdad” en 2011. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]

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