Proteger la vida, imperativo ético

Como lo habíamos anticipado, empezamos 2022 con la responsabilidad de enfrentar los desafíos que nos plantea la pandemia del Covid, y con el compromiso enorme de seguir cuidando y protegiendo la vida en todas las dimensiones. Hemos insistido en que esa no es la única pandemia a la que le tenemos que hacer frente como sociedad. Sabemos, además, que cuánto más unidos y concentrados en el objetivo permanezcamos, más fácil será la tarea.

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Hoy, el cuidado y la protección de la vida implican un doble esfuerzo por cerrar las brechas de inequidad entre lo rural y lo urbano, como ha insistido el Gobernador Aníbal Gaviria. No puede ser que esas distancias sean más amplias y siempre en desfavor de quienes no habitan los centros urbanos. Lo vivimos con la velocidad de contagio de la variante Ómicrom que tiene en el Valle de Aburrá el principal foco de la región, y uno de los mayores del país, pero que con ocasión de las festividades y los paseos se ha ido llevando a la periferia. No han bastado los llamados ni las lecciones que deberíamos tener aprendidas, nos ha faltado responsabilidad, tal vez solidaridad y sensatez, para cuidarnos y cuidar a los demás.

En los últimos días hemos visto registros históricos de nuevos contagios, sin embargo, como los recursos son limitados, el Gobierno Nacional decidió no hacer pruebas masivas y asumir el contagio con la evidencia de los síntomas; seguramente los datos no darán cuenta del número real de infectados, pero eso no significará que mejoró el panorama, sino que el volumen es tan alto que no vale la pena medirlo, hay que concentrarse en atenderlo. Así lo permite esta variante, que ya es dominante, por ser menos lesiva, pero no debemos confiarnos, podemos contagiar a personas mayores o con comorbilidades para quienes puede ser mortal lo que para otros es asimilable a una gripa. La responsabilidad tiene que ser: cuidarnos y vacunarnos; el imperativo es cuidarnos a nosotros y a los nuestros, para cuidarlos a todos.

Pero debo insistir en que la única desgracia que llevamos a las zonas rurales no es ese virus. El fin de semana revisaba con los comandantes de unidades operativas menores, fuerzas de tarea y unidades tácticas de la Séptima División del Ejército, en conjunto con representantes de la Región 6 de Policía y la Fiscalía, la estrategia de seguridad del departamento que implica un reto enorme en la reducción de homicidios en todas las zonas, pero especialmente en la ruralidad. Un desafío que se debe afrontar desde la acción integrada de las fuerzas del estado, con el apoyo de toda la institucionalidad, los gremios, los comerciantes, los empresarios y las organizaciones de la sociedad civil, en tono de seguridad humana integral.

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Nos debe ocupar la presencia de actores ilegales en los municipios y las zonas rurales. Debemos reducir las amenazas a nuestros jóvenes, muchachos que no acceden a la educación, que son víctimas de violencia en sus casas, que son presas de las sustancias sicoactivas, que no tienen oportunidades laborales, son más propensos a caer en manos de esas estructuras criminales, claramente identificadas y contra las que la acción unificada del estado debe concentrarse.

Por primera vez en muchos años, los homicidios son más en la ruralidad, donde se concentra el 54,4% de registros, mientras que en el 8,8% de los municipios con más homicidios se presenta el 45,3% de los casos. Es decir, un fenómeno concentrado, en sitios cercanos a los cascos urbanos, no tanto en la ruralidad profunda y con causas muy identificadas. Una tragedia mayúscula cuando se observa que el 80,4% de las víctimas de homicidio son personas entre los 18 y 45 años, el 92% ellos hombres; aunque una alarma adicional nos indica que los homicidios de mujeres están aumentando dos veces más rápido que los de hombres. Si la tendencia muestra un incremento en los casos de homicidio rural, es allí donde debe estar el énfasis en prevención y atención.

Ese tiene que ser el compromiso colectivo, gestionar el riesgo aumentando las capacidades de respuesta para disminuir las amenazas y las vulnerabilidades, bajo el concepto de seguridad humana que implica la comprensión multisectorial de las inseguridades y la necesidad de trabajar integralmente y desde la unidad para atacarlas. La seguridad humana habla de respuestas frente a amenazas que atenten contra la seguridad biológica, económica, alimentaria, ambiental, democrática y ciudadana.

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En clave de equidad, debemos hacer mayores esfuerzos donde más se necesita, debemos cerrar las brechas entre los centros urbanos y la ruralidad, esforzarnos en mejorar las oportunidades, en cuidar y proteger la vida, como un compromiso ético inaplazable, como una responsabilidad colectiva irrenunciable.

Luis Fernando Suárez V.

Soy odontólogo y especialista en epidemiología. ExSecretario de Gobierno de Antioquia. ExSecretario de Inclusión y Seguridad Social, secretario. Privado y Vicealcalde de Gobernabilidad y Seguridad. Precandidato a la Gobernación de Antioquia.

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