Primera discusión sobre el amor: El reconocimiento.

“La mirada del otro es lo que nos da vida. Uno existe cuando existe también para los demás, porque SER es ser reconocido” Esa fue la frase que le escuché a Gabriel Rolon, un psicoanalista muy famoso -en estos días- gracias a redes sociales como Instagram y TikTok. Las palabras de Rolon calaron hondo en mí, sobre todo, porque reconocía algo genuino, una verdad negada con la que tengo profundos conflictos. Y es que me he negado toda la vida a depender de otros, a creer en la idea de que las redes, las otras personas, pueden ser el sostén de mi vida. Y en eso no me encuentro solo, ese es quizá el dilema más común de la existencia humana de nuestros tiempos: ¿cómo pensar asuntos como el amor y la solidaridad desde las lógicas individualistas en las que se circunscriben nuestras sociedades contemporáneas? ¿cómo afrontar el deseo de ser vistos, sostenidos, cuidados, abrazados por otros en medio de una sociedad que nos obliga a creernos autosuficientes?

En este corto escrito sostengo que hay una necesidad humana básica a la que los adultos huimos, a la que no encaramos, pero anhelamos con todo el corazón: El reconocimiento. Todos aspiramos a ser vistos. A ver nuestro reflejo en unos ojos que se iluminen como nunca cuando nos vean, queremos ser reconocidos por un otro que con su mirada le dé sentido a nuestra existencia. Solo una mirada, eso basta. ¿Quién diría que un gesto tan pequeño  puede configurar la vida misma? ¿Quién pensaría que la mirada de un otro fuera tan importante como para dotar de  sentido nuestra existencia? Sostengo que somos mientras nos miran, nos realizamos en los ojos de alguien más, porque solo al ser vistos nos vemos a nosotros mismos, así como en el intercambio de miradas reconocemos a los otros. Ver y que nos vean configura el principio de todo acto, pero también el fin último al que queremos llegar.

Ahora bien, que alguien nos vea, en esencia, mirando lo más íntimo -a nosotros despojados de todas las ropas y máscaras que asumimos en el día a día- es un asunto excepcional en nuestros tiempos. No sucede a menudo, porque nuestra sociedad ha privilegiado una serie de valores que van en contravía de esa intimidad. Desnudarnos, postularnos despojados de todos esos ropajes diarios, es percibido como una debilidad y la debilidad es sinónimo de fracaso. En una sociedad que se basa en la idea del éxito y la fortaleza, la debilidad y el fracaso implica ser vistos como los parías del grupo. Implica que nunca seremos como los demás, que no podremos alcanzar las grandes metas que nos promete el capitalismo. Significa que perderemos -por siempre- la posibilidad de tener las vidas soñadas, aunque sean sueños construidos gracias a las imágenes que nos alimentan a diario y no tanto por los deseos del corazón.

Al contemplar esa gran dicotomía (la de querer ser vistos y abrazados a profundidad, con intimidad, pero sin sentir que perdimos la posibilidad de ser exitosos, de ser respetados) aparece un fragmento de poesía que resolvió muchas cosas en mi cabeza. Era un fragmento de Pizarnik que decía así “tú haces el silencio de las lilas que aletean en mi tragedia del viento en el corazón. Tú hiciste de mi vida un cuento para niños en donde naufragios y muertes son pretextos de ceremonias adorables”. Las sabias palabras de la Pizarnik me persiguen donde vaya, sobre todo por esa idea de volver a ser niños, de regresar a la infancia primigenia. Ahí, donde según psicoanalistas como Rolón se configuró la herida primera, ahí, donde aprendimos a escapar de la intimidad, porque nos fue negada. En ese momento de la vida, donde se configuraron nuestras angustias por la independencia como respuesta a una sociedad que nos orillaba a la soledad, a la autogestión. Gracias a una tribu que no nos abrazó lo suficiente ni generó fuego en nuestro corazón, hoy transitamos la vida en busca de un lugar donde no se sienta dolor. Hoy buscamos en todos, en todo y a toda hora un lugar donde ser visto, donde ser vulnerables, unos ojos que nos miren con ternura y amor, que apuesten por el cuidado y la protección. Hoy buscamos lo que he llamado la primera discusión sobre el amor: el reconocimiento.


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Neider Alegria

Joven Afrodescendiente, estudiante de derecho y licenciatura en ciencias sociales de la universidad Icesi. Hizo parte del comité editorial de la revista académica estudiantil de la universidad Icesi Traspasando Fronteras (TF) (2018). Es investigador del Observatorio para la Equidad de las Mujeres (OEM) de Cali. Poeta, apasionado por la escritura.

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