Presidenciales sin Cabal: Solo Petro y los Petricos

“Perversi difficile corriguntur et stultorum infinitus est numerus”

En una ocasión un visitante extranjero interrogó al entonces presidente Juan Domingo Perón por la distribución de las fuerzas políticas en Argentina.

–       Como en todos los países los hay de izquierda, los hay de derecha y los hay de centro, respondió Perón.

–       ¿No hay peronistas? preguntó asombrado el visitante.

–       ¡Claro que sí, peronistas son todos!  exclamó el general.

Algo similar ocurre con las cuatro decenas de candidatos, precandidatos y candidotes que se disputan las preferencias electorales de los colombianos: los hay a la izquierda, los hay a la derecha y, por su puesto, los hay al centro. Pero eso sí: todos son petristas.

Alejandro Gaviria es quien mejor ha expresado lo que parece ser compartido por todos los precandidatos, candidatos y candidotes. Hablando de Petro, dijo lo siguiente:

“Hay un abismo entre su capacidad de diagnosticar los problemas de la sociedad y su capacidad de poner en práctica las reformas que necesita el país. He dicho que tal vez el principal problema de un eventual gobierno de Gustavo Petro sería su ineficacia…”

El diagnóstico de Petro, sobre el cual reposa todo su discurso, se reduce a decir que la economía de libre mercado produce unos pocos ricos muy ricos y muchos pobres muy pobres y mucha desigualdad de ingreso y depredación del medio ambiente. O, dicho de forma un poco más dulce, aunque el sistema de libre mercado y propiedad privada es más eficiente en la producción de bienes y servicios, hay en él algo intrínsecamente malo que debe ser corregido por la acción redistributiva de un estado omnisciente y benevolente que, mediante los impuestos progresivos y repartiendo plata a troche y moche entre la turba de los descamisados, reestablezca la “justicia social”.

Eso no es un gran diagnóstico, al contrario, es pésimo diagnóstico que no se convierte en bueno por el hecho de que la multitud lo apruebe.

Todos los candidatos saben, o deberían saber, que la incidencia de la pobreza de un país está determinada por su nivel de desarrollo económico y que Colombia, tiene, medida por cualquier indicador, la incidencia de pobreza que corresponde al suyo. Un lugar común repetido sin cesar por los demagogos de todas las épocas y todos los lugares es hacerle creer a la gente que la pobreza puede desaparecer de la noche a la mañana y que si eso no ha ocurrido es por falta de “voluntad política”.

Pero en lugar de desmentir al demagogo mayor, todos se esfuerzan por parecérsele, razón por la cual más que “petristas” son verdaderos “Petricos”. Veamos algunos ejemplos:

Peñalosa, que se pasa la vida comparando su alcaldía con la de Petro, confiesa orgulloso su filiación:

 “Si izquierda significa darles prioridad a los pobres, comparemos quien mejoró más la vida de los pobres, si Gustavo Petro o yo…”

Federico Gutiérrez eleva la apuesta y, queriendo darse aíres de conocedor de datos, repite el numerito mágico en tono apocalíptico:

“Un país con un índice de pobreza de 42,5% no es viable”

Fajardo, el inefable Fajardo, repite la misma monserga, adobada ¡cómo no! con su infaltable condena general a la corrupción, que no a los corruptos con los cuales está aliado:

“Colombia se enfrenta a desigualdades profundas, a una pobreza en aumento y a la corrupción sin tregua”

Si todavía fuera economista, Alejandro Gaviria estaría diciendo que todo lo que dice Petro sobre la pobreza es una soberana tontería; pero no, prefiere convertirse en apóstol y proclama:

 «No represento a las élites, he defendido a los pobres».

En fin, Oscar Iván Zuluaga, es todo originalidad, con este increíble descubrimiento:

“Los Colombianos no estamos condenados a ser pobres”

Pero volvamos con Gaviria. En la entrevista citada arriba, confiesa que a Petro “lo respeto éticamente”.

El asunto es que Petro no merece ser respetado éticamente, todo lo contrario. Es obligatorio irrespetarlo, sino por sus crímenes pasados, de los que aún se enorgullece en su libro, o por apología e incitación al crimen durante las nefastas jornadas del paro nacional, a Petro hay que atacarlo moralmente por los crímenes que promete cometer si llega al poder.

Si no son capaces, que no lo son, de defender moralmente el capitalismo liberal, deberían por lo menos condenar la política económica criminal que promete adelantar desde el poder Gustavo Petro: expropiaciones, falsificación de dinero, escasez deliberada alimentos y bienes de consumo masivo. Pero no, los Petricos son incapaces de un ataque en línea en el terreno moral y se limitan a indicar que los desafueros de su ídolo son meros errores técnicos, que Petro diagnostica bien, pero es un mal ejecutor, que es ineficaz.

La campaña presidencial será cada vez más sosa con Petro y los Petricos dedicados a exhibir baratijas electorales – subsidios por aquí, subsidios por allá, renta mínima garantizada acullá, etc. – todo lo cual se traducirá en un gobierno más grande con mayores impuestos, que lastran la economía, para financiar el sistema de corrupción legalizada que llaman rimbombantemente “política social”. En esa oferta desmedida de baratijas el demagogo mayor ya les ha tomado ventaja a sus pequeños aprendices.

Increíblemente los Petricos, dedicados a la contabilidad de la pobreza y a la confección de fórmulas mágicas para hacerla desaparecer, no parecen darse cuenta de que la economía de mercado y las instituciones democráticas están bajo ataque y que enfrentan una ofensiva externa, desde Venezuela, una ofensiva jurídica, desde el propio poder judicial, y una ofensiva violenta, cuya más reciente manifestación fue el paro armado de abril, mayo y junio.

La única que parecía entender lo que está en juego, tanto en el terreno económico como en el político, era María Fernanda Cabal, pero el Centro Democrático, en lo que puede convertirse en su más grande equivocación histórica, desechó su candidatura prefiriendo aportar a la contienda presidencial un Petrico más.

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista. Docente. Consultor ECSIM.

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