¿Por qué elegimos malos políticos para que nos gobiernen?

lamentablemente, la democracia tiende a ser el gobierno de aquellos que no se gobiernan así mismos


La respuesta a esta pregunta la dio Platón hace una buena cantidad de siglos. La democracia fomenta ciudadanos que, en vez de pensar con la cabeza, piensan o con el estómago o con el corazón, es decir, eligen a sus gobernantes en virtud de los beneficios que puedan conseguir desde un tamal hasta un puesto en la alcaldía, o bien, se deciden por uno u otro candidato por las efervescencias de sus pasiones iracundas o melancólicas.

En este sentido, la cuestión política no se dirime en una elección de orillas ideológicas, o sea, entre un candidato de derecha o izquierda, haciendo que el primero sea malo y el segundo bueno, o viceversa según sea el caso; todo es un asunto de profundidad y desarrollo moral de cada uno de los ciudadanos y como repercute esto en las elecciones políticas que hacen.

La conciencia moral de los seres humanos no es la misma desde su nacimiento hasta su muerte; hay unas etapas bien marcadas que el psicólogo Lawrence Kohlberg, describió bajo las categorías de moralidad preconvencional, convencional y posconvencional. La diferencia entre una y otra etapa, está determinada por las motivaciones que impulsan a un ser humano tomar una decisión.

En el caso del estadio preconvencional (correspondiente a la etapa infantil), los seres humanos toman decisiones movidos por el premio o el castigo, algo que, sin duda, recuerda aquellas actitudes y acciones de ciudadanos que venden un voto o apoyan a un político por las recompensas que pueden recibir.

En el estadio convencional, el móvil determinante es la presión o la identificación social, o sea, todo lo atinente a la emocionalidad. Los políticos han sabido explotar este recurso y no han dudado en tratarnos como adolescentes inmaduros que se dejan llevar por pensamientos tribales donde en vez de comportarse como gobernantes con partidos políticos, parecen una estrella de cine con su club de fans.

“Eres uno de nosotros o estás contra nosotros”, “Mamerto o facho” o “Si gana tal candidato nos convertiremos en otro país” son expresiones que se escuchan o se intuyen en el imaginario social, y solo hablan de esa lógica de convencer y persuadir al otro por medio de emociones no reflexionadas, de exacerbaciones identitarias que no son consecuentes con la realidad.

¿Por qué elegimos tan mal? Porque lamentablemente, la democracia tiende a ser el gobierno de aquellos que no se gobiernan así mismos, sino que padecen la tiranía de su egoísmo y sus emociones.  Los políticos nos suelen tratar como niños o jovencitos que no han alcanzado la mayoría de edad, no en términos cronológicos, sino de desarrollo moral, como también lo llegó a entender Kant antes que Kohlberg; una cosa es que la voluntad humana sea esclava de condiciones irracionales que le son externas a su propio juicio, y otra es dirigir la propia vida a través del razonamiento y la convicción, lo cual estaría indicando un nivel posconvencional de desarrollo moral.

El uso de la racionalidad supone la autonomía para el ciudadano, una liberación de las presiones que usan los políticos corruptos y mal intencionados para acceder al poder; si ya no te pueden comprar con puestos ni tampoco crees en sus espectáculos al mejor drama mexicano, entonces queda el camino abierto para elegir no lo que es bueno para ti o para tu tribu, sino el mejor bien para todos.

Andrés Zorrilla

Filósofo y comunicador político,
Investigador,
Diseñador estratégico para la innovación

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