“En lo que escriben con la pluma de su alma tratan de esbozar un nuevo país donde el rojo de la bandera no se desborde y el amarillo no solamente le pertenezca a unos pocos”
Por estos días una serie colombiana se ha ganado la atención del mundo entero, y aunque su calidad en cuanto a producción es intachable, su trama no deja de alimentar el estereotipo del colombiano buscando siempre la salida fácil. A veces pareciera que en nuestro país solo se pueden narrar historias de robos, narcos, masacres o guerras, que al llevarlas a la pantalla grande, si acaso, logran crear un poco de conciencia. Pero en esta tierra de paradojas, así como producimos narcos al por mayor, también lo hacemos con poetas que ahora se encuentran en un fuego cruzado del que esperan salir intactos.
El símil del joven y la poesía se constituye como una imagen hermosa y surrealista. Detrás de unos versos siempre se va relatar una realidad que produce una gran variedad de emociones, ¿Y qué se puede esperar de unos poetas que escriben en una tierra tan impredecible y donde se cosecha tanto miedo? Sus productos tienden a ser muy potentes y llamativos, tanto que van perdiendo sus matices en medio de un proceso donde lo que se visibiliza son las mismas metáforas desgastadas que predominaron en un tiempo que ya no está presente. Y a lo Federico García Lorca, muchos jóvenes mueren fusilados por figuras invisibles a las que cuesta encontrarles la mínima responsabilidad, y como en un poema, el olvido selectivo se esparce por los aires para que nunca más nadie se pueda acordar.
La muerte que se le da el joven en nuestro país tampoco está libre de magia literaria, porque aunque quieran hacernos creer que es una cifra más que hay que enfrentar o un pico a controlar, las estadística no cuenta a los que mueren en vida y les toca escapar casi que exiliados de sus tierras por la escasez de un recurso intangible llamado esperanza. La misma voz de estos poetas podría narrar los hitos de muchos de sus pares que tuvieron que renunciar a todo para probar suerte, lejos de los suyos y perdiendo aquello por lo que alguna vez trabajaron, porque se les ve como unos seres despreciables que no piensan y ponen en riesgo el legado histórico que se ha construido con sus ideas coloridas, alocadas y en contra de la naturaleza. Sus luchas se desmeritan, bien sea mezclando el rojo carmesí con el plomo o satanizando los cantos que salen estruendosos de sus bocas, atribuyéndoles ideas ofensivas de las que quizás no conozcan ni sus más íntimos vestigios.
Y aunque a lo lejos el panorama se parezca a una oscura tormenta, siguen constantes en su lucha y no conocen ni siquiera las nociones más primarias de la renuncia. En lo que escriben con la pluma de su alma tratan de esbozar un nuevo país donde el rojo de la bandera no se desborde y el amarillo no solamente le pertenezca a unos pocos. Los que miran desde arriba a veces los tildan de ilusos y los subestiman, pero su juventud los llena de tanta vida que no encuentran algún obstáculo que los frene así sea en el detalle más mínimo, y en Colombia como se ha enseñado que soñar es condenarse, la navegación en contra de la corriente empieza a generar uno que otro problema que no es conveniente para algunos personajes dentro de la historia. El joven al igual que los poetas rara vez siente miedo, y cuando lo tiene, lo convierte en arte o en algún tipo de expresión que le pone los pelos de punta a sus contradictores. Son la piedra del zapato de aquel que quiere ejercer un control desmesurado sobre la población, y ahora en unos tiempos tan raros, la frase de Maquiavelo que dicta: “Quién controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas” se vuelve todo un desafío para un país donde el 42,1% de la población (Cifra del DANE para el 2019) presenta ciertos delirios de poetas y un corazón apasionado con ganas de luchar por un futuro mejor.
La voz de los jóvenes nació para ser libre y no asesinada. En su lucha constante han ido redactando miles de poemas que tienen como tema central la esperanza, el progreso y la libertad. Desafiando las verdades absolutas y redefiniendo la historia que alguna vez hizo tanto daño. A veces se les quiere hacer creer que lo de ellos es solo los versos, pero esto es un distractor para que no haya una mayor consciencia de que las páginas que siguen en esta novela llamada Colombia saldrán de su puño y de su letras. Solo ellos tendrán la potestad de decidir si van a seguir narrando la historia con el mismo estilo que se ha mantenido por más de cincuenta años, o darle a vuelta al asunto y empezar a escribir en prosa. Son la voz de los que ya no están y su fuerza va hacer justicia por todos aquellos que se fueron y no pudieron ver un país en completa paz y lleno de esperanza. Si lo logran marcarían la historia y darían cuenta de que el colombiano nunca la tuvo fácil, y aun así, jamás desistió.
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