Pensar aceleradamente a baja velocidad

Ama el arte. De todas las mentiras es, cuando menos, la menos falaz.

-Flaubert

Me dicen que tenga cuidado con lo que yo escriba, cuando muera no sé si voy para abajo o para arriba

-Bad Bunny

Las ideas se conducen de un lado a otro, se mueven al ritmo del capricho sin necesidad de detenerse en ningún lugar. Uno de los problemas de la velocidad concierne al fin mismo del movimiento, porque, ¿a dónde vamos con tanta prisa? ¿Cuál es la meta, el punto final? La celeridad ha hecho que las metáforas del movimiento cambien con total impunidad. De lo cercano, la vecindad, los pies, el suelo y la tierra pasamos a movernos a escalas precipitadas como aviones, kilómetros por hora, milisegundos, megabit, etc. De alguna manera somos más hijos de la velocidad que de alguna patria o lenguaje. Los golpeteos de la existencia son una música estridente y apresurada, suben y bajan sus tonos, alternan silencios y asoman melodías; eso en el sentido más clásico, pues las aceleraciones hoy no se definen tanto como un canto sino como un beat, un ritmo que hace vibrar todo lo anterior a él y en el cual las palabras parecen innecesarias.

El psiquiatra brasileño Augusto Cury ha decretado que la enfermedad del siglo tiene que ver con el pensamiento acelerado. El exceso de información lleva a vivir incalculables actividades o viceversa. La violencia de la velocidad trae consigo variadas consecuencias psicosociales. No tengo la altura moral para quejarme de ninguna generación, no sé ni siquiera cómo se atreven a conjuntar a tantas gentes en un paraguas tan insípido, sin embargo, no logro entender el por qué los habitantes del siglo XXI no leemos hoy el Tractatus lógico-philosophicus de Wittgenstein. Digo este libro por decir otro, burlándome del azar, justamente porque su lectura ha sido el somnífero más especializado que he encontrado para entrar al mundo onírico en las noches de insomnio; ni clonazepam ni melatonina, la droga más eficaz es el aburrimiento.

La aceleración es el camino directo para los contenidos breves y sencillos. La información que pesa es excluida de los mandatos existenciales. Los contenidos ya deben estar digeridos y su comprensión corresponden a pequeños inputs. Lo instantáneo es lo único que puede consumirse a toda velocidad. El volumen de nuestras mentalidades debe caber en el tamaño de una pantalla de celular, nuestro humor debe tener la duración de un mensaje instantáneo, fugaz, una imagen o un meme. Los contenidos que no se pueden desmenuzar en pequeñas partes (como el Tractatus) porque son un todo complejo nos superan y de ahí parte nuestra reproducción constante de dependencias triviales. Consumimos nuestro tiempo en escenarios irreflexivos y vulgares. Ahora, me declaro culpable, aunque reconozco la enfermedad y lo efímero del espectáculo, la espontaneidad de la aceleración y su tufo de insensatez, irreflexión y mediocridad me resultan encantadores; es vivir todo el tiempo en modo tentativo.

Ya debemos aceptarlo, añorar con nostalgia el pasado es profundamente conservador. Abracemos nuestro tiempo vertiginoso y sus modos originarios de expresión discordante.

Sería fácil argumentar que contra la aceleración debemos entregarnos al instante, volver a la lentitud, ser más sabios e ilustrados, pero no lo creo así. Para acabar con la velocidad del tiempo necesitamos otras aceleraciones, reconocer al enemigo y usar su poder a nuestro favor. Hay en nuestro andar desbocado un refugio que no tiene que ver con la parsimonia o la construcción de un espacio interior zen, más bien se aproxima a ser más vertiginosos, audaces e imaginativos, usar la velocidad para resistir. Ser utopía y volar en la imperfección.

Hace unos días, en unas pocas sesiones, la acción de uno de los más castigados comercios de videojuegos, GameStop, subió a un ritmo desconcertante, pues el aumento de su valor fue impulsado en una plataforma llamada Reddit, específicamente en su foro nombrado WallStreetBets, que cuenta con tres millones de suscriptores. Lo que primero funcionaba como un muro de los lamentos donde los usuarios de la bolsa compartían problemas, bromas y memes, se convirtió en el centro de un movimiento sin precedentes, poniendo en problemas a los dueños del mercado, logrando subir en un 50% las acciones de Gamestop. Para sacudir el sonido no necesitamos cadencias, sino más repeticiones. Hemos llegado al tiempo de acelerar las obstinaciones.

Al detenernos, al aquietar nuestras pasiones, descubrimos nuevas delicadezas; entre los pasos y la respiración se funda un interior de suspiros y afecto. No obstante, en la aceleración y sus resistencias también tenemos contacto con nuestra naturaleza maldita.

El núcleo de nuestras experiencias como contemporáneos no obedece al tiempo parsimonioso de la expectación. El siglo de la velocidad tiene una banda sonora que se parece más a la melodía gangosa de Bad Bunny con su trap, que a la armonía cuidadosa y poética de Bob Dylan, y la razón es sencilla, el puertorriqueño expresa más palabras en una canción que el Nobel de Literatura de 2016. Vivimos en el siglo de la cuantificación. Una canción del artista boricua llamada Safaera tiene 711 palabras, mientras que cualquier éxito de Bob Dylan no pasa de 200, como su canción emblemática, Blowin in The Wind, que tiene 131. Lo que estoy diciendo es que tenemos que hacer poesía como Dylan al ritmo de Bad Bunny. Ser aceleradamente lentos.

La forma de la velocidad es desconcertante y contradictoria, dialéctica e hipnótica, imperfecta. La aceleración no es ni buena ni mala. Es su contenido, su estética, todo aquello que nos desciende a los infiernos o nos alza a los nirvanas. Vulgaridad o elegancia, aerodinámica o pesadez, la aceleración es una enfermedad de la que todos estamos contagiados y no nos queremos curar.

Juan Pablo Duque Parra

Colombiano y vivo en México. "Con edad de siempre, sin edad feliz".
Psicólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Mágíster en Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y Magíster en Comunicación de la UNAM. Estudié Escritura Creativa en Aula de Escritores (Barcelona). "Un jamás escritor a un siempre lector".
Profesor universitario, sea lo que eso signifique.

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