Para un país corrupto la paz está lejos

El Gobierno nacional avanza en los diálogos con las FARC para poner fin a un conflicto de más de 60 años. Las FARC no son el único grupo armado en el país, pero sí es el de mayor presencia territorial, motivo por el cual conseguir su desarme y reincorporación a la vida social y política posibilitará trabajar y promover relaciones de respeto mutuo en las que prevalezca el interés general y el bien común.

El posconflicto implicará, para los que tenemos un verdadero compromiso ciudadano, más investigación, más firmeza en los principios, más trabajo y más sacrificio. Modernizar el Estado no será fácil e implicará ser asertivos al momento de enfrentar importantes realidades: sistema de educación, sistema de salud, administración de la tierra, sistema electoral, sistema de justicia, ordenamiento territorial y descentralización, sistema anticorrupción, lucha contra el narcotráfico y medio ambiente.

Realidades todas que se deben poner a prueba en la dimensión regional, en los municipios, corregimientos y veredas más apartados del centro, donde se presentan mayores brechas de desarrollo, pues como señala Weber: “En un Estado moderno, el gobierno real no se hace efectivo en la vida cotidiana por medio de los discursos (…), sino a través de la gestión diaria de la administración (…)”. El Estado debe hacer el esfuerzo constante por estar presente en la vida cotidiana cuando el ciudadano así lo requiera.

El enfoque territorial en Colombia no es nuevo y se remonta a 1958 en la presidencia de Lleras Camargo, quien creó la Comisión Especial para la Rehabilitación, una estrategia de focalización en zonas afectadas por la violencia. Aquí es importante señalar que una de las ideas que ha predominado desde ese momento ha sido llevar el Estado a las regiones, partiendo del supuesto que allí hay un vacío que espera ser llenado. Por el contrario, en estos territorios, señala Claudia López: “nunca hay ausencia, siempre hay alternativas… El Estado necesita más que mandato normativo y legal para imponerse sobre esas alternativas o competidores. Necesita establecer cómo empata y adapta su oferta de poder, servicios y arreglos institucionales a las alternativas existentes en las regiones. Aún en el supuesto de derrota militar o cooptación de los competidores directos, el Estado es el “nuevo” en las regiones y su oferta para regular la población y el territorio debe empatar con las alternativas existentes para poderlas sustituir”.

Bajo esta lógica, el Estado deberá no solo ser diligente en  brindar oportunidades de educación para los que quieren tener otra suerte diferente a la del trabajo en el campo (como sugiere James Robinson) o, por el contrario, actuar con justicia social sobre el acceso y el derecho a la tierra para quien se relaciona con su entorno a partir del arraigo. Y a su vez brindar una atención oportuna en salud y establecer mecanismos de justicia cercanos, permanentes y efectivos. Sino que también deberá trabajar y fortalecer verdaderos liderazgos políticos y sociales que se encuentran en todas las regiones del país, cuyo trabajo es reconocido por la comunidad pero marginado por los arreglos de poderes particulares entre la periferia y el centro.

Por eso la paz es más que terminar un conflicto, reparar a sus víctimas y llevar el Estado a las regiones. La paz en su acepción más básica es el establecimiento de una “relación de armonía entre las personas”. Y sobre esta idea lo primero que uno debe reconocer es la responsabilidad sobre las consecuencias de sus decisiones y, lo segundo, el deber de encaminar su conducta hacia el bienestar del otro. Tener consciencia de esa responsabilidad, y de ese deber, es indispensable para políticos y líderes, pues son quienes toman las decisiones más importantes del país. Esa consciencia se construye a partir de tres nociones:

  • La noción de la interdependencia que caracteriza a los individuos de una sociedad, para potenciar nuestra elección como animal social. Amartya Sen señala:

No encuentro dificultades especiales para creer que los pájaros, las abejas, los perros y los gatos revelan sus preferencias mediante sus elecciones; en el caso de los seres humanos es cuando tal proposición no me parece especialmente convincente. Un acto de elección de este animal social es, en un sentido fundamental, siempre un acto social. Puede que sea mínima o confusamente consciente de los enormes problemas de interdependencia que caracterizan a la sociedad… Pero su conducta es algo más que la mera traducción de sus preferencias personales.”

  • Obrar de tal modo que la conducta pueda convertirse en regla de conducta universal, en un ejemplo para su comunidad y otros líderes.

 

  • La disposición para obrar de acuerdo a los valores construidos en sociedad no garantiza felicidad, es posible incluso que haga más difícil el porvenir. Kant comprueba que hay bribones, tramposos o, más coloquialmente, avispados que son más felices que mucha gente honrada.

 

En nuestro mundo la felicidad y la virtud no marchan juntas, no porque sean incompatibles (Kant no es pesimista hasta este punto), sino porque nada garantiza su conjunción, su proporción, su armonía, nada asegura que el hombre virtuoso alcance la felicidad.

 

[…] Dicho esto, debemos ocuparnos menos de lo que nos puede hacer felices que de lo que nos hace dignos de serlo. Es el principio de la moral: Actúa de tal suerte que seas digno de ser feliz.

Pero la expresión más simple y clara de este acervo filosófico se encuentra en la moral cristiana y su regla de oro: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.” (Mt 7:12). Pero también se encuentran poderosos aforismos en la religión hindú, budista, musulmana y en las tradiciones judías, tal y como este: El que ama a los demás será amado a su vez; el que hace prosperar a los demás prosperará a su vez” (Mô-tseu).

Lo anterior para decir que este es el marco moral al que aspira toda sociedad; la moral, más que la norma, sustenta la armonía entre las personas. En Colombia, uno de los países más felices del mundo, es más sencillo hablar sobre un marco inmoral que todos comparten y en el que todos se mueven sin ninguna restricción legal o cultural, y que en la práctica se identifica como el clientelismo y la corrupción. En gran medida, esto puede explicar la felicidad del país, que no es propia de quien actúa de acuerdo a un conjunto de valores y principios morales (pues seríamos el país más digno del mundo) sino, por el contrario, de quien sin importar las consecuencias de sus actos sobre los otros está dispuesto a todo por alcanzar el máximo beneficio personal, está dispuesto a robarse el dinero de la alimentación de los niños más pobres y a cambio ofrecerles comida con gusanos, a robarse el dinero de la salud y dejar morir a la gente en las salas de espera, a ser cómplice de la contaminación y explotación de los ríos que dan sustento a las comunidades ribereñas, dar grandes subsidios a las familias más ricas del país para que sigan explotando al campesino que es quien trabaja realmente la tierra, robarse las regalías de un departamento pobre como el de La Guajira, acosar sexualmente a sus subalternos y aceptar un cargo para el cual no se tiene el perfil.

El reto es reconocer y fortalecer nuevos liderazgos sin caer en prácticas clientelistas, permitiendo el surgimiento de una nueva fuerza política digna para el ejercicio del poder, una fuerza política digna que gobierne con transparencia, con participación ciudadana y compromiso por el interés general. El primer paso para la paz es construir un movimiento en el que se pueda ser digno por el hecho de representar los valores con los que se construye una sociedad justa y en paz.

Será imposible cambiar un país con aquellas personas que tienen por certeza que la corrupción es inherente a la condición humana, una noción que hoy riñe con los hallazgos científicos que afirman que “en la historia de la evolución ha imperado más la colaboración entre las especies que la competencia despiadada entre ellas”.

Ser un líder honesto en Colombia es la más exigente tarea; marginado por el poder, sin recursos suficientes, expuesto a amenazas, el líder mantiene la voluntad intacta para trabajar por los niños y niñas de su comunidad, por las víctimas, por las madres cabeza de familia, por toda la gente de su barrio o corregimiento. El reto está en rodear estos líderes, en formar otros nuevos desde la juventud y establecer una red entre el centro y la periferia del país, entre personas honestas de las ciudades y de las zonas rurales. Así se construye el compromiso ciudadano, así se construye la paz de un país.

Para un país corrupto la paz solo será posible cuando logre remplazar todos sus falsos líderes por líderes que no tienen precio y que buscan hacer digna la forma de vivir de hombres y mujeres libres. ¡Nos llegó la hora de preocuparnos por los líderes que se preocupan por todos!

PD: Este sábado 20 de febrero a las 2:00 p.m. en el colegio San Ignacio de Loyola de Medellín,  todos estamos invitados para hacer parte un gran Compromiso Ciudadano por Colombia, será la oportunidad de construir entre personas honestas y apasionadas un movimiento político organizado con opción de poder.

Juan Camilo Salazar Martínez

Tengo 31 años de edad, sobre mí puedo decir que soy Politólogo y Especialista en proyectos, ciudadano motivado por participar en procesos de transformación social y política en busca de un cambio en medio de las injusticias que produce la corrupción. Pero sobre todo, soy el esfuerzo cotidiano por tomar las decisiones correctas que contribuyan a mi felicidad y la de los demás.

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