Y de repente, su nombre, que era apenas una referencia de culto, según su biógrafo Juan Serrano, ocupó los titulares de los periódicos, y sus apellidos se hicieron impronunciables en la dicción rauda de los periodistas de la radio. Algunos más distraídos, lo creyeron un advenedizo que formulaba una tesis fantasiosa para llamar la atención y asegurarse un despliegue de relumbrón. Lo que pocos saben es que el hombre que sacudió el poder con una revelación insospechada sobre la responsabilidad de Virgilio Barco en el genocidio de la Unión Patriótica, siempre ha hecho eso: desenterrar verdades ocultas, indagar con obstinación, sin los afanes de las salas de redacción, y buscar en los pliegues secretos de la historia las costuras que el bronce de los bustos y la pompa de los héroes se empeñan en desconocer.
Alberto Donadio Copello leyó la totalidad de la obra de Arthur Conan Doyle, y aprendió del célebre detective Sherlock Holmes, que solo el conjunto de piezas urdidas con precisión de filigrana, y el pálpito de sabueso en la orientación de la pesquisa, permiten formular una hipótesis. Pero a esto le antecede el rastreo y la lectura paciente de los documentos. Algo en lo que Donadio ha dado a los investigadores lecciones proverbiales.
¿Quién sino él nos reveló que el conflicto Colombo – peruano, en el gobierno de Enrique Olaya Herrera, logró un armisticio y posterior acuerdo fronterizo, no gracias a la capacidad negociadora de las cancillerías de los dos países, sino por las presiones comerciales que supo interpretar el gobierno gringo para no cesar la producción de caucho?; ¿Alguien distinto a Donadio documentó los autopréstamos y despilfarros de un pintoresco rufián llamado Luis García Morales, quien desde antes de ser ministro de hacienda del gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, abría fantasmagóricas filiales del banco estatal Popular en países como Guatemala, Haití y Bolivia?; ¿En alguna historia oficial se encontrarán rastros de la anuencia de los gobiernos de Eduardo Santos Montejo y Alfonso López Pumarejo, burlando la consulta al congreso colombiano, para permitir, durante y después de la segunda guerra mundial, la presencia de tropas norteamericanas, al punto de crear en Fusagasugá una especie de hospicio para albergar alemanes sospechosos de simpatías con el Tercer Reich?; ¿Existe un medio de comunicación que haya investigado, como lo hizo Donadio, la falsa acusación y el montaje jurídico, que en una conjura asfixiante, el gobierno de Andrés Pastrana asestó contra el banquero ecuatoriano Nicolás Landes? Las respuestas a estos interrogantes se encuentran en los libros de Donadio, fruto de cientos de horas de arqueología documental en los archivos más valorados del mundo entero.
Cuando apenas era un estudiante de derecho en la Universidad de Los Andes, y motivado por la lectura del libro Primavera Silenciosa de Rachel Carson, enfrentó a los traficantes de fauna silvestre con un asedio jurídico insólito y demoledor en aquella época en la que poco se conocía de ambientalismo en el país. Esto le mereció el respaldo de organizaciones como World Wildlife Fund (WWF) y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Pero fue también el ciudadano, que desde las trincheras de la Unidad Investigativa de El Tiempo, que integraba junto a Daniel Samper Pizano y Gerardo Reyes, rescató el artículo 320 del Código de Régimen Político y Municipal expedido en 1913. Esta vieja e ignorada norma, le permite a los reporteros y veedores, acceder a los documentos oficiales sin cortapisas. No en vano, y en honor a esta labor, en algunos círculos de estudio jurídico se le conoce como el padre del acceso a la información pública en Colombia.
La costumbre de Donadio es derribar las sacrosantas verdades, incluso las consignadas en libros apologéticos escritos por académicos de Oxford. La nuestra es una historia difícil de creer cuando se desempolvan los episodios y se auscultan las decisiones que tras bambalinas han incidido en el rumbo de los hechos. Los horrores padecidos se esclarecen, y la bruma del olvido se esfuma para designar responsabilidades y reconocer culpas. Por ser Colombia un país de sucesos y personajes delirantes e inverosímiles, resulta comprensible que sus libros, como Colombia Nazi, sirvan de fuente de creación a novelistas talentosos como Juan Gabriel Vásquez. Quizá la literatura, en las anchuras de sus licencias creativas, se permita comprender y ahondar lo que los áulicos rabiosos se niegan a admitir.
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