¿“Ciudadano de bien”? No, señores de la buena conducta, no soy un “ciudadano de bien”, qué pena.
Salgo a protestar por los abusos del gobierno
No estoy de acuerdo con los que roban tierras
Ni con los que se cagan en los derechos obreros
Y empeñan al país y venden las empresas públicas.
No soy un “ciudadano de bien”. No estoy de acuerdo.
Ni con usted, banquero y avaro y agiotista
Ni con el que da las gabelas a la corrupción
Ni con el que traza puentes que jamás inauguran
Ni con los que diseñan puentes que se caen antes de inaugurarlos.
Me avergonzaría si fuera un “ciudadano de bien”,
Es decir, uno de esos que ama la esclavitud
O uno de los que esclaviza.
Me gusto, así como soy: pura desobediencia
Me gusto así, sin narcisismo, por la repulsión que ustedes me provocan:
“Ciudadanos de bien” que son asesinos, torturadores, explotadores.
Ni riesgos que ustedes hagan parte de mis afectos.
No soy un “ciudadano de bien”, pero me simpatizan los legendarios ladrones de bancos
No soy ciudadano de bien, pero me gusta preguntar, como un poeta alemán:
“¿Y esto de dónde? ¿Por qué esta cuenta tan alta?”
Ciudadanos de bien eran los creadores de los campos de exterminio
Y los que arrojaron la muerte atómica a Nagasaki e Hiroshima
Y qué buenos ciudadanos eran los que desde sus cómodas oficinas
Mandaron a exterminar niños y ancianos con napalm y bombas.
No soy un “ciudadano de bien”, que se arrodilla ante el verdugo
Y besa los pies malolientes del dictador.
Para no serlo, me bastan el grito, el desdén por los atropelladores y la cabeza en alto, como los estudiantes aquellos que “rugen como los vientos”.
Cuando usted define que es un “ciudadano de bien”, me asalta la sospecha.
Yo no lo soy. No creo en los “ciudadanos de bien”. Y su doblez me asquea.
¿Que quién soy yo? A usted que le importa. Sepa, en todo caso, que solo soy un ciudadano.
Señores de la buena conducta, no insistan: no soy un “ciudadano de bien”.
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