No se puede hacer arte lo que no lo es.
El 11 de enero de este año, mientras recorría mi espacio en Twitter saltó un bloque interesante de información, se trataba de un tuit de la periodista Salud Hernández. Un trino que desató toda una polémica sobre un asunto álgido en los debates contemporáneos: Las corridas taurinas. Por una parte, estaban quienes hacían defensa de las corridas de toros y, en el otro extremo, los animalistas que defendían la vida de los cudripedos. Ambos se posicionaban en lugares de enunciación que caían -según yo- en errores de argumentación gravísimos. Sin embargo, lo que más me llamó la atención era la alusión constante al sentido estético que tenía lo que en estos espacios ocurría. Para los taurinos esta actividad hace parte del patrimonio artístico y cultural de la Nación, postulan que dicha actividad es en sentido amplio un arte.Los animalistas, por su parte, postula que: si las corridas taurinas se consideran arte, entonces cuando uno de los animales utilizados en dicha actividad lesiona a un torero, entonces, ello debería ser considerado también como algo bello. Las anteriores afirmaciones me parecen graves y, por lo tanto, quisiera que me acompañen a reflexionar al respecto.
Según Oxford Living Dictionaries (en español) el arte es toda “Actividad en la que el hombre recrea, con finalidad estética, un aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas, valiéndose de la materia, la imagen o el sonido”. Como lo menciona Oxford, este es un compendio de realidades que se ven expresadas bien sea de manera abstracta o tangente en una forma estética. De ahí que las afirmaciones dichas por estos extremos de opinión sobre las corridas de toros como una actividad artística me parezcan indebidas. Dicho lo anterior, debemos aclarar que las corridas de toros no pueden postularse como arte, dado que, no presentan estas tres características: estética, belleza y no son una representación de una realidad. La primera característica, la estética, está directamente relacionada con la forma como se presentan las actividades o representaciones artísticas. La segunda, la belleza, se refiere a la forma y gracia de las representaciones de la disciplina artística y una comparación con la actividad en cuestión. La tercera -que representa una realidad- nos llevará a distinguir una representación del contexto mismo. Iniciemos entonces el análisis de las afirmaciones de los taurinos y animalistas.
El primer elemento para la corrección lingüística y contextual de los actores del conflicto taurino, es la estética. Está en palabras del filósofo Mario Bunge es “un montón de opiniones injustificadas” de las cuales concordamos con el pensador afirmando que: “quienes no tienen experiencia artística debieran abstenerse de hacer estética”. La estética es la vara con la que se mide el ojo –por hablar de modo coloquial- del artista, porque hace referencia a la forma bella con la que se hace una actividad. Por lo anterior, para quienes conocemos la forma de funcionamiento de las corridas se nos hace claro que estas en ningún momento se presentan de maneras estéticas.Tanta sangre y dolor presentado en esta actividad puede ser todo menos estético, es por el contrario repulsivo.
Ahora bien, lo que ocurre en las corridas de toros también carece de la segunda característica del arte, carece de belleza. Para Platón la lindura no solamente era aquello que da placer sensorial, que agrada a los sentidos, sino que era “todo lo que causa aprobación o admiración, lo que fascina y agrada en cualquier de sus formas. La beldad platónica es la misma que las escuelas artísticas han seguido, desde hace siglos. A quienes nos apasiona el arte sabemos además que el concepto de belleza esconde algunos problemas asociados a la discriminación de ciertos gurpos de persona. Y la belleza no se trata en tiempos contemporáneos de estándares comunes sino de visiones subjetivas. Así pues, a pesar que la actividad taurina es bastante admirada, que para algunos resulta fascinante en mi percepción subjetiva el hecho de ver un animal herido o un toreo alcanzado por los cuernos de estos cuadrúpedos, es espantoso.
Nuestro último criterio es la representación artística. Esta es en palabras de Sigmund Freud sería “toda aspiración de la realidad”. Es una aspiración en el sentido que muestra el deseo, la esperanza, el anhelo de acercarse a la realidad. Las representaciones no se tratan de una realidad en sí, sino que son -en esencia- la forma como se conciben estas. La tauromaquia es, por el contrario, una actividad real, de la que disfruta el público y que cuestionan los defensores de los animales. En consecuencia, podemos afirmar con mayor alevosía que esta acción casi que cultural -la de las corridas de toros- no es una representación artística. Pero si la tauromaquia no es arte, la postura animalista tampoco lo es. La afirmación hecha por los defensores de los animales cae en el mismo error y aún peor que la de los taurinos. Pues, es de analogía lógica que: si el daño causado a un toro en dicha actividad resulta antiestético, poco bello y es más una realidad que una representación artística, entonces, el daño que un animal pueda ocasionarle a un ser humano es igualmente poco estético, nada agraciado y demasiado real.
Finalmente, se debe comprender, que mi intención no es hacer una crítica destructiva en contra de los defensores de la tauromaquia o de los animalistas. Por el contrario, escribo estas líneas pensando en contribuir al enriquecimiento de la discusión sobre si debe o no preservarse dicha actividad. Pero tratando de orientar el discernimiento sobre argumentos certeros. Invito, en ese sentido, a todos los colombianos que a diario se ven enredados en los enfrentamientos de sectores y actores de posturas opuestas -que pueden o no ser las planteadas anteriormente- a que cuestiones las falacias argumentativas planteadas por estos actores. Es hora de generar el cambio, de formular inquietudes, de pasar de ser lectores y receptores pasivos de los debates a hacer parte de ellos. Y es que ¿dejaremos que nuestra Colombia siga siendo el mismo país donde cualquiera pueda esgrimir “argumentos” y defender posturas desde lo indefendible, lo ilógico, lo falso o empezaremos a ejercer nuestra ciudadanía de forma consciente, solicitando debates de altura frente a polémicas que son presentadas de forma inadecuada y sólo producen más conflictos? Creo que ahí está el asunto verdaderamente importante de esta columna y que por supuesto, por asuntos de tiempo, deberá ser discutido en otro momento, con más calma y claridad.
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