Nevermind, el álbum que sacudió (o salvó) mi vida

Hoy se conmemoran 25 años de Nevermind, álbum insigne de la agrupación Nirvana. Y del rock.

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Haciendo cuentas, llevaba más o menos 4 años sin escuchar Nevermind, el segundo álbum de la agrupación estadounidense Nirvana. ¿Por qué pasó tanto tiempo para volver a escucharlo? Bueno, porque mis oídos necesitaban alimentarse de nuevos sonidos y debo confesar que Nirvana ya no ocupa el “number one” en el top 10 de mis bandas favoritas.

Pero a veces, sobre todo cuando quería olvidarme de los deberes cotidianos (escribir, trapear la casa, hacer el almuerzo y volver a escribir), me ponía un par de audífonos bien potentes para escuchar una de las 13 canciones que conforman al álbum.

Como si de un impulso incontrolable (o más bien caprichoso) se tratara, iniciaba mi lista de reproducción con “Come As You Are”, potente oda a la autenticidad que bien cae en estos tiempos donde nos limitamos a ser la fotocopia de alguien. El riff acuático con que inicia la canción y la voz de Kurt Cobain metiéndoseme a la cabeza como un disparo eran suficientes para escucharla hasta cinco veces seguidas.

Atrapado por su dramático embrujo quería escuchar al menos otras dos canciones de Nevermind. La lista seguía con “Smells Like Teen Spirit”, canción con que arranca el disco y cuyo nombre proviene de una marca de desodorante. De ritmo electrizante y significado indescifrable, puede incitar a la rebelión contra las grandes corporaciones y sus alienadores productos, o simplemente referirse a una dramática ruptura amorosa.

Luego de sacudirme los huesos con este himno imprescindible de los años 90, mi pausa musical terminaba con “Something In The Way», conmovedor relato de un hombre que vive debajo de un puente y que además está inspirado en la agitada vida de Cobain, quien antes de ser la estrella rebelde que hoy conocemos dormía en las casas de sus amigos, apartamentos abandonados o en salas de espera de hospitales. Lenta y melancólica, la canción no deja de ser punzante y lo hace sentir a uno vulnerable, con deseos de aislarse de esta sociedad insensible.

Pasado el tiempo estas canciones, y las demás que conforman al álbum, siguen sonando tan potentes como cuando las escuché por vez primera en 2004, año muy bello y salvaje. Es más, mientras escribo esta nota siento que soy ese muchacho de 15 años, tímido, testarudo y un poco triste, que quería tener una banda de punk y patear al mundo con sus tenis Converse sucios y rotos.

Ahora que lo pienso, gracias a Nevermind pude darme cuenta de que el rock era esa música que me liberaría de cualquier atadura. Y es que el disco de por sí es un grito contestatario que se burla de la opresión y la hipocresía que a diario nos gobiernan.

Cuando salió a la luz el 24 de septiembre de 1991 más de uno tuvo una fuerte sacudida. Visceral, rabioso, ácido y destructivo, Nevermind mandó al carajo cualquier dogma musical, al tiempo que se conectó con miles de jóvenes que se sentían confundidos y desesperanzados.

-Con Nirvana, la gente quería algo distinto a nivel musical. En 1991, no había habido un disco Número Uno en todo el año anterior a Nevermind. Es como que ¿estaba muerto el rock? Pero el rock no había muerto. Solo se reinventó en el grunge y lo alternativo, el heavy metal, el hard y el punk, el art rock; toda esa mezcla de influencias. Todo se juntó para crear mucha música diferente. Pero lo que pasa es que había una sensibilidad distinta, una realineación -, dijo Krist Novoselic, bajista de la agrupación, a la revista Rolling Stone en abril del presente año.

Desde que se formó en el pueblo de Aberdeen (Washington) a finales de los años 80, Nirvana – integrada por Kurt Cobain (voz y guitara), Krist Novoselic (bajo) y Chad Channing (batería), quien más tarde sería reemplazado por  Dave Grohl –  tenía muy claro que reventaría los tímpanos de un sistema conformista con una música cruda y ruidosa.

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Tras la publicación en 1989 de su álbum debut, Bleach, la agrupación quiso llevar al máximo su consigna fundacional y al año siguiente, luego de la salida de Channing, comenzó a componer y grabar los primeros temas de su nueva producción discográfica en Smart Studios, estudio propiedad del productor Butch Vig (futuro baterista de Garbage) ubicado en la ciudad de Madinson (Wisconsin).

Sin embargo, una serie de inconvenientes, entre ellos un deterioro en las cuerdas bucales de Cobain, pausaron las grabaciones y estas pudieron seguir sin sobresaltos en 1991. Para ese entonces la banda firmó un modesto contrato con el sello Geffen Records, y entre mayo y junio, con el apoyo y la producción de Vig, se encerró en los Sound City Studios de Los Ángeles para grabar los temas faltantes durante extenuantes sesiones que duraron entre 8 y 10 horas.

Las mezclas estuvieron a cargo de Andy Wallace, coproductor del Seasons in the Abyss de Slayer, y el álbum, al que Cobain y compañía decidieron bautizarlo Nevermind en vez de Sheep, fue masterizado en agosto del 91.

Un mes después Geffen Records lo presentó con muchas reservas, ya que solo esperaba que se vendieran 250. 000 copias. Pero los cálculos de la disquera se quedaron cortos ante la avalancha de ventas que se vino después. Solo en 1992 se alcanzaron a vender 10 millones de unidades y gracias a ello ocupó el puesto número 1 en el listado de la Bilboard, desbancando al disco Dangerous del hasta entonces indestronable Michael Jackson.

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Nevermind, como lo señaló el periodista Will Hermes en un artículo publicado por la Rolling Stone el 24 de septiembre de 1991, “fue un álbum que definió la década de los 90, el LP que llevó el punk a la cultura pop y el hair metal a su final”.

“La escala de su éxito explotó hasta deslumbrar, fue la apoteosis de un movimiento alternativo que había estado haciéndose cada vez más fuerte durante una década. Fue a la vez un desaire al rock corporativo y un triunfo rotundo para la industria disquera”, agregó Hermes.   

Sí, qué mejor que Nevermind y sus canciones ruidosas y pegajosas para retratar el nihilismo de una década tan vertiginosa como la del 90 con . En esto estoy de acuerdo con el periodista. Pero al leer su elogioso comentario me es inevitable pensar en lo que pudo haber dicho Cobain ante el repentino éxito que lo puso en el ojo público. Lo traigo a colación porque para él la fama era una luz que encandilaba sus ojos y la música un medio para expresar su desazón permanente.

Revisando otro artículo que publicó la Rolling Stone en 1992, me encuentro con estas palabras que le dijo al periodista Michael Azerrad sobre el ascenso de Nirvana tras la publicación de su segundo disco:

-Lo he pensado mucho y no he podido llegar a ninguna conclusión (…) No quiero sonar egocéntrico pero sé que es mejor que la mayoría de mierda comercial que se le ha embutido a la gente durante mucho tiempo.

Quizás contrariado por el título que le dieron los críticos y sus seguidores de “voz de una generación”, Cobain le espetó a Azerrad esta sentencia honesta y a la vez lapidaria: “Yo hablo por mí mismo”. “Lo que pasa es que hay un montón de gente pendiente de lo que yo digo. Y creo que es alarmante porque yo estoy confundido como la mayoría. No tengo las respuestas. No quiero ser un maldito portavoz”, agregó.

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A riesgo de llevarle la contraria, o quizás para reafirmar su aturdido testimonio, Cobain fue un hombre vital y a la vez frágil que supo plasmar nuestras confusiones y desencantos. Su voz era, o es, un lamento que estremece al espíritu, un grito que aturde a las mentes más estrechas. De no haber sido por él y sus canciones lo que quedaba de aquel infame siglo XX habría sido una película monótona y predecible, una droga desabrida que habría achicado al cerebro.

La fama no pudo con su furia, ni él resistió su fascinante engaño. Cansado de cantar hasta el cansancio “Smells Like Teen Spirit”, así como de quienes estaban atentos de lo que dijera o dejara de decir, Cobain se refugió en el eterno trance de la heroína y el 8 de abril de 1994, con 27 años encima, decidió ponerle punto final a su vida pegándose un tiro en la cabeza con una escopeta. Se fue de este mundo un hombre afligido por las circunstancias, pero quedó un cantante que era la música misma.

Antes de terminar este texto vuelo a escuchar las tres canciones de Nevermind que hacen olvidarme de aquellos deberes cotidianos. Miro la icónica carátula del disco – un sonriente bebé sumergido en una piscina que intenta atrapar un billete sujetado a un anzuelo – y me acuerdo de la gracia que me causó cuando la vi a mis 15 años. Pero esa risa ingenua y burlona luego fue reemplazada por una sacudida que, para bien, me  abrió a otros sonidos, otras palabras y hasta a otras formas de ser y amar.

Sí, Nevermind sacudió mi vida y por eso lo escucho con nostalgia y algo de regocijo. Si mis oídos no se hubieran topado con ese álbum tan vital yo no estaría escribiendo estas palabras que usted lee, porque en algún momento estuve a punto de irme de este mundo como lo hizo Cobain aquel triste 8 de abril de 1994. Pero esa es otra historia. Por el momento la música vive, Cobain vive con sus canciones y nosotros estamos aquí, viviendo y escuchándolas.

Felipe Sánchez Hincapié

Medellín, 1989. Artista plástico, periodista, melómano y fumador empedernido. Ha participado en diferentes exposiciones realizadas en Medellín como Castilla pintoso, organizada por el colectivo venezolano Oficina # 1, en marco del Encuentro Internacional Medellín 07 (MDE07). Hizo su práctica en el periódico El Mundo de Medellín y ha publicado sus textos en publicaciones como Cronopio, Revista Prometeo, Cartel Urbano y Noisey.