México: De los sueños reformistas a la realidad de los mercados petroleros

Hace treinta y dos años las expectativas de crecimiento sostenido y prosperidad se diluyeron con una crisis de deuda que culminó con el impago soberano de México, el cual evidenció los problemas estructurales e institucionales de su economía y la incapacidad de corregir el curso de su política ante modificaciones temporales en la política económica internacional. Desde entonces se marcó un punto de inflexión en el diseño macroeconómico del país, y se apostó por un modelo eminentemente exportador. Modificación que resultó ser sólo nominal y parcial, sin ningún cambio profundo capaz de fortalecer a la economía local. El sueño de prosperidad de la segunda década del siglo XXI se ha convertido en una pesadilla con los actuales precios internacionales del petróleo, y afecta sustancialmente las pretensiones reformistas del gobierno peñanietista. Una pesadilla que ya hace tiempo se anunciaba, pero lamentablemente del ensueño de las promesas difícilmente nos gusta despertar.

Así como el algodón fue al siglo XIX el producto más explotado y ofertado en el mundo, el petróleo fue para el siglo XX y sigue siéndolo para el siglo XXI, la fuente principal de ingresos y estabilidad para algunas economías de América Latina. De allí se deduce que el ciclo económico, para un país como México, exportador de materias primas, se encuentra vinculado a las variaciones internacionales de los mercados, restando autonomía y capacidad de acción a los gobiernos para impulsar planes alternativos de crecimiento.

¿Cómo se puede observar el efecto de la caída en los precios del petróleo en la economía mexicana? Inicialmente con el anuncio del recorte presupuestal para el año 2016, lo que evidentemente deprimirá el ritmo de actividad económica, pese a que el comportamiento histórico a partir de 1994 del déficit fiscal no registra cifras tan extendidas. El recorte presupuestal para el sector energético asciende a 0.7 por ciento del PIB, y en el ajuste Pemex dejará de percibir 62000 millones de pesos, y CFE 10000 millones de pesos (aproximadamente 4752 millones de dólares). El sector energético se verá obligado a buscar un financiamiento en el mercado de capitales.  Pemex deberá comenzar a trabajar como una empresa productiva privada, y rediseñar sus criterios financieros de administración y operación.

Se vislumbra una situación complicada para el sector energético, que ya ha empezado a manifestarse en un recorte laboral en meses pasados. En la reciente entrevista publicada por la revista CNNExpansión, el Secretario de Energía Pedro Joaquín Coldwell, menciona que empresas petroleras internacionales están volteando hacia México para invertir su capital, y que incluso en la primera licitación abierta que inicio el gobierno —llamada «Ronda Uno»— para otorgar concesiones de exploración y producción de petróleo, ya se encuentran ExxonMobil y Chevron de capital norteamericano, ONGC Videsh de capital indio, Inpex de capital japonés, Shell de capital combinado holandés y británico, Diavaz de capital nacional y otras nueve empresas autorizadas para revisar información de estudios técnicos y geológicos. A largo plazo, y entendiendo que la licitación es para un período de 20 a 25 años, se espera que los beneficios netos esperados con las reformas se concreten, pero a corto plazo, con la caída de más de un cincuenta por ciento de los precios internacionales en seis meses, parece que la «revolución tecnológica» que se esperaba, se verá obligada a postergarse hasta que se normalicen los mercados y comiencen a recuperarse los precios. México seguirá siendo un lugar atractivo, seguro y rentable, bajo el supuesto de que los precios no permanecerán en los niveles actuales en los próximos años. El escenario geopolítico y la crisis de Europa del Este, contribuyen a la decisión de los capitales privados internacionales de apostar por México en el futuro.

Por el momento México enfrenta dos retos importantes: arreglar los problemas internos de su esquema macroeconómico para no volver a sufrir efectos severos que depriman su economía ante potenciales contingencias políticas que alteren el curso de los precios de manera negativa, y encontrar soluciones más acertadas para dejar de apelar al mandato de valor económico de exportar crudo e importar gasolina por ser lo más conveniente en el corto plazo, concepto que parece más un sofisma político para no sacrificar recursos —en realidad destinados a la política social y proselitista— en proyectos de largo plazo en el sector energético.

En relación a los beneficios de los precios actuales, algunos analistas señalan que aquellos sectores cuyos procesos de producción se encuentran vinculados hacia el exterior a través de los insumos que se importan, experimentarán una mejora en términos netos relacionada a una disminución de costos. Entre los sectores destacan: las aerolíneas, las empresas procesadoras de plástico, las empresas de logística con servicios internacionales y en frontera, y la agricultura. La volatilidad de los precios se puede compensar con un traslado de beneficios a través de los costos. ¿Eso es bueno? Para el consumidor lo es, pero es el reflejo de un sistema que trabaja en sentido inverso y carente de un desarrollado mercado interno. Cuando las cosas en los grandes mercados van bien, la economía mexicana va bien, y sus costos deben abaratarse con una política cambiaria controlada. Cuando las cosas van mal para el gobierno, pero bien para quienes aprovechan la condición de mercado del petróleo, los beneficios siguen sin ser homogéneos.

En la frontera norte del país se aprovechan los bajos precios, y el poder adquisitivo del consumidor no se ve tan afectado, pues se encuentran homologados respecto a los precios de Estados Unidos de América para evitar el tráfico de gasolina hacia México. Sin embargo, hacia el interior del país (centro y sur) Pemex asigna un precio sobre el costo aprovechando su posición de monopolio, y dicho diferencial se recauda, y va como ingreso a la ahora denominada constitucionalmente «empresa productiva».

La intención es convertir a la empresa  en una entidad productiva y competitiva, pero esa transformación parece deberá esperar, al igual que otros hidrocarburos cuyos procesos de extracción requieren mayor complejidad tecnológica. Por el momento México privilegia la austeridad económica, pero no la política. Con ello invierte más en promesas que en hechos, más en remiendos que en soluciones estructurales. El futuro parece acomodarse a los planes reformistas del gobierno, ¿Podrá acomodarse a los planes de prosperidad, crecimiento, cambio y estabilidad de la sociedad mexicana? Habrá que revisar la agenda, lo lamentable es que las adversidades más preocupantes que hay que sortear en el país van más allá de los mercados, y están adentro, en su frágil y amenazado Estado de Derecho.

Eduardo Medina Haller

Economista Postkeynesiano y Profesor Adjunto de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.

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