Más allá del fundamentalismo democrático

Casi todo el mundo dice ser demócrata hoy en día, pero no basta con esa afirmación para darlo por cierto. Esta es mi lista de los que no considero que crean realmente en este modelo político al mismo tiempo eficiente y lleno de defectos, que nos costó cinco mil años construir y millones de muertos inocentes:

1. No es demócrata auténtico quien tiene una foto de Fidel Castro en la mesa de su escritorio o en su casa, como gesto de admiración por quien evitó fundar una democracia por décadas.

2. Quien cree que Pinochet en el fondo le sirvió a Chile para progresar, a sabiendas de que fue un dictador quien, si bien permitió al final, a diferencia de Castro, la reconstrucción democrática, fue el mismo el culpable directo del fin de una democracia que funcionaba bastante bien

3. Quien tiene alguna duda de que Stalin fue tan genocida como Hitler o hasta peor, sólo por el hecho de haber convertido a Rusia en un país industrial y potencia mundial o haber ganado la Segunda Guerra Mundial.

4. Quien no cree que Franco fue una maldición para España porque había un peligro real de sovietización de la península ibérica, olvidando que fue cruel en la victoria y prolongó su dictadura hasta su muerte.

5. Quien en Colombia justifica mínimamente lo que hicieron las guerrillas o le concedió algún tipo de simpatía al paramilitarismo, más allá de ocasionales ataques de rabia por impotencia ciudadana ante injusticias reales.

Pero estos son más fáciles de categorizar, quienes actúan antidemocráticamente son menos demócratas aún y se caracterizan por lo siguiente:

1. Usan hasta un mínimo poder que tengan en el Estado para beneficiar sistemáticamente a su grupo de amigos, correligionarios o similares, por encima de la meritocracia que requiere la democracia.

2. Aún en el sector privado, pero dedicados al tema público, tienen un discurso prodemocrático permanente, pero actúan como principitos medievales a la menor oportunidad.

Y son demócratas de verdad, voten o no, quienes tratan de un modo u otro de que esta pesada máquina de las complejas democracias modernas funcione mejor (sobre todo en lo referente a justicia legal y social y estabilidad institucional), aunque sus esfuerzos, intelectuales o prácticos, no tengan resultados reales o por lo menos visibles en su individualidad.

Lo paradójico de la cuestión es que para que la democracia funcione se necesita de la ayuda tanto de estos demócratas de verdad como de los que solo lo son sólo de boca para afuera.

Mejor dicho, es tan compleja la estructura de la democracia moderna, que gústenos o no se necesita de la ayuda de quienes simpatizan o simpatizaron con dictadores de izquierda o de derecha o con grupos armados ilegales, mientras que sus acciones estén orientadas al perfeccionamiento de las instituciones. Incluso cuando mantienen nostalgias dictatoriales mientras éstas sean inofensivas. Y son estos multitud.

También hay mucha gente que atenta contra la meritocracia y peca de nepotismo ideológico o de otro tipo, pero al mismo tiempo realizan importantes gestiones para que mejore la democracia. Aunque sería importante limitar sus acciones indebidas, hay que aplaudir cuando hacen lo correcto. Tocó que rememos todos juntos, no hay otra solución.

 

Via: El Mundo.

David Roll Vélez

Profesor titular con tenencia de cargo del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia y director del Grupo de Investigación UN-Migraciones. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, abogado de la Universidad Pontificia Bolivariana, especialista en Derecho Constitucional del Centro de Estudios Constitucionales de Madrid y posdoctorado en Élites Parlamentarias de la Universidad de Salamanca.