“En definitiva, la atención que ha generado el cambio de directiva en Pachakutik nada tiene que ver con las bases indígenas a las que dicen representar ni con los procedimientos democráticos que dicen seguir. El motivo es más simple: la incertidumbre acerca de cómo votarán los legisladores de Pachakutik en el juicio político contra Guillermo Lasso”.
Pocas son las organizaciones políticas que consiguen que una elección para renovar su directiva convoque la atención de todo el país. Dada la inexistencia de procedimiento democráticos al interior de nuestros mal llamados partidos políticos, las elecciones internas no suelen ser más que la ratificación plebiscitaria de la decisión tomada por la cúpula de la organización, de modo que los resultados generan poca incertidumbre.
No obstante, la renovación de la dirigencia de Pachakutik —el brazo electoral de la principal organización indígena del país, la CONAIE— se convirtió durante este fin de semana en el acontecimiento más relevante de la política nacional. Lastimosamente, el motivo de esto no se encuentra en una repentina preocupación por la situación económica precaria de la población indígena ni por la discriminación a la que se ve sometida. Tampoco se trata de un inocente interés politológico por los procesos eleccionarios de una organización política que tenga algo que revelarle al agudo ojo de los estudiosos de los partidos políticos.
En definitiva, la atención que ha generado el cambio de directiva en Pachakutik nada tiene que ver con las bases indígenas a las que dicen representar ni con los procedimientos democráticos que dicen seguir. El motivo es más simple: la incertidumbre acerca de cómo votarán los legisladores de Pachakutik en el juicio político contra Guillermo Lasso. La elección de un peón del presidente de la CONAIE como coordinador del partido sugiere que no habrá ni pasa cafés ni ministerios para los legisladores de Pachakutik, retomando las palabras de la saliente subcoordinadora y candidata perdedora.
El enfrentamiento entre la directiva saliente de Pachakutik y la actual directiva de la CONAIE no es nada nuevo. Desde su génesis, el movimiento indígena ha sido el escenario de la disputa —no siempre amigable— entre dos formas de concebir la acción política de los indígenas, encarnadas cada cual en distintos personajes y organizaciones. La una, influenciada por la teología de la liberación y organizaciones políticas de izquierda revolucionaria, reivindica el carácter clasista de la lucha indígena; la otra, deudora de la experiencia en la gestión de programas de desarrollo con ONG’s, fundaciones, empresas petroleras e instancias estatales, asume la lucha indígena como una disputa por el reconocimiento de su identidad étnica y cultural.
A finales del siglo pasado ya se hacía patente esta división entre la organización madre y su brazo electoral, aunque en ese entonces eran los legisladores de Pachakutik los que reivindicaban la línea clasista en oposición al etnicismo de la CONAIE. Hoy ocurre lo contrario, pero el conflicto es igual de encarnizado.
Aunque ambas dimensiones definen la lucha de un sector históricamente oprimido y explotado, raras han sido las ocasiones en que la “unidad en la diversidad” ha sido la pauta dentro de la CONAIE. Más común ha sido, en cambio, que las divisiones interrumpan el crecimiento de su brazo electoral, que nunca ha resuelto si el alcance de sus objetivos rebasa o no la agenda del movimiento indígena.
En la elección del sábado, la coordinación de Pachakutik y la dirigencia de la CONAIE trataron de imponerse la una a la otra una salida particular a la crisis de una agrupación política golpeada por las acusaciones de venta de votos, por un lado, y de correísta, por el otro. Nos tocó asistir a una votación que se suspendió y se reanudó por la fuerza ante la impávida mirada de los delegados de un CNE que avala religiosamente los dedazos de cada organización política, asignándoles el dudoso membrete de “democracia interna”. La diferencia entre Pachakutik y el resto de organizaciones es que en la democracia comunitaria hay más de un dedo disputando la unción del nuevo dirigente.
Mientras los pachamamistas repiten incansablemente que los indígenas poseen unos atributos esenciales que los protegen de los vicios de la democracia liberal occidental, y que por ello sus dirigentes —a diferencia de los políticos mestizos— “mandan obedeciendo”, la situación actual de Pachakutik nos demuestra que no hay nada que distinga a los malos políticos mestizos de los malos políticos indígenas, salvo el hecho de que algunos llevan años tratando de convencer a quien tenga la mala fortuna de escucharlos de que los últimos no existen.
Como si de darle la vuelta a un guante se tratara, los pachamamistas —indígenas y mestizos, nacionales y extranjeros— han convertido el mito del buen salvaje en un discurso emancipador y decolonial.
Sin embargo, gracias a estudiosos serios que se han tomado la molestia de hablar con sus “sujetos de estudio” y a la lamentable exhibición de los dirigentes de la CONAIE y Pachakutik, ahora sabemos que la romántica imagen de una asamblea que delibera arduamente sobre cada aspecto de la vida comunitaria y toma decisiones siempre en consenso es poco menos que una caricatura de la realidad.
La férrea ley occidental de las mayorías se impone sobre la ancestral institución del consenso en el preciso momento en que el conteo de los votos decide los resultados, como ocurrió este sábado, muy a pesar del ahora ex coordinador de Pachakutik y su poco consensual estrategia de suspender la votación cuando se dio cuenta de que los números no le favorecían a su ungida.
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