‘No es justo que se prohíba el acceso a determinados lugares de la ciudad. No es justo atentar contra la integridad física de las personas para obtener un bien. No es justo volver a la inseguridad.”
Cinco de la mañana. Como de costumbre, mi teléfono alarma la necesidad de iniciar un nuevo día cargado de la misma rutina monótona que, por desgracia o no, vengo cumpliendo desde semanas atrás. Me levanto, estiro los brazos y voy a lavarme la cara, consigo, preparo mi maleta con los utensilios básicos y necesarios para ejercitar mi cuerpo en las primeras horas de mi día. Cruzo la puerta de mi casa que, analógicamente, podría ser el camino al infierno, ¿me pasará algo? murmuro mentalmente mientras más me acerco a la calle.
Todo parece estar tranquilo, un aire bastante agradable que provoca en escalofrío congruo excitante dentro de mi cuerpo, jóvenes y niños dirigiéndose a estudiar, señores y señoras que asisten a su jornada laboral, todo el entorno parece estar ameno y tranquilo, pero los medios periodísticos e informativos no dicen lo mismo. Durante mi trayecto, decido visualizar de manera rápida los principales titulares, entre los que se encuentran asesinatos, capturas a cabecillas de los grupos ilícitos o datos estadísticos que reafirman y controversia los sentimientos de tranquilidad que, minutos antes, sentía.
Llego a mi casa envuelto de sudor y un tanto cansado. Decido ponerme a estudiar temas básicos de mi carrera para así lograr llegar a la universidad con una mentalidad un tanto fresca, retroalimentada y renovada, mientras debato con mi madre la inseguridad y los actos maliciosos de la última noche en la ciudad. Bajo peticiones de meticulosidad y vigilancia en la calle por parte de mi madre, me dirijo hacia la ducha para lograr un aspecto limpio y brillante.
Tras arreglarme y organizar el morral con los cuadernos y algún que otro bolígrafo, decido ir hacia la estación Encicla más cercana a mi hogar, pues siempre he creído que utilizando dicho medio de transporte, además de contribuir a la resolución del tráfico y a la mejora del medio ambiente, extiendo mi ejercitación corporal trayendo así, multitud de beneficios, no sólo individuales, sino grupales.
Pedaleo y pedaleo, hasta llegar a la Alpujarra o, comúnmente conocido, el centro de la ciudad. Admito visualizar figuras y retratos temerosos, personas que se asustan al ver a un joven pasar al lado de ellas, ¿me robarán? se estarán preguntando cada una de las señoras aquí referidas.
Mientras me voy acercando a mi universidad, voy mentalizando el gran cambio que, no sólo Medellín, sino Colombia, está dando en materia de seguridad. ¿Cómo puede ser posible que en menos de dos meses Colombia esté empapelada de titulares llenos de sangre? Al igual que yo, eran muchos los que pensábamos que la Colombia roja, sacudida por los grupos ilícitos, iba a quedar en la historia otorgando una visualización de un país lleno de vegetación, multitud de culturas y grandes personas.
Llego a la universidad y, una vez más, me vuelvo a sentir seguro. Puedo afirmar que, durante un lapso de tiempo temporal, mi integridad física estará asegurada. Mamá, papá… admito que tengo miedo. Tengo miedo desplazarme por ciertos lugares específicos de la ciudad. Tengo miedo a que me roben. Tengo miedo a que mi integridad física se vea amenaza o perjudicada. No es justo Medellín. No es justo Colombia.