Luis Tejada, cien años

“Es imposible hablar de don Luis Tejada, sin aludir a su magistral manera de nombrar las cosas o de su peculiar costumbre de atribuir voluntad y vida a los objetos que rodean la cotidianidad del ser humano.”


Hijo de una época en la que una somnolienta Colombia comienza a vislumbrar tras los jirones de neblina colonial e independentista el amanecer del tumultuoso siglo XX, se encaminó hacia una forma de ser en la que se conjuga lo romántico de la herencia ilustrada y las posturas radicales de quienes solían convertir en convicción el sueño de cambiar el mundo.

Desde la crónica, Tejada interpela con agudeza y acritud la realidad que lo circunda; misma que descubre sus impudicias y maravillas ante una inteligencia tan perspicaz que el más somero detalle o la minucia lógica de algún problema ético o moral, queda sucintamente expresado a través de unas cuantas líneas, donde convergen con gracia y contundencia el humor, la profundidad y la toma de postura sin titubeo alguno, o, aún, en la frase solitaria, donde el lector sucumbe, ora por su fulminante acento, ora por su irrecusabilidad.

Es imposible hablar de don Luis Tejada, sin aludir a su magistral manera de nombrar las cosas o de su peculiar costumbre de atribuir voluntad y vida a los objetos que rodean la cotidianidad del ser humano. A nuestro parecer, el motivo de tales búsquedas puede deberse a que tratándose de un hombre eminentemente escéptico de la obra y vida humana, se entregó a fabricar una especie de ética de las cosas que amueblan nuestras vidas, consiguiendo con ello, forjar una metáfora en la que se cuestiona el lugar de preponderancia de la vida del hombre versus la vida de los objetos del hombre. Este descentramiento por sí sólo constituye una crítica de profundísimo calado. Al fin y al cabo, las cosas de nuestro entorno, los objetos con los que convivimos son el reflejo de nuestras convicciones, ideas, miedos, aspiraciones, es decir, se constituyen en un principio definitorio de nuestro ser.

En este contexto, el pensamiento político no surge como algo impuesto o buscado en algún recoveco del espíritu; sino que emerge definido con alta claridad, sobrepuesto en el trasfondo de la vida cotidiana del ser humano. Por sus palabras y por lo que sabemos de su intensa vida, podemos afirmar, para simplificar, que la antítesis del modo de ser tejaniano es la pusilanimidad. De hecho se nos presenta como una especie de Andrés Caicedo en versión panida, que a su modo grita “muere joven y deja obra”; parafraseo imaginario que en el caso de Tejada cobra un cariz de verdad turbadora, dado su prematura muerte.

Puede decirse por demás que, para Tejada, el ejercicio de opinar es algo consustancial a su oficio de periodista. En su caso, es una actitud llevada casi al extremo, pues abundan los ejemplos donde suele emitir sus demoledores juicios independientemente si su objetivo está referido a un hábito en la moda o a la más sutil idea política o filosófica. Este “estar al tanto” de cada hecho que lo rodeaba, no solo hizo que en cada caso se conociera su postura, la más de las veces radical y apasionada, sino que sus miras se posaban con igual interés en los hechos de la vida regional o nacional como en los internacionales; logrando con ello un vital antiparroquialismo, que le confirió un aire de visionario irredento.

En un documento inédito, escrito por uno de sus condiscípulos durante los años de estudio en la Escuela Normal[1], se dice que fue reconvenido en múltiples ocasiones por mantener una constante lectura de libros revolucionarios, mismos que eran prohibidos tajantemente por la iglesia católica en cabeza del Obispo Manuel José Caicedo, y que a la postre le significó su expulsión del plantel.

Sobra decir que entre sus lecturas preferidos se encontraban las letras de Marx y Lenin. A este último dedicó una exaltada crónica, en la que aludiendo a algunos tópicos de la obra y vida del artífice del “socialismo real”, le da gracias por haberle dejado al mundo un legado de justicia, y a él “un motivo puro de lucha, mi razón de ser y de obrar […] mi convicción sincera de que el mundo puede llegar a ser realmente más amable y más justo […]”. Todas estas manifestaciones de principios, provenían de un espíritu que concebía el asunto de la equidad o la liberación, no como una especulación metafísica, sino como parte de un deber concreto que todo ser sensible está llamado a cumplir.

El próximo 17 de septiembre se cumplirá un siglo de la muerte de Tejada, considerado por muchos como referente de la crónica y el periodismo en Colombia.  Esperemos que en este año lleguen muchas celebraciones, publicaciones y actividades que hagan resurgir el espíritu de un imprescindible: el barboseño Luis Tejada Cano.

Andrés Arredondo

Colectivo Luis Tejada – Medellín


Todas las columnas del autor en este enlace: Andrés Arredondo Restrepo

[1] Arango M, Bernardo. “Luis Carlos Tejada Cano” (mimeo) sin fecha.

Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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