“yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
yo me muero como viví.”
El Necio – S. Rodriguez
Él me enseñó el secreto de porque una puntilla se clava en una pared cuando uno la golpea con un martillo, y me enseñó también “que las luchas estudiantiles hacían parte de las luchas del pueblo colombiano en contra de sus opresores”.
Luis Fernando Wolff no sabía de falsas humildades, siempre fue altivo, siempre caminó con la cabeza más erguida que el promedio de los mortales, siempre creyó que la única estrategia posible en la política era decir la verdad y que la única búsqueda posible de los pueblos era su libertad. Siempre andaba de prisa, de prisa caminaba, de prisa pensaba.
Recuerdo el día cuando en una acto de inocencia juvenil gritó desde un bus consignas en contra del ejercito al pasar por la 4ª Brigada, ese acto le costó pasar una pequeña temporada en los cuarteles, eran tiempos de estado de sitio, de control militar de la vida civil.
Su vida de profesor universitario era sagrada, su defensa de la Universidad pública su gran tarea, las veces que nos encontrábamos, casi siempre en una marcha o en foro de debate sobre las violaciones a los derechos ciudadanos, me hablaba con la misma pasión con la que me había hablado 40 años atrás en la Universidad y me convocaba a hacer parte de las luchas populares.
Si una imagen tengo de él, es la de un ser incansable, luchador de todas las causas perdidas, de las que no dan fama: de los servicios públicos dignos, los derechos humanos, las luchas de los pobladores, de los trabajadores informales, era un maravilloso utopista de la vida digna para todos.
Ayer cuando me avisaron del asesinato de Luis Fernando Wolff sentí esa sensación de dolor infinito, de indignación, de rabia ante una ciudad que no protege la vida; era un soñador, un hombre particularmente bueno, un constructor de democracia, que siempre luchó con absoluta coherencia por construir una sociedad más justa, un amante de la libertad, un maestro de toda la vida, un enamorado de las causas perdidas, un símbolo de lealtad a los sueños de vida.
Me duele su muerte, duele la indiferencia de una sociedad que convirtió el asesinato en parte del paisaje, duele la impotencia del Estado para proteger la vida, duele que lo asesinen porque ejercía un legítimo derecho ciudadano, duele la impunidad que vendrá como viene con la mayoría de estos casos, duele que la vida valga tan poco, duele que sea un muerto más y, en consecuencia, mañana un olvido más.
No fui su amigo, pero me duele su muerte hasta más allá del dolor, por lo que hacía y por ese símbolo que era para la educación pública, para los soñadores de un país en paz, para la protesta ciudadana y la construcción de democracia.
Era un hombre que ató sus sueños a lo mejor de su vida, cada día….
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