Los nuevos horizontes de la educación desde el encapsulamiento

Todo esto mientras se mantiene la esperanza ingenua de volver a la normalidad, retomando el orden del sistema que, puesto a prueba, falló.

La actual situación de pandemia y su consecuente cuarentena han llevado a develar grandes fracturas de los sistemas sociales, y por supuesto el sistema educativo no es la excepción, aún más cuando se conserva casi intacto después de 400 años de ser instaurado.

Sin embargo, y a pesar de las ya expuestas falencias del sistema, los esfuerzos de las normativas y las directrices nacionales se orientan por mantener, desde la virtualidad, las tradicionales dinámicas curriculares, propendiendo por sostener los contenidos académicos ya establecidos, los cronogramas trazados y las exigencias de la presencialidad a distancia de sus estudiantes.

Evidencia de ello, las dinámicas de trabajo que algunos docentes han adoptado, cambiando el tablero del salón por uno improvisado en sus casas, solicitando a los estudiantes que transcriban largos documentos a sus cuadernos o emitiendo extensas horas de catedra frente a una pantalla, mientras sus estudiantes se esfuerzan por comprenderlos (o fingen hacerlo), al otro lado de estas. Manteniendo así las mismas estrategias y contenidos pero mediados por recursos tecnológicos y las buenas intenciones.

Esto, sin duda, lleva a la deshumanización de la educación, no por la máquina que media las relaciones o por la virtualidad, sino por la priorización de las notas y la adquisición de conceptos por encima de la empatía emocional y el reconocimiento de las necesidades básicas que las familias tienen en sus realidades. Todo esto mientras se mantiene la esperanza ingenua de volver a la normalidad, retomando el orden del sistema que, puesto a prueba, falló.

Conviene entonces, como escuela empezar a abordar temas como: las nuevas formas de expresar la emocionalidad sin contacto, las habilidades emocionales para enfrentar el miedo a la muerte, a la enfermedad y los procesos de duelo, que resultan componentes dignos de ser pensados no solo con respecto a los estudiantes sino enfocados también a la familia, los maestros y maestras.

Sin embargo, no todo está perdido. Esa es solo una cara de la moneda. Por la otra están las personas y comunidades que empiezan a distinguir las nuevas fronteras de la educación, orientando las reflexiones sobre la transformación educativa para dar respuesta a realidades que, si bien ya se habían asomado de manera tenue, en este momento  se revelaron de manera contundente a los ojos de la escuela, como por ejemplo, la urgente  vinculación de las familias con la escuela y con el proceso de aprendizaje de los estudiantes, más allá de la entrega periódica de informes y la participación en uno que otro taller al año.

En este mismo sentido, con estos procesos de reflexión se empiezan a distinguir nuevas preocupaciones relacionadas directamente con el asilamiento físico y la pandemia como, por ejemplo, la inminencia de los procesos educativos desde el encapsulamiento una vez se dé la transición progresiva a la presencialidad. Porque está claro, a pesar de la inocencia de muchos, que la “normalidad” está lejos de regresar, la remplazará lo que muchos han llamado la “nueva normalidad”.

Una nueva normalidad en la que priman los procesos de asepsia, de aislamiento, de encapsulamiento físico. Conviene entonces, como escuela empezar a abordar temas como: las nuevas formas de expresar la emocionalidad sin contacto, las habilidades emocionales para enfrentar el miedo a la muerte, a la enfermedad y los procesos de duelo, que resultan componentes dignos de ser pensados no solo con respecto a los estudiantes sino enfocados también a la familia, los maestros y maestras.

Comprender las nuevas construcciones de las subjetividades, en el que puedo interpretar al otro como un peligro o una amenaza, el desarrollo de la lúdica en esta nueva relación con los cuerpos, el manejo de la incertidumbre por lo humano y cotidiano, son temas que también deben ser propios de la escuela que reflexiona.

Entonces la vocación de la escuela en este contexto y más que nunca, debe rebasar la preocupación por las notas, las horas de clase, los contenidos tradicionales e incluso, por el acceso a los medios tecnológicos, y centrarse mejor en anticipar lo que estructuralmente se esta transformado en el sistema educativo, en la vida de las comunidades y en como las personas se relacionan.

Luisa Garzón

Licenciada en educación especial de la Universidad Pedagógica Nacional. Estudiante de Maestría en Desarrollo Educativo y Social. Fiel creyente del cambio, de la transformación, la diversidad, la empatía y la desobediencia.

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