Lo que se deja al futuro

«Es por ello imperativo dejar algo que dé testimonio de mí antes de que se trunque la sarta de posibilidades accesibles a la voluntad»


Porque, no hay que engañarse, el tiempo concreto y real no es el tiempo «cósmico», sino un tiempo vivido: el del quien que es cada uno, y, por tanto, es siempre un tiempo mío, personal, irreductible al «tuyo» o al del «otro». Y es mío porque, en efecto, es el que yo «tengo» o del que yo «dispongo» —se entiende, para realizarme, para ser el que soy, o el que tengo que ser, o el que debo ser.

Antonio Rodríguez Huéscar: Sobre el perder y ganar


Del tiempo «convivido», el de las generalidades históricas, el de los hitos globales, cuyo suceso marca una nación o a la humanidad entera, elegiré el tiempo específico, el de «Mañana no puedo porque tengo tal cosa».

Infinitas son las maneras de disponer el tiempo, ya sea gastándolo, que es lo mismo que adelantarle la muerte a un moribundo, o aprovechándolo, que es pedirle resistencia para llegar al hospital y conservarle la vida con aparatos. En algún período de la vida se detiene uno a organizar el reblujo que ha dejado a su paso, a salvar lo que pueda salvarse y a tirar lo que no sirve, y se encuentra con que todo eso hecho o no hecho fue algo que estuvo mediado por el tiempo: esa mañana que acallé el despertador sonando y continué hallándole la cola al sueño; ese trabajo cuya fecha se aproxima; ese disponer del futuro aplazándolo, idiosincrasia suya y no de nosotros, dependientes de él.

Y al rato de construir, o, para sintonizarme con un profesor de reglamentos, «deconstruir» la autobiografía, quedan baches secos, raspones sin importancia, visitas que no se sabe por qué subsisten en la memoria. Es mucho el tiempo que se pierde a razón del que se cree tener. El anuncio de las tiendas de barrio, «Hoy no fío, mañana sí», podría aplicarse a la historia compendiada, cuyo actor principal o de relleno es la procrastinación, cambiando el «fío» por el «hago», porque en esos tiempos se abría a la voluntad el posible de hacer o no hacer. Y se acaban las reservas de ese derroche temporal y ¿quién le devuelve al recordador las horas desperdiciadas para valerse de ellas en el presente?

En consecuencia, la culpa surge y termina de reducirlo, de apocarlo. Se considera un inútil por no darle el uso que se merecía a algo tan valioso. Y termina malgastando, durante esos actos de contrición, el que le queda, con el cual puede «ponerse al día», si es aplicado y tiene el anhelo, con su historia.

Para más columnas como esta síguenos en: Twitter – Facebook – Instagram

Y entra a jugar un aforismo de Mark Twain utilizado, entre otros, por el Banco Múltiple Las Américas, dominicano, recién disuelto (encuéntrese la coda): «Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que hiciste». Si lee esto quien no se ve en la triste tarea de considerarse un perdido total, recibiría vigor: lo que aún tengo por hacer, he de hacerlo; pero no cualquier cosa: no cualquier escupitajo a la portada del vecino; he de hacer lo que me prolongue con ganas; lo que, si no es mucho pedir, en unos años se traduzca en casi una eternidad.

Aunque, es cierto, en esta «Vida al instante» los pronósticos personales chocan contra el juicio del destino, para unos, o contra el de Dios, para otros. Pongo el caso de un español: en una fiesta se recostó contra una pared, la pared cedió y ahora se encuentra parapléjico. Es por ello imperativo dejar algo que dé testimonio de mí antes de que se trunque la sarta de posibilidades accesibles a la voluntad. Y no por ello digo que él, en su particular, esté imposibilitado totalmente; en lo que me centro es en lo valioso de adelantarse a los caprichos del destino; porque, desde que viva, hay legado; y como «haga lo que haga / se convertirá para siempre en lo que hice», tocará depurar lo que se le deje al futuro.

Horquilla. Buscando el baño en la Héctor González Mejía, un señorito, por no decir un muchacho con cara sin expresión, indolente, quijada definida, pecho alzado, brazos colgantes y hombros anchos, tiesos, nos dio la mano, inopinadamente, a mi compañero y a mí; luego, una vez hecho del uno, pasé a sus espaldas y, enumerando con los dedos, le manifestaba, o presentaba un examen oral que daba cuenta de una ardua educación religiosa, a una señora que asentía con venias sus afirmaciones: «Yo creo en Jesús; creo en la Virgen; creo en Dios Nuestro Señor. Sí, yo creo en ellos». Y pensé: “Aplicando su credo me moveré por Semana Santa con soltura”.


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/3761229/

Itagüí, abril 1 de 2023

Pintura: Gente del futuro, Konstantin Yuon, 1929

 

Alejandro Zapata Espinosa

Estudiante de Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana del Tecnológico de Antioquia.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.