Lo que le falta a la seguridad

En el año 2012 el profesor Marco Palacios publicó el libro Violencia Pública en Colombia 1958-2010, en él formulaba esta pregunta: “¿Por qué las altísimas tasas de asesinatos urbanos en los últimos 25 años parecen “normales” en comparación con la destrucción de propiedad pública y privada en zonas rurales, gracias a la acción guerrillera, calificada de muy costosa, inclusive en términos de crecimiento y bienestar económico?” (Cap. IV). Lo que sugiere Palacios con esta pregunta, es que en los últimos años en nuestro país normalizamos la violencia urbana mientras estábamos obnubilados con ataques a torres de energía, infraestructura, minas y helicópteros artillados. Pero lo que también está evidenciando es que el problema de la inseguridad urbana no es nuevo y hoy persiste.

Como estamos en época electoral, el discurso de la seguridad, sumados los últimos hechos de terrorismo y violencia criminal, ha ocupado los primeros renglones de los debates políticos. Esto no está mal, pues es natural que los políticos profesionales hablen del tema (y ojalá planteen soluciones). Bueno, de hecho, hablar de seguridad en nuestro país siempre hace parte de la actualidad. En este contexto aparecen todo tipo de propuestas y posiciones que van desde tratar el problema de inseguridad a partir de un viejo militarismo del siglo XIX, hasta plantear asuntos cantinflescos como que la seguridad necesita de líderes “berracos”, con “los pantalones bien puestos” e incluso utilizan la frase de “salvar la patria” para recuperar la seguridad. Todo esto es sonoro, pero de fondo no nos dice mucho. Lo que le falta a la seguridad en Colombia son otras cosas. Quiero referirme a dos: las capacidades de inteligencia de los organismos de seguridad y entender las dinámicas de todas las formas de criminalidad.

Primero, el asunto de la inteligencia o el espionaje en los Estados siempre ha estado marcado por un gran debate que riñe con las libertades individuales. Norberto Bobbio cuando plantea la relación entre Democracia y Secreto, señala que la inteligencia es un “mal necesario” y que debe darse dentro del estricto marco legal. Es por esto que los gobiernos deben tener capacidades de inteligencia, sobre todo aquella preventiva, no esa que actúa después de los hechos, como lo sucedido con el centro comercial Andino en Bogotá, e incluso con el atentado en Soledad con capturas de falsos implicados y que al final dejan un manto de duda e incertidumbre. La seguridad urbana requiere de altas capacidades en inteligencia que permita realizar investigaciones y seguimientos para prever riesgos o daños futuros.

Segundo, la criminalidad presenta diferentes formas y en Colombia, a pesar de su “experiencia”, los organismos de seguridad y dirigentes políticos aún no parecen tener claros algunos elementos fundamentales: no es lo mismo la delincuencia común que el crimen organizado, no es lo mismo el crimen organizado que el crimen organizado transnacional; sobre todo este último que opera en red y tiene mayor capacidad de operación que las estructuras jerárquicas y piramidales del Estado. Otro elemento clave es que el crimen no es sinónimo de pobreza y que los “genios criminales” pueden estar en todas partes y hasta en las más altas esferas. El delito común se puede enfrentar con cámaras y más policías pero el crimen organizado y transnacional exige mucha inteligencia y, sobre todo, articulación con instituciones como la Unidad de Información y Análisis Financiero, debido a que delitos como el lavado de activos son la columna vertebral.

 

Poco se habla de estos temas en el país. El primero quedó relegado por el caso de las chuzaDas y el segundo, se sigue moviendo entre que todavía estamos cegados por el conflicto rural, por el miedo de que se traslade a las ciudades, el temor del “castrochavismo” y  una percepción de inseguridad movida muchas veces por la opinión pública. Prendan un radio o un televisor y las noticias que más tiempo tienen son: robo a supermercados, fleteos, hurtos, etc. Y ¿lo otro qué? Marco Palacios termina preguntando “¿Es la “normalidad-anormalidad” mera herramienta ideológica, parte de la guerra de propaganda?”.

@piedrahitab

Pedro Piedrahita Bustamante

Politólogo, Doctor en Derecho Internacional y Magíster en Seguridad y Defensa. Se desempeña como profesor de tiempo completo de Ciencia Política de la Universidad de Medellín.