“La difícil verdad es que nunca habrá una decisión que beneficie a todos por igual. Algunas personas quedarán afectadas, por muy bien intencionada que sea la decisión.”
Estoy seguro, queridos lectores, de que el tema del liderazgo ha sido una constante en mis columnas, pero debo decir que es un tema tan amplio y profundo que, con cada conversación, aprendo más sobre él. En esta ocasión, tuve la oportunidad de hablar con Cristina Vélez Valencia, decana de la Escuela de Administración de EAFIT, quien compartió conmigo valiosas experiencias de su recorrido en posiciones de liderazgo. A través de sus relatos, pude comprender cómo, en su labor, ha tenido que tomar decisiones que, además de tener un impacto directo, también le han permitido profundizar en su propio proceso de autoconocimiento.
Mientras avanzaba nuestra charla, tocamos un tema crucial: la ética en el liderazgo, un aspecto que me dejó importantes enseñanzas. Nuestro foco estuvo en una cuestión central: la toma de decisiones. ¿Cómo debe un líder tomar decisiones?, precisamente porque las decisiones en liderazgo siempre conllevan consecuencias que afectan a otras personas, tanto de forma directa como indirecta.
Cristina me planteó una situación que me dejó reflexionando: cuando estuvo en la Secretaría de Inclusión Social en Bogotá, tuvo que enfrentar decisiones relacionadas con la distribución de subsidios destinados a personas en situación de pobreza. Si bien la distribución de estos recursos ya de por sí es un desafío, el dilema más grande surgió al tener que priorizar entre los beneficiarios.
Un ejemplo claro era el siguiente: una señora ya recibía el subsidio, pero había otra familia cuya situación era aún más crítica y también necesitaba ayuda. La pregunta era: ¿Cómo decidir a quién otorgar el subsidio? Ambos grupos lo necesitaban, ¿pero acaso uno lo necesitaba más que otro? En este tipo de situaciones, aunque puedan parecer sencillas, la realidad es que son sumamente complejas. Todos necesitaban el apoyo y eran igual de inocentes ante la decisión.
Esto me recordó el clásico “dilema de Trolley”, Imaginemos que un tranvía fuera de control avanza por una vía y, si no hacemos nada, atropellará a cinco personas. Sin embargo, podemos accionar una palanca y desviar el tranvía hacia otra vía, donde solo atropellará a una persona. ¿Qué haríamos? (es simplemente un ejemplo más, de lo difícil que puede ser una decisión)
Entonces, ¿Qué debemos hacer? ¿acaso hay decisiones perfectas?
El utilitarismo diría que la mejor decisión es aquella que genera el mayor bienestar para la mayoría, por lo que el subsidio debería ir a la familia en peor situación. Por otro lado, Kant argumentaría que no se debe decidir con base en consecuencias, sino en principios universales, por lo que quitarle el subsidio a una persona para dárselo a otra sería inmoral. Rawls aplicaría su «principio de diferencia» y diría que es justo priorizar a los más desfavorecidos, pero sin olvidar que ambos necesitan apoyo. Weber sostendría que toda decisión tiene costos y que un líder debe asumir la responsabilidad de afectar a algunos para beneficiar a otros. Finalmente, Gilligan propondría un enfoque empático, en el que la solución no sea simplemente reemplazar a una persona por otra, sino buscar una manera de atender a ambas desde el cuidado y el diálogo.
Este escenario me llevó a reflexionar sobre las difíciles decisiones que los líderes deben tomar, decisiones que, aunque no siempre busquen dañar a alguien, a veces pueden generar efectos no deseados. La difícil verdad es que nunca habrá una decisión que beneficie a todos por igual. Algunas personas quedarán afectadas, por muy bien intencionada que sea la decisión.
Ahora bien, el motivo de esta columna no es precisamente responder a lo que es correcto decidir, más bien, invitarlos a reflexionar sobre la toma de decisiones, su ética y las implicaciones que estas tienen. Además, quisiera invitarles a cuestionar de manera más crítica la labor de un líder y el proceso que implica el tomar decisiones difíciles. Hoy, más que nunca, comprendo lo complejo y, a veces, invisible que es el liderazgo, y el impacto que una simple decisión de “si” o “no” puede tener en la vida de muchas personas.
Por eso, querido lector, quiero que se lleve esta reflexión final: El liderazgo no es un proceso estático, sino un camino continuo de autoconocimiento, adaptación y crecimiento. Los líderes más efectivos son aquellos que tienen la disposición de aprender de cada experiencia, no solo de los éxitos, sino también de los errores y las dificultades. Al final, no lideramos cifras, metas o números; más bien, lideramos a las personas que, con su esfuerzo y dedicación, hacen posible todo lo que existe.
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