Quienes nos hemos deleitado infinitas noches en infinitas páginas descubriendo nuestro inconsciente, en las colosales obras de Sigmund Freud y Marcel Proust, nos sorprendemos al enterarnos que siendo contemporáneos el fundador del psicoanálisis con el autor de la A la busca del tiempo perdido, al parecer ninguno de los dos supo el uno del otro, a pesar que en un mismo tiempo los dos estaban haciendo una revolución similar -uno con la ciencia, el otro con la literatura-: el descubrimiento del inconsciente.
En el año 2012 Jean-Yves Tadié en su libro El lago desconocido entre Proust y Freud afirmó que
“Ninguno de los dos, y hay que subrayarlo porque es una pregunta que se ha planteado a menudo, leyó al otro”[1].
Entre Freud y Proust hay una afinidad asombrosa respecto de las profundidades del inconsciente, afinidad que detalla ampliamente Jean-Yves Tadié en su trabajo y que el presente artículo no pretende resumir.
Mi intención en este instante es referirme a las cuestiones: ¿Leyó Freud a Proust? ¿Leyó Proust a Freud? A partir de una nueva fuente que sobre el tema acaba de publicar Elisabeth Roudinesco, una conversación inédita que ella encontró en los archivos de Marie Bonaparte.
Pero antes, una cita más de Jean-Yves Tadié, para aquellos lectores que apenas comienzan sus lecturas de Freud o de Proust:
“Los dos hombres dirigieron la mirada hacia sí mismos, rompiendo con el pensamiento tradicional: Freud con su autoanálisis (su correspondencia con Fliess nos proporciona un testimonio incomparable, una especie de novela personal elaborada con cartas), y Proust escribiendo, tras unos titubeos que recuerdan a los de Freud, En busca del tiempo perdido, resultado de la misma búsqueda interior. «Desde que he dirigido la mirada hacia mí, cien personajes, mil ideas me reclaman un cuerpo», escribió Proust a Bibesco en 1902”.
Volviendo a nuestra cuestión. Jean-Yves Tadié asegura tajantemente que ninguno de los dos, leyó al otro. Pero con su nueva biografía sobre Freud (2015), Elisabeth Roudinesco, nos muestra que Freud sí leyó Proust, por lo menos una parte de la A la busca del tiempo perdido, y nos indica además la historiadora francesa, que para Proust no pudo ser indiferente el alto interés que suscitó en París la obra de Freud.
“En una confidencia hecha a María Bonaparte, el 4 de enero de 1926, Freud contaba lo decepcionante que había sido para él la lectura de Por el camino de Swann: «no creo que la obra de Proust vaya a ser duradera. ¡Y ese estilo! ¡Quiere ir siempre a las profundidades y nunca termina las frases!».
Si Freud menospreció de tal modo la obra proustiana, el autor de En busca del tiempo perdido le pagó con la misma moneda y nunca hizo la más mínima alusión a sus trabajos, pese a que, entre 1910 y 1925, el medio literario parisino, de André Gide, a André Breton, les brindo una fervorosa recepción”.[2]
No es extraño que Freud haya leído sólo parcialmente a Proust, más aún, con su temperamento de hombre de ciencia debió impacientarse con la calma soberana de Proust. Además lo que algunos filósofos o literatos habían intuido sobre el inconsciente, Freud, esperaba demostrarlo científicamente. Ya se conoce bastante también su reticencia a admitir su lectura de la obra de Nietzsche[3]
Gracias a la nueva biografía que nos deja Roudinesco sobre Freud podemos saber que Freud sí leyó a Proust, y sabemos que sí alcanzó a conocer algo de la monumental obra A la busca del tiempo perdido, así no le haya gustado.
Pero siguen quedando unas incógnitas que hasta ahora las grandes biografías de Proust no las han resuelto; ¿si era inevitable escuchar y leer algo de Freud en las dos primeras décadas del siglo XX en París, por qué Proust nunca mencionó la obra freudiana? ¿Si Proust definitivamente nunca leyó a Freud cómo pudo escribir entonces la novela más asombrosa sobre el inconsciente? ¿Si Proust leyó a Freud por qué nunca lo mencionó?
Termino una vez más con Jean-Yves Tadié, quien al referirse a Freud y a Proust en la introducción a su trabajo, expresó que en definitiva: “Siempre se recordará al otro cuando uno de los dos hable”.
Freud y Proust constituyen los mejores caminos para conocer profundamente el alma humana, más aún si sus caminos se cruzan.
Leerlos siempre será un placer, un placer que nos hace más inteligentes. Un placer que se multiplica así sea escribiendo un texto de tres páginas como el presente que tan sólo se deleita enunciando que los maestros del inconsciente sí se conocieron entre sí.
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