Lenguaje: ¿una cuestión de exclusión?

“llamamos “natural” a un grupo determinado de cosas o situaciones de las cuales se ha convenido que estén en ese grupo”.


 

Sentados en las gradas de una cancha de microfútbol, cuando la luna se alzaba en lo alto del cielo nocturno y en la fresca noche de un caserío en el Norte de Santander, sosteníamos una acalorada conversación con un amigo en torno a la supuesta “naturaleza biológica” del acto sexual que, según mi compañero, solo pertenece a una relación heterosexual. Él lanzaba sus argumentos defendiendo su tesis mientras que yo hacía lo mismo en contra de esta. En medio de la discusión pensé en el viejo Nietzsche quien afirmaba en su texto Verdad y mentira en sentido extramoral que el lenguaje, como invención de la humanidad, construye una estructura gigante a la cual llamamos “realidad” o “mundo”. Sin embargo, esto a lo que el lenguaje llama “realidad” no necesariamente apunta a lo que en esencia es. Recuerdo mucho que Nietzsche trae el ejemplo de una mosca a la cual ese “mundo” que nosotros percibimos y significamos se le hace distinto, pues tiene una perspectiva diferente de lo que la rodea y una forma distinta de interactuar con eso que se le presenta exteriormente, no tiene un lenguaje como el nuestro.

De esta manera, a raíz de la polémica con mi amigo, yo pensaba en que el lenguaje se ha encargado de armar una estructura que pretende encerrar lo que comúnmente llamamos “natural” o “normal”. Es decir que llamamos “natural” a un grupo determinado de cosas o situaciones de las cuales se ha convenido que estén en ese grupo. Esto hace que se excluyan otro conjunto de cosas o situaciones que no hacen parte de ese conjunto llamado “lo natural”. Así pues, la estructura de nuestro lenguaje ha tomado de manera – me atrevo a decir – arbitraria a un mundo que está allí fuera nombrando de forma excluyente y, tal vez, dogmática un conjunto de fenómenos que no necesariamente deberían ser excluidos.

Antes de continuar la temática, invito a que hagamos un ejercicio: pensemos en nuestra etapa de niños donde seguramente percibíamos y nombrábamos lo que veíamos de una forma distinta. Basta con recordar cuando al gato le llamábamos “el míau míau” o al perro “el guau guau”. Pero cuando crecimos, nuestros papás y la sociedad que nos rodeaba nos impuso el nombre con el que comúnmente se designan a esos animales: el gato y el perro.

Volvamos al tema. En medio del debate que sosteníamos con mi compañero, se mencionó que el acto sexual dentro de una relación homosexual no es biológicamente “natural”. A esto yo pregunté: ¿qué determina que algo sea natural o no lo sea? Él me respondió que es la misma ciencia que ha determinado ello. Entonces yo me preguntaba si acaso la ciencia y otras disciplinas no usan de igual forma el lenguaje para determinar y excluir algo de un determinado grupo. En este caso, el desarrollo de una relación homosexual ha sido discriminado por un lenguaje que acomoda las cosas a partir de lo que determina una ciencia. Entonces, siguiendo lo dicho por el cascarrabias de Nietzsche, el hecho de nombrar algo a través del lenguaje no es garantía para que éste haga referencia a lo que es la cosa o el fenómeno en realidad. En palabras más entendibles, el hecho de llamar a algo “natural” no quiere decir que únicamente eso lo sea. Esto porque el lenguaje, como ya dijimos antes, llega a ser excluyente y, por lo tanto, se presta para la discriminación de unos conceptos o elementos que incluso pueden traducirse en una exclusión en la vida real.

Entonces, en medio de la noche, mientras miraba al techo y espantaba los moscos que zumbaban a mi alrededor y me hacían recordar al viejo Nietzsche, pensaba en lo preocupante del hecho de que nuestro entramado lingüístico sea excluyente con algo que hace parte de la condición humana como lo es la sexualidad. Esto porque si el lenguaje excluye, de suyo la concepción del mundo lo hace y por lo tanto la acción misma de las personas que actúan continuamente. Y, de esta manera, me pregunto: si las personas somos las que creamos el lenguaje ¿acaso no podemos también transformarlo y abrir sus horizontes de significación? ¿No ha sido el lenguaje, en muchas ocasiones, un limitante para la perspectiva de un mundo que se nos va presentando distinto del “tradicional”?

Seguramente podría llevar este tema a un trabajo académico más estricto y extenso, por no decir que teórico y aburrido, pero simplemente quiero compartir esta reflexión de forma espontánea para escuchar las réplicas que a ella se hagan. Y, también, con miras a invitar a la reflexión en torno a la necesidad de abrir nuestra perspectiva más allá de las barreras lingüísticas.


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Jefferson Bustos Prieto

Estudiante de Licenciatura en Filosofía - Universidad de San Buenaventura, Bogotá. Áreas de interés: política, ética y literatura.

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