Lecciones de una marcha

La movilización pacífica es ícono de una sociedad que entiende la libertad y asimismo la exige. Fue así como colombianos de distintas tradiciones y bagajes abarrotamos las calles del país para dar apertura a la oposición del sentido común. La primera de una serie de movilizaciones que tomarán lugar durante los próximos cuatro años para cercar la avanzada comunista del nuevo mandato de Gustavo Petro. Un pueblo consternado que ya no se destaca en izquierda o derecha, en uribismo o conservadurismo, sino que se une para movilizar la crítica ideológica del antipetrismo.

En el entendimiento de lo que se avecina como lucha de oposición se destacan algunas lecciones aprendidas tras el éxito no advertido de la movilización. Los números, los libretos, y un norte sin líder.

Los números. Cualquiera entenderá que en un país de extremos, vagos y trabajadores; salir a marchar un lunes laboral a media mañana rompe los esquemas de la lógica. Una crítica silenciada con el color blanco en las calles de ciudadanos que en menos de dos meses de mandato renegamos sobre la amenaza latente de reformas que prometen sumergir al país en la miseria. Nadie daba un peso por nuestra movilización. Nunca un presidente de Colombia había presenciado, en menos de 60 días de mandato, una muestra representativa de 80.000 constituyentes sin partido que hicieran frente a la utopía de su plan de gobierno. No dimos compás para que la prensa escondiera la magnitud de lo que logramos, demostrar que la democracia proporcional es un concepto burlesco en la victoria de este gobierno. Tener a un poco menos de la mitad de los constituyentes en contra cierra la brecha de lo que se llaman las mayorías, lo que concluye que no son muchos más los que se imponen sobre nosotros. Une vez más una especie de democracia paliativa, de posdemocracia.

Los libretos. Otra demostración de lo paliativa de esta democracia fue la reunión sostenida un día mas tarde entre el expresidente Álvaro Uribe Vélez y Miguel Uribe Turbay con Gustavo Petro y su gobierno. La incoherencia de aquellos proclamados como oposición es tan evidente que los cuestionamientos sobre la veracidad de las ideas son oportunos, irrefutables. Ver una foto un día después de que el pueblo se manifiesta parece un libreto de oportunismo que busca invalidar las verdaderas razones que nos han llevado a las calles y han hecho de nuestra razón motivo de protesta. En caso de estar errados en esta lectura podemos entonces anticipar un patrón de ingenuidad vivido también en la historia escrita por otros regímenes en América Latina. Así empezaron las dictaduras, haciéndole creer a su oposición que era escuchada, y aquellos llamados opositores arrodillados para hacerle el juego de prensa al tirano. Una clase política que traicionó a sus constituyentes y los sumergió en la imperante necesidad de tomar la oposición por mano propia. Unos líderes políticos obsoletos.

Un norte sin líder. La gran amenaza de la nueva política en Colombia no pasa solo por la advertencia de un gobierno comunista, sino también la mermelada de los partidos tradicionales y la inevitable falta de un líder que condense el sentir de las personas, alguien que le regrese la esperanza los adalides de la libertad. Y así avanza casi la mitad del país, sin un Constantino que dirija y condense las necesidades de personas que hoy se encuentran más allá del espectáculo de la política y los sabotajes de falsos demócratas que ponen en duda la transparencia de sus intenciones. Tomará un líder joven, distanciado de partidos, que sepa exprimir el potencial de ciudadanos del común indignados con los pusilánimes que hoy nos gobiernan.

La primer movilización en contra del gobierno del ‘cambio’ ampara la necesidad de preservar nuestro sistema de salud y de EPS; defiende el inagotable esfuerzo de generaciones que quieren ser despojadas de sus pensiones; critica la hipocresía de quienes incendiaron el país por una reforma tributaria que hoy exigen sea aprobada; recuerda el silencio de los guerrilleros que nos gobiernan ante las masacres sin sentido de la Fuerza Pública; exige que el derecho a la propiedad privada sea respetado, entre muchos otros menesteres que buscan secuestrar la libertad de los colombianos.

Marchar no es solo hacer valer unas ideas y una voz, marchar es también redimir a los borregos que condenaron esta hermosa nación, los petristas.

Sebastián Narváez Medina

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