Algunos actores de la opinión pública, y candidatos, han promovido por estos días las inmensas virtudes de la serenidad y la sensatez en política, oponiendo estos valores a la lucha polarizada e ideológica. Tengo que decirles que esa narrativa confunde deliberadamente valores con el propósito de dotar al centro político de un diferencial en la disputa.
Dotar de sentido el centro político es una tarea retórica muy complicada, fundamentalmente porque el centro es un lugar cómodo que suele no significar mucho. La apuesta por un tono sereno es la forma de fortalecer las ideas conservadoras. La moderación como objetivo parece resultar de la negación del cambio, o para decirlo de otra forma, lo sereno – que no molesta a nadie – es lo que se opone a este.
Existe una tradición terrible entre nosotros: no se habla ni de política, religión o fútbol porque esos temas son especialmente problemáticos y pueden afectar la serenidad del hogar; una norma de comportamiento que restringe la identidad política porque la exposición de cualquier punto de vista altera la normalidad y es mal visto, una acto de vulgaridad.
En la vida pública, esa sentencia se traduce en que efectivamente si se puede hablar de los temas siempre que lo hagan los especialistas, los técnicos y siempre en un tono sereno y adecuado, que no moleste a nadie. Parece que lo problemático no es hablar del tema, sino decir lo que no quiere ser escuchado.
La búsqueda de la moderación es una empresa estética por acallar lo incómodo, lo que no puede ser dicho sin generar una exaltación en el emisor. En este punto no se discute si esto sea o no cierto, o si tiene o no sentido, es simplemente una preocupación por el tono. Los modales han sido una forma en la que tradicionalmente se ha excluido la diferencia, basta con hacer referencia al concepto elitista de vulgaridad, y la apuesta por la moderación ideológica parece un ejercicio de “recuperar” la política para las élites, en su lenguaje y con sus formas.
También se ha dicho, por los técnicos moderados, que las propuestas del gobierno Petro son muy “ideológicas”, crítica que en conjunto por la demanda de moderación parte de la falacia de autoridad de que lo técnico obedece a una verdad cierta, milimétrica y que sus soluciones son tal porque “lo dice la ciencia”. Basta con poner en evidencia que la crisis que ha causado en todos los aspectos de la vida social la aplicación del neoliberalismo proviene de la serena técnica.
Muchos ciudadanos han manifestado estar cansados de la “peleadera” desde ciertas orillas políticas. Eso es expresado por los gurús de la comunicación política con la máxima “ la gente quiere moderación”. Y ahí es donde cabe el centro, la sombrilla de los que no tienen más identidad política que la de la propaganda que los haga ganar.
Es deseable la moderación y las discusiones mas tranquilas, pero a decir verdad la tranquilidad debe ser resultado de debates profundos y soluciones concretas, no una máscara para edulcorar posturas conservadoras y oportunistas.
En Medellín, por ejemplo, después de la tormenta necesaria de poner a las élites empresariales en su lugar deberá venir un periodo más sereno, pero como resultado de la disputa y no como una imposición estética. Nos la jugamos para que las élites no recuperen el gobierno. Vamos a elegir la serenidad que viene con el cambio y no la que lo acalla.
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