Las formas del afecto: mi versión de la amistad

Yo escribo simplemente para que mis amigos me quieran mucho y para que los que me quieren mucho me quieran más.”
-Gabriel García Márquez. “Cien años de un pueblo” Visión, julio 1967.

Creo que no existe un asunto más interesante para llevar al análisis académico, social y de toda índole que las razones que nos motivan a actuar de una u otra manera. Es decir, por qué hacemos lo que hacemos, por qué nos levantamos cada mañana y ponemos un pie en tierra y luego otro y otro más para seguir caminando o por qué hay algunos que se levantan una mañana con la mirada fija en el horizonte y la disposición inquebrantable de meterse una bala entre los sesos. Es evidente que a esto hemos dedicado casi todos los esfuerzos filosóficos y artísticos de la historia de la humanidad. En la literatura, en la música, en el arte, en las ciencias, toda nuestra subsistencia parece indicar que buscamos vivir cada vez más para poder dar con la respuesta definitiva de por qué estamos aquí, siendo lo que somos y haciendo lo que hacemos. He querido entonces atreverme a responder la gran pregunta de nuestra historia y a poner al amor en el centro de todas las luces, como en un tribunal inquisitivo que busca sacarle todas las respuestas y todas las motivaciones que la propia existencia me reclama que le dé.

Ya tenemos un culpable de todo, el amor, pero este acusado se transmuta en múltiples formas y yo no he querido ser tan facilista como para subir al estrado al intenso, trágico y disruptivo amor erótico-romántico. Ahora quiero ocuparme de ese amor que según Borges no requiere frecuentación y por el que García Márquez decía que escribía para que lo quisieran mucho y más. Quiero hablar de la amistad. Este tipo de amor extraño, que puede ser profundo e intenso, que es capaz de la confidencia, pero que no la necesita, llama mucho mi atención por su rareza natural. Como bien habló Jesús, no hay amor más grande que el de aquel que es capaz de dar la vida por sus amigos. Entonces es un impulso propio del alma amar hasta dar la vida por alguien con quien uno no pretende compartirla, con quien no mezclará sangre, ni atará su supervivencia. Esto, a simple vista parece lógico, pero una vez superados los instintos de la manada, es un rasgo que la evolución parece que no pretende suprimir y eso me parece fascinante y rarísimo.

Sin embargo, mentiría si les dijera que este interés académico es la única motivación que tengo al analizar este tema. Realmente ha sido la fuerza renovadora de la amistad que he encontrado en mi vida la que me impulsa a escribir porque, aunque esto no tiene nada de amor romántico y mucho menos erótico, nadie puede decir que estas letras no me vienen impresas con la violencia incontenible de aquellas cosas que se escupen directamente desde el corazón. Yo le he encontrado, caprichosamente, una explicación científica a ese amor, casi lejano y casi infinito de la amistad. Se la he encontrado en las necesidades evolutivas que mantienen vivo el amor de pareja para proseguir con la especie y perpetuar la familia y así mismo, mantiene vivo el amor de los amigos para poder sobrellevar los sufrimientos propios de la existencia, que, aun queriendo, no hay proceso evolutivo que pueda eliminar.

Hablo de los propios sufrimientos de mi existencia, solo de esos es que uno puede hablar, de lo que le pasa a uno, pues cada quien aprende de sus propias vicisitudes y no con los tropezones ajenos. Por eso yo encuentro este sentido necesario y salvador al amor de la amistad, es lo que me ha pasado a mí y es lo que me ha levantado a mí de mis propios tropezones, lo escribo en este medio porque estoy seguro de que a muchos les ha pasado lo mismo y a quienes no, espero que les pase, no los tropezones, esos son ineludibles, sino la posibilidad de acudir a un sitio donde la confidencia sea una opción y no una imposición, pero la compañía sea una certeza y no una posibilidad. Si no les ha pasado, los entiendo, pero más que entenderlos, los compadezco. Yo he estado en su lugar y es un sitio desde donde el mundo se mira mucho más hostil. Qué le vamos a hacer, al fin y al cabo, ante nuestra fragilidad latente nos tocó ser animales sociales y ante el sinfín de individuos de nuestra especie a uno le puede tocar coincidir con cualquier cosa y no todos han dado con la calidad del afecto amistoso con el que he dado yo, que me permite pararme a mirar al mundo desde un punto desde donde aún se ve hostil, pero mucho más llevadero.

Por eso esta es una columna personal y caprichosa donde hago lo que más me gusta; escribir y estar con mis amigos y para ello me he buscado un pretexto científico que camufle un poco mi determinación arbitraria de escupir en letras, y al mundo entero, las cosas que siento y que me importan, a la vez que hago mezcla de mis grandes amores, palabra por palabra, hilando historias y argumentos rebuscados, sustantivos sin nombre propio y adornados con un mar de adjetivaciones donde me pierdo, divago y me encuentro embriagado, sacando desde el fondo de mis pesares lo que me queda de tristeza y alegría sin que me importe un carajo quién me lea y sepa de mis dolores  y mis afectos, pues, como el gran Gabo, yo también escribo para que mis amigos, léase Susana, me quiera mucho y me quiera más.


Juan Camilo Osorio Taborda

Estudiante de Derecho Universidad de Medellín. Escritor amateur. Conferencista ocasional.

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