“Desde esa caja de resonancia del correísmo más rancio llamada Radio Pichincha hasta ese antro de impresentables que es Radio Centro, el periodismo ecuatoriano está plagado de activistas inescrupulosos cuya línea editorial les viene dictada desde Carondelet, Bélgica o Miami”.
Un indicador del control que las mafias del crimen organizado ejercen sobre un país es la cantidad de periodistas asesinados u obligados a exiliarse para salvaguardas sus vidas. En esto, México y Colombia son, tristemente, campeones regionales. No obstante, en los últimos Ecuador ha tratado de unirse a este selecto grupo y, a decir verdad, va muy encaminado.
El último caso de periodistas que han debido huir del país es el de Andersson Boscán y Mónica Velásquez. Lo novedoso de su caso, por así decir, es que la pareja de comunicadores ha sido objeto de seguimiento por parte de la dirección de inteligencia de la Policía Nacional. Además, según ellos, la Fiscalía General del Estado ocultó información sobre un plan para atentar contra sus vidas, a pesar de ser, Andersson Boscán, un testigo protegido del Estado ecuatoriano.
Lo que resulta más inquietante es que no fuera la Fiscal la encargada de desmentir a Andersson y Mónica, sino su propio abogado defensor, tan conocido por su labor como por su elevada autoestima. Yo no soy nadie para decidir quién dice la verdad. Aquí se trata de la palabra de dos periodistas contra la de un abogado —difícil elección—, lo que se traduce en que cada quien creerá lo que mejor le convenga. Lo grave, en todo caso, es el silencio institucional de Fiscalía ante una acusación tan seria.
A los periodistas de La Posta —no sólo Andersson y Mónica— se los ha criticado con buenas razones por su estilo de comunicación —visiblemente influenciado por la afición a la bebida de Luis Eduardo Vivanco— y por episodios tan desagradables como su descarada campaña a favor de Guillermo Lasso en 2017 y 2021 o el infame “indio encontrado, indio preso”. Aunque lo cierto es que pocas de esas críticas salieron de su gremio. Porque cuando en La Posta jugaban al fácil juego del anticorreísmo bravucón, Fundamedios y demás guardianes de la libertad de expresión y la ética periodística guardaban un silencio cómplice ante sus permanente exabruptos. Pero cuando a Boscán y Velásquez se les ocurrió hurgar en las cloacas del Gobierno del Encuentro, los viejos vinagres del periodismo ecuatoriano decidieron que era momento de enseñarles a “administrar la verdad”.
Durante algún tiempo, el fuego amigo se basó en desestimar la veracidad de la información publicada por La Posta, con pocos argumentos de por medio. Pero luego de que la Fiscalía General del Estado (donde parecen haber más diseñadores gráficos que fiscales) hiciera públicos los chats entre Andersson Boscán y el narcotraficante Leandro Norero, los anticorreístas de huesos amarillos encontraron la excusa perfecta para excomulgar a La Posta y convertirlo en un enemigo más de los ecuatorianos de bien.
A decir verdad, no sé si sea posible conseguir información sobre el crimen organizado entrevistándose con las Madres Carmelitas Descalzas, pero ver a periodistas que llevan años difundiendo noticias falsas en Twitter y haciendo activismo político desde sus lugares de trabajo, dándole clases de ética profesional a sus otrora queridos amigos me resulta bastante desagradable. Si Andersson y Mónica deben rendir cuentas por sus prácticas periodísticas no deberían hacerlo ante activistas disfrazados de colegas ni ante un sistema de justicia corrompido hasta el tuétano. Creo yo que habría que basar nuestros juicios en lo que dicen las poquísimas voces que, en este país, todavía no han renunciado a sus principios y su reputación por ganarse el favor del hacendado o el caudillo de turno.
Sea de esto lo que fuera, el caso es que el periodismo militante es un problema generalizado en el Ecuador. Desde esa caja de resonancia del correísmo más rancio llamada Radio Pichincha hasta ese antro de impresentables que es Radio Centro, el periodismo ecuatoriano está plagado de activistas inescrupulosos cuya línea editorial les viene dictada desde Carondelet, Bélgica o Miami.
Pero aquí no se trata de afinidades personales hacia Andersson y Mónica, hacia la Fiscal Diana Salazar o hacia los comunicadores que exigen la cabeza de sus colegas. El problema de fondo es que ya son varios los periodistas que han debido huir del país por hacer su trabajo. Y mientras tanto, el gobierno difunde cifras falsas a través de sus medios amigos, los ministros del “Nuevo Ecuador” llaman a programas de radio a increpar a técnicos que contradicen sus relatos y las autoridades del sistema carcelario son asesinadas por la pasividad e inoperancia de la Policía Nacional, esa misma que gasta recursos públicos en vigilar periodistas.
No insinúo que la pésima calidad del periodismo ecuatoriano sea la causa de todos nuestros males, pero estoy bastante convencido de que la situación sería algo menos catastrófica si en televisión, en radio y en redes sociales no se limpiara selectivamente la imagen de los responsables políticos de nuestro infierno cotidiano.
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Quizás el no haber pasado por una facultad de comunicación me hace ignorar las sutilezas del oficio de periodista, pero la educación del hogar paterno me ha enseñado que no existe tal cosa como la administración de la verdad. Cualquier cosa que no sea decir toda la verdad que uno conoce es mentir. Administrar la verdad es ocultarla, deformarla, y los periodistas ecuatorianos están dispuestos a sacrificar a sus colegas con tal de que la verdad se siga administrando de forma conveniente.
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