La tragedia personal como pretexto estético en la obra kafkiana

La tragedia personal como pretexto estético en la obra kafkiana

– El absurdo como efugio culposo –

“En sus obras, Kafka crítica la cotidianidad del hombre y la vuelve un absurdo, en donde el hombre está sometido a las leyes, que se tornan sagradas, pero nunca comprensibles, pero que se tornan a la vez validas, afianzadas en unas fuerzas superiores incomprensibles. La ley siempre estará ahí para controlar al hombre”.


No comprendo a los hombres que me dicen que nunca les atormentó la perspectiva del allende la muerte, ni el anonadamiento propio les inquieta; y por mi parte no quiero poner paz entre mi corazón y mi cabeza, entre mi fe y mi razón; quiero más bien que se peleen entre sí.

Miguel de Unamuno

“¿Conoce su sentencia?” “No”, dijo el oficial… “Sería inútil decírselo. Lo sabrá en carne propia. “Pero, por lo menos, ¿sabe por qué ha sido condenado? “Tampoco”. El principio, según el cual actúo es el siguiente: la culpa siempre es indudable. Otros juzgados no pueden seguir este principio fundamental, porque son multipersonales y dependen, además, de cámaras superiores.

Kafka


Una sombra recorre la obra de Franz Kafka: el dolor, la angustia, el desespero. Es la voz del padre dictador, distante, casi maléfico, la que mueve a Kafka en sus escritos. Literariamente no es dable hacer tales afirmaciones, pues se estima que el autor complementa su obra con el ejercicio realizado por el lector, cuando se apropia de la experiencia ajena y la hace suya, es la transliteración de lo propio a lo ajeno y viceversa; pero en Kafka lo literario va más allá, es su texto hecho pretexto para recriminar su propia experiencia, es, al decir de los psicoanalistas, una forma de desfogar sus propios pesares y angustias. Hay un sometimiento craso a la figura paterna, y de ahí endilgada a toda figura que represente cierta autoridad: el estado, el oficial, Dios, el pueblo judío… “¡Mi padre todavía es un gigante!” , Kafka conlleva en su historicidad una carga de autoridad a la que le es imposible eludir, no en vano una de sus últimas obras fue La carta al padre, en donde se denota una angustia por un sometimiento metafórico a la figura paterna.

Pero lo asombroso es ver como en sus obras Kafka crítica la cotidianidad del hombre y la vuelve un absurdo, en donde el hombre está sometido a las leyes, que se tornan sagradas, pero nunca comprensibles, pero que se tornan a la vez validas, afianzadas en unas fuerzas superiores incomprensibles. La ley siempre estará ahí para controlar al hombre. Se paralelan la figura paterna y la ley, a veces se confunden, son una especie de nudo gordiano, el mismo que Kafka se ha propuesto desatar – pero no a la manera de Alejandro de Macedonia, puesto que Kafka no cuenta con la cortante espada del Magno, él está sometido y no posee ningún arma -; durante el transcurso de su obra, desarrolla unos protagonistas – El hijo siempre,  en El Fogonero, La Metamorfosis, La Condena – que sucumbe en el mundo del absurdo llevado por la ley, que se torna real, concretizada en unas formalidades, en la figura del Oficial o del Comandante, en un rigorismo que hace aún más absurda la experiencia de los protagonistas, no en vano al inicio de El Proceso, sorprende cuando  reconoce que K “vivía en un Estado de derecho, reinaba la paz general, todas las leyes se mantenían vigentes. ¿Quién se atrevía a asaltarle en su propio domicilio?”  La ley para Kafka, puede transgredir la normalidad, es una carga que todo hombre debe sobrellevar, es la ley que se transmuta en lo puramente interno, como un sentimiento de haber cometido siempre algo malo.

En Kafka vemos una crítica a la autoridad, son cuestionamientos que giran cíclicamente, y que van de lo interno al exterior de la vida de cada uno de los protagonistas; los somete a penas tortuosas, por hechos totalmente irrelevantes o absurdos; En la colonia Penitenciaria, el condenado es perdonado, pero el Oficial se somete sin reparos a la pena, acepta su culpa – el hecho de permitir que de una u otra manera la máquina desaparezca-, se somete a ella como para expiar los pecados de todos aquellos que la repudiaban, tanto así que el Oficial no necesitaba estar amarrado para cumplir su pena, sabe que ha cometido un delito y debe aceptarlo; además, al igual que Gregor Samsa en La Metamorfosis, al Oficial le debe quedar señalada la pena en su cuerpo, el rastrillo cumple la labor de la manzana en el cuerpo de Samsa, es el reconocimiento físico de haber cometido un delito -¿el pecado original?- y que la autoridad se lo recuerda constantemente, por ello K es procesado, está investigado, pero puede deambular y hacer su vida normalmente, pero sobrelleva el peso de estar procesado, de haber cometido un delito que nunca se sabrá cual fue.

El peso religioso aparece en Kafka, es la herencia sefardita que marcará profundamente a nuestro autor, es el temor a un Dios lejano –asimilado en la figura paterna, en la ley-, y obviamente la aceptación del hombre como un ser de pecado y de maldad, por ello Kafka recrea el pasaje final de El Proceso con una aceptación de la pena ante un proceso sin juez aparente -¿el Dios omnipresente?- es la posición incómoda que siente el hombre religioso, es la puñalada que cercena toda razón, pero más que ella, todo sentimiento; es una figura lejana que quisiera ayudarnos, pero que sigue distante; en la pena, Kafka trasciende lo puramente positivo, se moraliza en sus temores religiosos, tradicionales, familiares, por ello hace que K, aun después de haber sido ejecutado, sienta que la vergüenza hubiere de sobrevivirle.

Hay, desde luego, en Kafka una influencia del pensamiento de Schopenhauer, puesto que se propugna por la supremacía de la voluntad,  que en Kafka proviene de la figura paterna, y que por ende sobrelleva a un repudio del mundo; en los protagonistas kafkianos, condenados y sometidos, la voluntad descubre al hombre por sí misma, como una fuerza flotante que sube del inconsciente a la superficie de la conciencia , pero es más una fuerza interna, que se exterioriza en el cuerpo – no en vano la pena queda en el cuerpo, como lo vimos en La colonia penitenciaria – el sometido es consciente de haber cometido un delito, aunque impera la crítica de un absurdo que se torna real, que se patentiza en una culpa, es esa interioridad que nos recusa y nos vuelve a recusar constantemente, y que terminamos por aceptarla, por someternos; por ello la vida es un continuo ir y venir entre el dolor y el sufrimiento, El mundo es un infierno en que los seres fenoménicos se hallan en perpetua lucha de unos contra otros, en todos los grados de la existencia , por eso K, el Oficial, deben enfrentarse continuamente a su propia conciencia, pero sobre todo a las contrariedades y arbitrariedades de jueces, condenados, de extranjeros, es un dualismo que nuevamente aflora desde nuestra interioridad y se concretiza en la realidad frente a los otros y con los otros.

Kafka, al igual que Schopenhauer, cree que una manera de librarse de las ilusiones fenomenológicas es la piedad, la más alta virtud es la compasión, nos recuerda Schopenhauer, si bien se acepta la pena impuesta, queda el deseo de que alguien hubiese intervenido para no someternos al castigo, hace falta una voz, una mano que detenga la condena… pero el escepticismo ante el mundo del absurdo se torna más real que la razón misma. Por ello no hay un thelos aparente en la vida de los protagonistas, Kafka lo vislumbra así en su propia vida, no en vano renuncia dos veces a compromisos de matrimonio, cree que el absurdo de su vida no puede compartirlo con nadie; La voluntad, tanto en Schopenhauer como en Nietzsche, y que nosotros la vemos también en Kafka, tiene un primado fundamental, frente a una concepción pesimista en donde a la voluntad se somete el intelecto, de ahí el absurdo como pretexto en la obra kafkiana,  “Esa concepción, es decir, la comprobación que no es precisamente humanista en el sentido clásico de que el intelecto está ahí para agradar a la voluntad, para justificarla, para proporcionarle motivos que son con frecuencia aparentes y auto engañosos, para racionalizar los instintos, esa concepción, digo, encierra una psicología escéptico-pesimista, una ciencia del alma de una inexorabilidad y perspicacia tales, que no solo ha preparado el terreno a eso que nosotros llamamos el psicoanálisis, sino que lo es ya” .

Kafka desarrolla la filosofía de Schopenhauer y de Nietzsche en cierta medida, aun mostrada como ficción –aunque suponemos de lleno su propia experiencia- puesto que da un primado a algo más allá de la razón, a algo pulsional, que se mueve entre la irracionalidad y la no-razón, es el subconsciente humano que nos obliga a obrar, a vivir, a ver el mundo desde unas perspectivas puramente individuales, es el personalismo que se muestra como fuerza estética, pero que no por ello deja de ser triste, doloroso. El mundo, sin thelos, se muestra ahí como algo doloroso, pero el hombre debe vivir, en el absurdo y en el dolor, no puede estatizarse en su pesar, a pesar del dolor mismo, éste debe enfrentar los fenómenos y el mundo, pero como nos recuerda el angustioso Cioran: Actuar es delinquir contra el absoluto,  en Kafka, contra la ley, contra el padre, contra Yahvé.

 

J. Mauricio Chaves-Bustos

Escritor de cuento, ensayo y poesía. Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz. Columnista en varios medios escritos y virtuales.

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