La supresión de la tristeza

nos dijeron que todos podíamos ser, que todos podíamos tener, se enriquecieron de nuestros patéticos intentos por alcanzar lo que nos impusieron que debíamos alcanzar, nos alienaron de felicidad y aunque a diario nos sentimos mal, nos suprimieron la tristeza.


El positivismo se ha apoderado de nuestra cotidianidad, las redes sociales se han convertido en los principales altavoces de estereotipos de vida tan perfectos y cercanos, pero al mismo tiempo tan distante e irreales que muchos, al mirar hacia sus propias vidas y compararlas con la enceguecedora y aparente luminosidad de la de los demás, no pueden evitar sentirse un poco frustrados, incluso deprimidos.

Cada quien toma partido a su manera en la búsqueda desesperada y desenfrenada por cumplir los estándares que se imponen en la colectividad, la imitación se ha vuelto la regla y el engreimiento parece ser el ingrediente base de una fórmula que, bien aplicada, puede generar bastante acogida entre la manada digital.

Una aprobación efímera y poco intencionada, medida en la cantidad de clicks que seres inermes, un poco inconscientes, en piloto automático, dan a aquello que hemos colgado en la red, partícipes del teatro digital, buscando un poco de ese protagonismo que la vida nos ha negado, el centro de atención, la desaparición del vacío existencial que sólo una sociedad líquida, fugaz, inmediatista, desorientada, puede generar.

Las sonrisas, los viajes, la comida costosa, los vehículos de alta gama, billetes, oro y marcas de ropa, todo es válido a la hora de exponerse en la red y rozar un poco de esa fama que tan idealmente nos han mostrado como el nirvana de la vida, no hay espacio para las caídas ni para los errores, bueno, si la hay, solo si es lo suficientemente graciosos como para hacer de bufón y divertir fugazmente a un montón de personas sin importancia, se vale actuar como idiota, lo importante es el like.

La deshumanización es más que evidente, es una red creada por humanos para que los humanos interactúen entre sí, pero en la que extrañamente no tiene cabida la humanidad, el enojo deja de ser expresión para transmutarse en agresión, el anonimato saca lo peor de cada quien y la tristeza se hace invisible en medio de tanto brillo y glamour patéticamente ficticio.

¿Qué hay más allá de la pantalla? ¿Qué hay más allá de la cámara y las fotografías? ¿Se va el brillo cuando se apaga el teléfono celular? El aumento en los casos de depresión, adicción a las redes sociales y ansiedad dan una muestra clara de la realidad, hay una carrera desesperada por tener, por aparentar y encajar, por encasillar el ideal de las personas y ponerlos a transitar en una banda estática tras un sueño inalcanzable.

Se suprime la emocionalidad, se señala el error, se burla el fracaso, se aplaude el narcisismo, el egoísmo, el derroche, la estupidez, hemos sido engañados, nos encerraron en una cárcel de idealismos inalcanzables e inagotables, nos dijeron que todos podíamos ser, que todos podíamos tener, se enriquecieron de nuestros patéticos intentos por alcanzar lo que nos impusieron que debíamos alcanzar, nos alienaron de felicidad y aunque a diario nos sentimos mal, nos suprimieron la tristeza.


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Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia con énfasis en educación, formación empresarial y salud mental, educador National Geographic, escritor aficionado con interés en la historia, la política y la filosofía, amante de la música y la fotografía.

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