El concepto del -yo- en la psicología, generalmente se relaciona al sentido de la identidad y de cómo percibimos el rol de nosotros siendo protagonistas de nuestra vida.
Sigmund Freud en su teoría: -El yo, el ello y el superyó- afirmó que: “El -yo- es entendido como la parte consciente de la mente, que debe satisfacer nuestros impulsos instintivos e inconscientes (ello), teniendo en cuenta las exigencias del mundo externo y de la propia conciencia (el superyó) , constituido por normas sociales interiorizadas”. Las funciones del -yo- incluyen la percepción, el manejo de información, el razonamiento y el control de los mecanismos de defensa.
Para Freud el -ello- es el “demonio” que se rige por el principio de placer, el -yo- es el “hombre” apegado al principio de la realidad y actúa como intermediario entre el -ello- y el -superyó- que rige en medio de normas morales e ideales reflejado como un “ángel”.
La superposición es un término que hace referencia a colocar, situar o adicionar alguna cosa, objeto o elemento por encima de otra. Freud representa estos elementos como un edificio donde el sótano sería el -ello-, el bajo sería el -yo- y la primera planta y tejado el -superyó-. A pesar de que el -superyó- se encuentre en una posición jerárquica ventajosa, el único elemento que ejerce control sobre los restantes es el -yo-. Regula los impulsos del -ello- de una manera realista y evita que el -superyó- nos acorrale con su carácter restrictivo legalista.
En todo caso, el -yo-, es responsable del balance perfecto que debería darse entre el bien y el mal. Estos elementos nos permiten reconocer nuestras acciones, impulsos y como los relacionamos con la moral y ética; sin olvidar la integridad y contexto de la realidad. Dicho balance entre el bien y el mal es llamado por algunos el “equilibrio de la vida”, a mí me gusta llamarlo la “superposición del yo”.
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