El gobierno de Juan Manuel Santos “subastó” el 13 de enero. La generadora Isagén, construida con el dinero de todos, abastecedora de casi el 20 por ciento de la energía del país. Un paracaídas para la crisis energética mundial, pues entre otras cosas estamos hablando de hidroeléctricas que pertenecen a Isagén. Resumiendo un poco: Cárdenas y Santos vendieron el agua de los colombianos. Lo que vaticinaban los ambientalistas y los guionistas de películas sobre el apocalipsis: vienen por nuestra agua.
Pero esto no es obra original de Juan Manuel Santos, de Germán Vargas Lleras y Mauricio Cárdenas -ellos demostraron que su audacia macroeconómica se limita a vender lo que en suerte nos tocó, el día de la repartición del a naturaleza, sobre el suelo o en el subsuelo- este ‘logro’ se le anota al tablero del neoliberalismo que una vez más se sale con la suya y logra que el fruto del trabajo de una nación pase a acrecentar arcas extranjeras.
Se rumora en las redes que es el bazar de Colombia, que estamos en un outlet esperando ser subastados ante el cliente que mejor soborno ofrezca al empleado de turno. Pero volvamos a lo de la “subasta” de Isagén, que fuertes críticas recibió porque sólo un oferente entró a la puja y por ende se decía que no era una subasta. El gobierno salió a mostrar la ley donde decía que la realidad estaba equivocada, que lo correcto era lo que el presidente decía. Terminó la discusión legal.
Pero por fuera de lo legal, yo le doy la razón a Cárdenas y a Santos, fue una subasta. El término subasta (bajo asta) tiene origen en la antigua Roma y hace referencia a la repartición que hacían los soldados victoriosos con las posesiones de los derrotados, “los derrotados no podían decir nada, pues estaban muertos o pasaban a ser esclavos. Esta repartición se anunciaba con una lanza”. Legítima subasta la nuestra, casi como las romanas.
Isagén pasó de ser el gran activo de una Nación a ser botín de guerra ofertado públicamente por una lanza hincada. Los derrotados, desde mucho antes al 13 de enero, que no podían decir nada fuimos y somos nosotros. Aunque enérgicamente la Nación haya manifestado su oposición a esta subasta, eran voces de muertos o voces que salían de las herramientas parlantes.
Nuestra sólida democracia nos ha traído estas épicas derrotas. Da la impresión de que funcionáramos bajo la lógica de que podemos criticar a quien nos gobierna, podemos odiarlo y maldecirlo pero nunca cambiarlo ni desobedecerlo. ¿No basta la hambruna que se pasa en diferentes lugares de este país para que decidamos cambiar a quienes llevan 200 años gobernándonos?
Pues aquí no. Porque quien controla los canales de comunicación elige cómo se llaman las cosas, qué cosas serán nombradas y cuáles no. Sí, los dueños de los canales de comunicación son los mismos exitosos empresarios que mantienen la clase política que sólo cambia sus nombres con los años, manteniendo los apellidos.
Se han encargado de centrar la atención de los incautos en nimiedades, lejos de los desastres del modelo económico. A la vez que lavan la cara a los que gobiernan. No importa si en La Guajira mueren muchos o pocos niños por inanición, no importa si la misma hambre cobra vidas también en Antioquia, no importa los cordones de miseria que circundan las ciudades principales. Es que eso no es contigo, es el mensaje tácito que envían. Salvándose así de que cada cuatro años cuando van al “ruedo democrático” se les quiera cobrar a ellos alguna responsabilidad política de la mala suerte que tuvieron la mayoría de colombianos al nacer.
Pero así como hay los incautos, también los hay herejes, esos que siempre hacen avanzar las sociedades, que se preguntan sobre el origen de tanta miseria, de tantas palabras que se parecen poco a sus significados; se preguntan también sobre la mentira de que nos representen. Cuando se re-presenta, es porque algo no está presente. Y sin la presencia de los representados se toman decisiones todos los días sin que se democratice el beneficio. Indiscutiblemente aquí hay un problema político, que muestra sus efectos en lo económico.
El manto con el que cubrieron la venta de Isagén fue la financiación de las costosas autopistas 4G, prometen el ingreso, este sí definitivo, al futuro. Un pésimo negocio. Pero pensando en otras fuentes de financiación para aquellas autopistas se me viene al a cabeza el boom de los commodities que inundó de dólares a Latinoamérica hasta el año pasado. ¿Qué pasó con ese dinero? Fueron muchos años de renta petrolera, minero energética que pudo ser la fuente de dinero para aquellas autopistas, dejando de lado que también pudo financiar la educación y la salud de los colombianos. ¿Qué pasó con ese dinero?
El auge no se ve pero la crisis sí se siente ¿Por qué? Es que el Estado se ha convertido en la trinchera de los neoliberales. Cuando cae la tasa de ganancia, desde allí encuentran algún ámbito de la vida, un derecho que solventaba el Estado y pasan a convertirlo en mercancía. O si los bancos se quiebran socializan con todos sus pérdidas, destinando nuestro dinero para salvarlos. El Estado ha sido raptado por una élite que tiene su coartada en las elecciones democráticas y pide en estos momentos austeridad por el bien de todos. Pero a la ciudadanía le cuesta cree que quienes se han lucrado hasta lo inimaginable del modelo económico ahora pidan ser austeros, porque si el bien común les interesara realmente aquella clase hubiera devuelto lo acumulado a costas de los recursos naturales del país.
No sólo no van a devolver lo acumulado, van a usurpar las riquezas de la Nación para extender sus ganancias y no van a permitir que haya una participación de la ciudadanía en las decisiones del estado. Queda en hombros de todos los indignados movilizarnos, extender la indignación quitando las vendas que tapan la vista a quienes tenemos al lado y preguntarnos, si es una falla en el sistema o es el sistema el que ya falla definitivamente.
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