La política del fanatismo y sus consecuencias

Eso aparece ser Colombia, América Latina en general y hasta los Estados Unidos. Todos los países en el continente americano parece que están en búsqueda de un caudillo, dejan a un lado sus propias convicciones y hasta tienen el temor de opinar porque de un lado u otro, ya sea por las redes sociales o de manera personal, te señalan por tener una mentalidad crítica.

Lo que más representa esta situación es el senador colombiano Gustavo Bolívar del Pacto Histórico. Lo que pasa con ese senador, es algo muy particular ya que nadie, absolutamente nadie puede poder en tela de juicio lo que el presidente Gustavo Petro afirme o proponga, como un sirviente ciego a su amo. Su fanatismo recalcitrante no lo deja ver las consecuencias de ciertas propuestas desafortunadas de Petro. Como ha pasado en la Reforma Tributaria, Reforma Política y ahora la Reforma a la Salud. Siempre está en una necesidad absoluta de defensa y de señalamiento incluso a los miembros de su propia colectividad.

Los fanáticos como Gustavo Bolívar están “hechizados” por la violencia, a tal punto de crear unas Camisas Pardas criollas como los de los vándalos de la “Primera Línea” dotarlos de cascos y escudos como si fueran a una guerra civil, y como tales, tienden al proselitismo; a la propagación epidémica de sus criterios. No les basta con estar dominados por sus impulsos, sino que los difunden y hacen obligatorios, en la búsqueda de nuevos fanáticos. Por eso, los materialistas dialécticos del siglo XIX –Feuerbach, Marx, Engels y Bakunin–, pretendiendo la emancipación de los oprimidos, invitaban a combatir todo fanatismo, relacionándolo con la enajenación o la alienación: el opio de los pueblos. El nihilismo, por su parte, representado por Nietzsche, veía en el fanatismo “una enfermedad de la voluntad, propia de torpes y tímidos”. No obstante, el hombre está condenado a seguir ídolos de forma irrevocable, a menos de que trascienda su condición crédula

Y si en la izquierda radical llueve, por la centro derecha y el uribismo, no escampa. Todo esto se hizo muy evidente en la presidencia de Iván Duque y su escudero Ernesto Macías, aquel hombre que hasta el día de hoy, sigue con una defensa acérrima del legado del ex presidente. Es la mima situación de la izquierda radial y servil pero dentro del Centro Democrático. Quien ose discernir del jefe o del amo, en ciertas circunstancias.

Ese, fue uno de los grandes errores del Centro Democrático y hasta hoy siguen pagando las consecuencias. Si ya alguien levantaba la mano y decir: “Lo que propone Uribe o Duque no me parece porque…” inmediatamente salían las voces fanáticas y lamesuelas como las denominó de una manera certera el ex representante Gabriel Santos, serían señalados de “extremistas” “extrema derecha” “enemigos del partido y de Uribe” etc.

La necesidad de un caudillo ya es una enfermedad, la política del libre disenso debe ser defendida y dentro de las propias colectividades. No solo debe existir una sola corriente, sino varias, tal como pasa en partidos como el Demócrata de los Estados Unidos, hay una línea mucho más liberal que otra y en el Republicano, y otra mucha más conservadora que otra. Y ahí está la clave del éxito en la doctrina partidista

“Más allá de los grandes héroes de la nación, la democracia moderna es algo que hacen funcionar, y defienden, personas casi desconocidas”

Y de ahí, viene también la armonía con los 3 poderes del estado, no todo debe ser un lujo para el ejecutivo desde el legislativo, sino también la imparcialidad del juez. Un gran ejemplo de lo mencionado son los padres Fundadores de los Estados Unidos.

Ahí es donde ha entrado el diseño institucional de los padres fundadores y su obsesión por los controles y equilibrios: la necesidad de que a cada poder se oponga otro y de que nadie tenga demasiado. “La acumulación de todos los poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, en las mismas manos, sean de uno, de pocos o de muchos, y sean hereditarios, autoconcedidos o electivos, puede considerarse la definición misma de tiranía”, escribió James Madison, cuarto presidente del país. Por esa razón, Estados Unidos es un país enormemente descentralizado en el que la pugna entre instancias (presidente y Congreso; Gobierno federal y estados; legislativo y judicial) no es un fallo del sistema, sino su propio fundamento.   

Y los populismos de tercera como los petristas y los fanatismos ridículos como los del uribismo causan un daño en el fundamento del funcionamiento del estado y choques o complicidades entre los mismos, como los que hoy sucede en Colombia y muchos países de América Latina.

Las consecuencias de tal fanatismo también es que, como sucedió con Joe Biden, lleguen al punto de cuestionar las decisiones del Tribunal Supremos de los Estados Unidos, respecto al aborto. La autonomía de los poderes públicos no solo son los pilares de una sociedad organizada, sino también el punto de quiebre de la misma, si uno de los tres falla.


 

Ángela Camila Franco

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