“Nunca antes el fútbol extraño tanto a sus románticos anfitriones. Jamás el fútbol tuvo tan plena consciencia del valor que tiene el hincha. La tribuna es -quizá- la última frontera que le queda a la razón en un mundo que se debate entre la desesperanza sobre el futuro y la solidaridad para reconstruirse. Es el territorio puro de las emociones”
En la sultana del Valle, los últimos suspiros del día tienen la particularidad de tornarse rojos con la puesta del sol, o quizá así lo vemos quienes no necesitamos razones cuando es la pasión de un pueblo la que está en el gramado de la cancha del barrio San Fernando. En silencio esperábamos el articulado del Mío en la estación ubicada sobre la quinta. Solitaria, con sus posibles más de cincuenta años encima, se quedó observándonos con una cierta complicidad que sólo una mirada entre personas que algo importante tienen en común, aunque nunca antes se hayan visto en la vida, pueden lograr.
- Yo sí quedé preocupada, ¿ustedes no?
Había razones para estarlo. Esa tarde, América había empatado en un lánguido partido contra el Cúcuta Deportivo en la última fecha del todos contra todos. Un error del arquero uruguayo Sebastián Fuentes -que pasó sin pena ni gloria por el equipo ese 2016 – nos dejó el sin sabor de no poder obtener una victoria que nos diera tranquilidad para el inicio de los cuadrangulares finales que definían el ascenso a la primera división.
- Lo bueno fue que el Teclita hizo gol. Yo le pedí a la Virgen de Santa Marta que le regalara un golecito esta tarde y me lo concedió.
Besando la medalla que debajo de su blusa escondía, acudió a la patrona de los imposibles para que su deidad en la tierra hiciera lo propio en el terreno de juego. Dentro de la arbitraria clasificación de las pasiones, Juan Villoro consideró que materialistas son todos aquellos que observan el marcador para confirmar que su ilusión gana o pierde; los segundos, “no necesitan evidencias para apoyar a los suyos”. Sólo a estos románticos puede considerárseles hinchas.
Ha vuelto a rodar la pelota, pero no ha retornado el fútbol. Con una derrota 4 – 0 del Borussia Dortmund sobre el Schalke 04 regresó la Bundesliga en Alemania, luego del cese obligado por la COVID-19. Nunca antes el fútbol pareció perder su verdadero significado. Ni siquiera el “Derby del Ruhr”, llamado así por la histórica rivalidad de los dos equipos ubicados en la cuenca minera del Ruhr y que es, además, la zona más industrializada de Europa, nos alimentó el espíritu lo suficiente para pedir por un milagro hecho por los dioses vestidos de cortos.
En Colombia, se populizaron las ligas internacionales tan sólo hasta la década de los noventa, cuando los nuestros hicieron parte de las nóminas de históricos equipos. De la Bundesliga alemana y el Calcio italiano supimos cuando las transmisiones de los domingos en la televisión nacional permitieron ver a Gianfranco Zola, al ´Tino´ Asprilla y el ‘Tren’ Valencia con las casacas del Parma y el Bayer Múnich. Levantarse temprano un domingo nunca tuvo más un motivo tan especial.
El fútbol es un deporte de contacto. En el reino de las patadas, el más popular del mundo, se ha desnaturalizado el roce corporal con la ilusión de evitar un rival invisible. Como histórica se pretende pasar la fofa celebración de Haaland luego de la primera anotación del partido, aunque lo tangible es que este hecho nos enfrenta a una nueva realidad: durante un largo tiempo, el orgasmo colectivo que se despliega cuando llega el gol, no tendrá el grito de las multitudes que se encuentran en una orgia de abrazos entre desconocidos que comparten el amor por una camiseta.
Nunca antes el fútbol extraño tanto a sus románticos anfitriones. Jamás el fútbol tuvo tan plena consciencia del valor que tiene el hincha. La tribuna es -quizá- la última frontera que le queda a la razón en un mundo que se debate entre la desesperanza sobre el futuro y la solidaridad para reconstruirse. Es el territorio puro de las emociones. Un hincha no está allí para otra cosa que sentir. El fútbol es lo que es porque sus hinchas le han dotado de sentido y han escrito una historia de alegrías y tristezas que no concluyen con el pitazo final.
- Mis hijos no saben que me vine pal estadio, deben estar pensando que estoy durmiendo la siesta de la tarde.
Sólo un sentimiento superior puede movilizar a una persona hacía un lugar en el que no encontrará ningún beneficio material. Tenía razón Eduardo Galeano, “una vez por semana, el hincha huye de su casa y acude al estadio”. El hincha nació en Uruguay con el ´Gordo´ Reyes. Talabartero de profesión, Prudencio Miguel Reyes tenía la función de inflar balones cuando estos eran artesanales esféricas cubiertas de cuero. “Hinchar”, como se le conocía a la labor de mantener la redonda llena del aire suficiente, se hizo inmortal verbo cuando el ´Gordo´ Reyes vociferó por Nacional de Montevideo en los tablones de Parque Central. Alentar al equipo de sus amores tomó el universal nombre que une en ese pasado común al ´Gordo´ Reyes y a nuestra anónima señora.
El fútbol es nada sin el otro. Demanda un rival de juego. La fiesta en la tribuna reclama un contendor. Es posible que esto no lo comprendan quienes decidieron que los estadios no tendrían más hinchadas visitantes. Antes que necesario, es inevitable el contacto y es hipócrita pretender eludirlo. El fútbol es un deporte colectivo que sirve de fondo para que brille un héroe, señala Martin Caparros. Ese héroe es el crack, el que marca el gol definitivo.
Hasta en eso fue aburridor el retorno de la Bundesliga. Al ser tan abultado el marcador, nos olvidamos que la escasez de tantos es lo que hace al fútbol una expresión colectiva que se desborda cuando el deseo se concreta en el impacto del balón en la red. Lo que es seguro es que, cuando todo esto pase y quizá la sociedad adopte el aislamiento como un estado mental permanente, habrá gente que querrá llenar las tribunas. Porque se podrá cambiar de muchas cosas en la vida, menos de pasión.
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