La paradoja de los pueblos

“Después de que se gradúa, si tiene la posibilidad, va a estudiar a la Universidad en Medellín y probablemente se queda en la gran urbe trabajando”.


En Colombia, a mediados del siglo XX, comenzamos la moda de habitar mayoritariamente las ciudades. Dejamos de ser un país rural a uno mayoritariamente urbano por fenómenos de industrialización, fuentes de empleo y educación. En la Colombia rural, las familias eran grandes comparado con el promedio de hoy donde como máximo se tienen 2 hijos. Hasta mediados del siglo pasado, era común encontrarse con familias que superaban los diez hijos. La razón se explica en que estas familias vivían en fincas, comúnmente cafeteras. La lógica decía que entre más hijos se tuviera, más mano de obra entraría a apoyar las labores del cultivo y cosecha -en el caso de los varones-, y las preparaciones de alimentos para los recolectores y aseo general de las fincas -en el caso de las mujeres-.

Estudiar no era la prioridad, los niños desde muy niños comenzaban a trabajar y los que empezaban a estudiar terminaban “botando el viaje” como se dice popularmente.  Trabajar en la finca para luego caminar largos recorridos, que podían convertirse en horas para llegar a la escuela, era realmente extenuante e impedía poner la atención necesaria para aprender nuevas cosas. Así fue como numerosas familias en Antioquia decidieron migrar para Medellín en busca de esas oportunidades que creían la ruralidad negaba: empleos formales, educación de calidad, la posibilidad del “progreso” y una mejor vida. Las labores del campo eran vistas y en parte siguen siendo, extremadamente exigentes. Quedarse en los pueblos y en la ruralidad, era sinónimo de retroceso.

Con el colapso de las ciudades por la sobrepoblación, malas condiciones ambientales, la pérdida de calidad de vida por los largos tiempos de desplazamiento, los pueblos han vuelto a coger relevancia. Muchos citadinos sueñan con vivir en estos pequeños paraísos terrenales. Con las oportunidades de teletrabajo que brindó la pandemia, varias de estas personas han decidido trasladar su residencia a estos lugares. Encuentran tranquilidad y tiempo. Esos intangibles que hacen la vida más placentera. Ahora los pueblos no sólo son vistos como sitios para retirarse sino como una opción real para desarrollar un proyecto de vida. La clave es seguir brindando alternativas a sus habitantes a través de la generación de polos de desarrollo.

Me explico, lo común que sucede con un niño que nace en un pueblo del suroeste de Antioquia y tal vez este ejemplo aplica para todos los pequeños pueblos de Colombia, es que primero va a la guardería, luego a la escuela y finalmente al colegio; después de que se gradúa, si tiene la posibilidad, va a estudiar a la Universidad en Medellín y probablemente se queda en la gran urbe trabajando, porque en su pueblo no hay suficientes fuentes de empleo. Ese niño, terminará regresando a su pueblo natal, en el mejor de los casos, los fines de semana o en época de vacaciones. Así los territorios pierden su identidad, sus talentos y una base estructural que jalone el desarrollo endógeno.

El teletrabajo permitirá que este fenómeno reduzca, pero para lograr que nuestros niños y jóvenes vean futuro en sus pueblos, debemos promover el asentamiento y creación de empresas en estos territorios que fortalezcan sus vocaciones pero que también ayuden a diversificar la economía con la materialización de otras potencialidades. Eso permitirá que haya mejores colegios, hospitales y mejor calidad de vida, para que la gente pueda vivir y trabajar en el lugar que nació y superar la paradoja de que es muy rico vivir en el pueblo pero que no siempre se puede por la falta de oportunidades.

José María Dávila Román

Comunicador Social - Periodista de la UPB con Maestría en Gerencia para la Innovación Social y el Desarrollo Local de la Universidad Eafit. Creo que para dejar huella hay que tener pasión por lo que se hace y un propósito claro de por qué y para qué, hacemos lo que hacemos. Mi propósito es hacer historia desde donde esté, para construir un mundo mejor y dejar un legado de esperanza y optimismo para los que vienen detrás. Soy orgullosamente jericoano.

Nota al pie: El columnista tiene o ha tenido vinculación laboral con la minera AngloGold Ashanti. 

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