La palabra prohibida

“Es un pecado escribir esto. Es un pecado pensar palabras que ningunos otros piensan y escribirlas en un papel que ningunos otros han de ver. Es mezquino y malvado. Es como si estuviésemos hablando solos, para ningunos oídos salvo los nuestros. Y sabemos muy bien que no hay una transgresión más vil que obrar o pensar solos. Hemos quebrantado las leyes. Las leyes dicen que los hombres no pueden escribir a menos que el Consejo de Vocaciones así se lo ordene. ¡Que nos sea perdonado!

Más ese no es el único pecado que pesa sobre nosotros. Hemos cometido un delito mayor, y para ese delito no hay nombre. No sabemos qué castigo nos espera si nos descubren, porque en la memoria del hombre nunca se ha producido tal delito, y no existen leyes que lo tipifiquen.

Está oscuro aquí. La llama de la vela permanece quieta en el aire. Nada se mueve en este túnel salvo nuestra mano sobre el papel. Estamos solos aquí, bajo la tierra. Es una palabra temible, «solos». Las leyes dicen que ninguno de los hombres deben estar solos, jamás, en ningún momento, porque ésta es la máxima transgresión y la raíz de todos los males. Pero hemos quebrantado muchas leyes. Y ahora no hay nada aquí, salvo nuestro solo cuerpo, y es extraño ver tan sólo dos piernas extendidas en el suelo y, en la pared frente a nosotros, la sombra de nuestra sola cabeza.”

Fragmento del Prólogo de “Himno” (1ª ed., 2020 [1938]), por Ayn Rand. (V. Puertollano, Trans.) Barcelona, España: Ediciones Deusto.

Había transcurrido ya, poco más de la mitad del mes de marzo de 2020. Para aquel entonces, los colombianos habíamos “tomado la decisión” de resguardarnos en casa; a fin de proteger “la vida”. Los planes de viaje, los almuerzos de trabajo, las reuniones familiares y con los amigos, y otros proyectos agendados para todo el año, básicamente, yacían rotos sobre el piso. En un abrir y cerrar nos encontrábamos aislados, abrumados, cargados de pánico y sin certeza alguna de saber si regresaríamos a lo que concebíamos antes como el día a día. Nos vimos en la cuenta de parar todo, supuestamente, por la “defensa de la vida”.

Eso último, nunca ha sido verdad. Lo acontecido, ciertamente, y dado el lamentable contexto, dio lugar a que decidiéramos abrir una puerta que, muy a nuestro pesar, creo que no podremos cerrar con la misma premura con la cual resolvimos abrirla: un gran poder otorgado a los dirigentes políticos. Hoy, las decisiones de los gobernantes de turno pretenden trazar nuestros destinos: Nadie sale y nadie entra ¡Tu vida nos pertenece ahora!

El individuo, abrupta y contradictoriamente, comienza a ser aniquilado precisamente por quienes no debemos hacerlo.

Un día…

Un día, el Fondo Monetario Internacional (FMI) visualizaba que podríamos ser uno de los países con mayor perspectiva de crecimiento durante 2020. Al otro, nuestra economía estaba siendo cerrada en su totalidad, salvo los sectores que el Gobierno consideraba como “vitales”. El aparato productivo era consumido por un fuego arrasador en medio de una emergencia que, pareciera ser sanitaria. Nada más alejado de la realidad –aunque muchos aún lo duden–.

Fue entonces creado un caldo de cultivo ideal para que políticos y burócratas pudieran abusar a sus anchas de un pueblo sumiso y servil; bien sea desde el Congreso, la Presidencia, o incluso, una Secretaría Pública. Todo ello, producto del miedo, la incertidumbre y la ilusa pero retorcida idea de creer que los políticos hacen las cosas mejor que nosotros.

Acaso esto ¿Puede ser comparable con lo acontecido en el Siglo XX? Específicamente ¿En la URSS? Recordemos que allí sus ciudadanos, casi muertos en vida, hacían interminables filas para recibir su ración de pan; al tiempo que soportaban el asedio de policías y militares, la propaganda mediática, y eran obligados a participar en actividades impuestas por el gobierno, para, de esa manera, no levantar sospechas de que pudieran querer hacer algo distinto o tener un pensamiento disidente. Justamente, ninguna forma de pensar, fuera de la doctrina comunista, era aceptada, pues de ser así o de percibir alguna actitud “burguesa”, se aceleraba la llegada a los campos de trabajos forzados… Desde luego puede compararse, aunque no es exactamente la misma situación.

Un día, los gobernantes determinaron cuándo podíamos salir o no, a hacer las diligencias que ellos llamaron “de primera necesidad”. Un día, decidieron si podíamos trabajar o no, y si podíamos ver o no –y cuantos– a nuestros familiares y seres queridos ¡Ingeniería social en su máxima expresión!

¿Por qué? y ¿para qué?

Por y para efectos de satisfacer esa enfermiza obsesión con que todos seamos iguales. Ellos necesitan redefinir a la especie humana y purificarla de los vicios procedentes de la individualidad ¡Basta ya de querer seguir acumulando riqueza, y creer primeramente en el bienestar propio y en el de nuestra familia! Es indispensable prohibir y erradicar, a la que Ayn Rand llamara la “palabra prohibida” en su emblemática obra Himno: YO.

El YO debe morir para felicidad de los que desean vernos convertidos en despojos humanos. Ellos requieren que te vuelvas un número, ya que no les sirve alguien que anhela un mejor estilo de vida y porvenir; ellos, los mismos que son los idóneos para ser dueños de la “verdad absoluta” –y por ende, de lo que debemos pensar–, de los medios de producción, de las armas y del dinero; ellos, que por nuestro bien, nos cortan las alas, pues eso de volar no es para nosotros. Sí, ellos… Una ralea de desquiciados que juegan a ser Dios.

Por eso ahora, arremeten con más fuerza en aplicar el ideario keynesiano. No por nada, proponen con tanta vehemencia; políticas como la renta básica universal o la impresión en masa de dinero por parte del Banco de la República, para así, poder “contener” el desastroso debacle de la economía y superar este desafortunado suceso –situación misma, que ellos provocaron–. Ellos, los grandes “gurús del emprendimiento y el mercado” que saben que es lo que más nos conviene; por eso nos tuvieron sitiados en casa durante tanto tiempo, porque ellos si entienden que, “la salud es una variable mucho más importante que la economía”.

Ellos, no contentos con el poco letal virus proveniente de la China comunista; nos quieren infectar con uno que si nos puede matar: el virus del colectivismo.

¿Qué sigue?

El virus chino va a seguir existiendo, aunque de acá en adelante, nuestra manera de relacionarnos jamás volverá a ser la misma –al menos en público–. La mal llamada pandemia pasará, y en la intimidad, podremos intentar recuperar algo de lo que eran nuestras vidas –siempre y cuando, pongamos freno a nuestros amos al menos ahí, pues ha habido casos en donde algunos de ellos, nos quieren imponer hasta cómo debemos meternos entre las sábanas–. Además, nos queda un nuevo mundo que apresuró su desprecio generalizado de la ciudadanía hacia todo lo que significa Occidente –y lo seguirá haciendo, pues el virus del colectivismo, se extiende sin reparos–, Colombia incluida.

No en vano, Jorge Mario Bergoglio, actual Papa de la Iglesia Católica, durante el primer encuentro virtual de jueces de África y América, invitó a todos los presentes a construir “la nueva justicia social”, porque según él, la tradición judeocristiana jamás ha reconocido como absoluto e intocable el derecho fundamental a la propiedad privada, subrayando además, la “siempre función social de cualquiera de sus formas”.

El derecho de propiedad es un derecho natural secundario derivado del derecho que tienen todos, nacido del destino universal de los bienes creados. No hay justicia social que pueda cimentarse en la inequidad, que supone la concentración de la riqueza”, concluyó Bergoglio, una vez finalizó su intervención en el evento mencionado.


Recomendado: Bergoglio: el Sumo Sacerdote de la agenda socialista global, por Otman Domínguez para El Bastión.


¿Habrá algo de esperanza?

Pese a todo, surge un asomo de esperanza después de la estricta y cavernaria cuarentena, al menos, en materia económica.

La economía colombiana ha entrado en fase de recuperación y la Tasa de desempleo tiende a estabilizarse conforme pasan los meses; junto con la lenta reactivación de todos sus sectores. Para octubre, su cifra fue del 14.7%, consistente con una sostenida disminución desde agosto, tras presentar en varios meses, niveles del 20%. Pero, se debe continuar alerta, pues los datos que se tienen no son suficientes ni plenamente satisfactorios. En ese camino, es mucho lo que falta por recorrer.

Filosóficamente hablando ¡Es donde radica el problema!

Si bien, Colombia necesita hacer profundos cambios estructurales, es decir, en la forma cómo funciona su modelo de nación, la ciudadanía debe replantearse completamente en la manera cómo se ve, primero que nada, a cada uno desde su ser persona, y luego, a los que lo rodean y todo lo demás. De lo contrario, preparémonos para un oscuro mundo donde el amor y la razón sean castigados con severidad; y donde desde la cuna hasta la tumba, la multitud sea únicamente “el gran nosotros” y el YO se consolide como “la palabra prohibida”.


Este artículo apareció por primera vez en el portal El Bastión.

Cristian Toro

Cafetero. Ingeniero Electrónico de la Universidad Nacional de Colombia Sede Manizales y Especialista en Gerencia de Proyectos de la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Docente de matemáticas, física y estadística.

Editor Ejecutivo (EIC) de El Bastión y Revista Vottma, miembro fundador de la Corporación PrimaEvo y del movimiento Antioquia Libre & Soberana, y columnista permanente de Al Poniente y el portal mexicano Conexiones. Afiliado al Ayn Rand Center Latin America y colaborador de organizaciones como The Bastiat Society of Argentina y México Libertario.

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