La muerte fue mi amiga

Veo cómo se pavonea la muerte y recuerdo cuando fue mi amiga. Nos sentábamos horas a hablar, o más bien, me sentaba yo, para hacerle inagotables preguntas, y ella solo me daba el tiempo como respuesta.

 

Recuerdo la primera vez que la conocí, fue cuando se llevó a papá. El silencio fue lo que nos acompañó en esa primera charla, y yo, sin entender mucho, solo me acosté en su aire a llorar.  Luego la bombardeé con cuestionamientos, ¿por qué? ¿justo ahora? ¿no podía ser en muchos años después? ¿para qué viniste si nadie te esperaba?

 

Realmente nunca la odié, solo le refuté. Era tanto mi dolor por la ausencia, que el rencor no cabía en mi cuerpo. Aquel cuerpo que con el tiempo iba a crecer y seguiría sin entender.

 

Me refugié en las letras para tratar de encontrar una respuesta, vaga idea la mía.

 

Dos años después, volvió.

La muerte en el oído me retumbó.

Esta vez se llevó a la abuela.

Al ser humano que tenía el rostro parecido a papá.

¡Ay, la abuelita se fue, y no le pude volver a peinar su

pelito blanco! No pude volver a sentir su fuerza y valentía,

su sonrisa emotiva.

 

Esta vez, la muerte me trató con más calma, con

un dolor impregnable, pero con más aire.

 

Lo único que me quedó fue tratar de sentir mi dolor,

refugiándome en él. Empecé a ir a cementerios, les hacía las mismas inagotables preguntas,

Pero me sorprendí al encontrar miles de respuestas relatadas en historias de sepulcros.

 

Mi padre y mi abuela estaban de ese lado, pero también lo hacían pequeños de 3 años, hombres del ejército, mujeres asesinadas, adolescentes que no les alcanzó la vida para probar la adultez.

 

En ese momento, me sorprendí al ver que el mundo también es un cúmulo de historias que te pierdes por naufragarte en ti y en tu dolor.

 

Fue ahí en donde la llamé amiga.

Vaya palabra tan fuerte para aquello que causó tanto dolor.

Hicimos las paces.

O bueno, las hice yo.

 

Años después volvió.

Se llevó al abuelito que me quedaba.

Aquel que solo tenía abrazos y un entendimiento profundo para darme. Me refugié en él cuando papá ya no estuvo, y ahora… ya no estaba.

 

Me lo quitó porque así es la muerte, escueta, imprevisible, y una buena maestra.

Su mayor mensaje, es la vida que nos quita, porque en cada uno de los que se lleva, hay un pedazo inmenso de nosotros. Ella tan incólume y nosotros tan heridos.

 

Ahora, aquella amiga que un tiempo estuvo lejana y que solo la veía en los hospitales; se pavonea por las ventanas, se difunde por el aire. Se los lleva por las muestras de cariño, se alimenta, con solo unas manos llenas de calor.

 

Diana Rojas

Estudiante de Comunicación Social - Periodismo y Psicología. Sigo siendo la niña pequeña que a todo le busca un ¿por qué?
Amo el café, las letras y los seres humanos.