La memoria de las heridas

Esparcía la tiza sobre el asfalto con la yema de mis dedos. Había coloreado una tercera parte de uno de los retazos que habíamos dibujado. Los últimos trozos aguamarinas se habían acabado e intentaba esparcir el color lo que más podía. El ardor en mis dedos índice y anular me hicieron sentir que estaba herido. Miré la palma de mi mano derecha llena de muchos colores revueltos. Tenía visos amarillos, verdes, azules, rosados, rojos, blancos y negros, pero todos juntos hacían que mi mano tuviera un color grisáceo que no me dejaba ver bien las heridas.

Me levanté del suelo y les dije a María y a María Paula que iría por más tiza para terminar de colorear lo que hacía falta. Habíamos dibujado un volcán lleno de retazos, del cual salían varios colibríes, o quindes, como se le conocen en Nariño, en una calle del barrio Santiago en Pasto. Celebrábamos, porque ante semejante asistencia y alegría en las calles era una celebración, el ‘Arcoiris sobre el asfalto’, un evento al que asisten las personas que quieren pintar las calles y aceras con tizas y carbones el 28 de diciembre cada año desde 1996. Al principio, me contaba María, el evento se realizaba en la calle del Colorado y luego se expandió a calles aledañas. Que primero se haya realizado en esta calle es algo bien diciente, teniendo en cuenta que su nombre viene de una tragedia que muchos pastusos recuerdan: la noche del 24 de diciembre de 1822, las tropas de Simón Bolívar entraron a Pasto y asesinaron a indígenas, mestizos y españoles, quienes habían logrado convivir en una armonía tal que no veían necesario un proceso independentista. La resistencia pastusa le disgustó a Bolívar y emprendió una campaña que terminó por asesinar a tantos guerreros en la calle del Colorado que todo se tiñó de rojo por quienes derramaron su sangre. De ahí viene su nombre. Al suceso se le conoce como la Navidad Negra.

Había llegado a la esquina pisando los mínimos espacios libres de asfalto sin pintar y pensaba en los sonidos de ese tiempo pasado y en cómo se vería el barrio aquel 24 de diciembre. Imaginaba los gritos, los disparos, el olor a plomo y pólvora, a sangre, pero mis invenciones se desdibujaban ante lo que veía mientras caminaba a reclamar las tizas: un sinnúmero de personas agachadas pintando indígenas coloridos y de grandes proporciones, jaguares enormes de cuyas fauces emergían rostros de hombres, figuras antropomorfas, mándalas y hasta varias versiones de Gokú y Bob Esponja. Los sonidos armoniosos de las quenas, zampoñas y tamboras se proyectaban desde un camión en el que se ofrecía café gratis a los participantes y desde el que de vez en cuando un hombre hablaba por un micrófono para seguir invitando a la gente a celebrar, a llenar de colores las calles.

Doblé a la izquierda, caminé a la largo de la cuadra hasta llegar a una esquina y luego bajé a la derecha para encontrar unos metros más adelante la pequeña carpa azul en la que se ofrecían las tizas. Hice la fila y esperé hasta que me entregaron dos paquetes llenos de barritas de colores. Miré mi mano derecha nuevamente. La humedad de las bolsas de tizas había removido un poco el color de mis dedos. Pude ver dos pequeñas incisiones y pensé que no eran nada comparadas con las heridas de quienes combatieron en esas calles en 1822. Soplé mis dedos tratando de quitar momentáneamente el ardor y miré un enorme dibujo que llamó mi atención y la de los muchos que estaban alrededor de él: una figura calva tomaba con sus manos su rostro desfigurado por un grito de dolor. Debajo de ella, un campesino con semblante triste. Frente a ambos, un apacible «Libertador». En medio de todos, una leyenda: «Bolívar, un sueño erróneo».

Felipe Lozano

Felipe Lozano es comunicador social de la Pontificia Universidad Javeriana, especializado en producción radiofónica. Durante catorce años de carrera, se ha desempeñado como presentador, locutor, periodista, asesor de comunicaciones, docente universitario, conferencista y tallerista. Ha trabajado en medios de comunicación como Radio Nacional de Colombia, Javeriana Estéreo, HJCK, la Súper Estación y El Tiempo. Estuvo vinculado al desarrollo de objetos virtuales de aprendizaje en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD) y trabajó en entidades como la Orquesta Filarmónica de Bogotá, el Museo Nacional de Colombia y el Programa Fortalecimiento de Museos. Ha sido ganador de las convocatorias de cuento corto '66 días de dibujos' y Microcuento.es. Actualmente, es el director de la Casa Museo Alfonso López Pumarejo en Honda (Tolima).