La impensada: la muerte global

“En algún apartado rincón del universo diseminado en innumerables sistemas solares llameantes, hubo en tiempos una estrella, donde astutos animales inventaron el conocimiento. Fue ése el más altivo y engañoso minuto de la “historia universal”: y, sin embargo, no fue más que un minuto. Después de pocos resuellos de la naturaleza, helose la estrella y los animales astutos hubieron de morir”*.

Quizá un ser humano bien equilibrado sobrelleva con bastante sensatez la angustia por la muerte.

Respecto de la conciencia sobre la muerte, a grandes rasgos podemos decir, que hay unos que poseen representaciones religiosas y éstas les proporcionan una inmensa tranquilidad, al fin y al cabo, estas personas -que son la mayoría- están subyugadas a los designios de una divinidad que decide su destino. Los que son ateos, sea por el cultivo de la ciencia o sea por el cultivo de la filosofía, suprimen de sus vidas las ilusiones y viven entrenándose para comprender la fragilidad del mundo y sus cosas. Y hay otros que no son ateos, pero tampoco completamente religiosos, que nunca piensan en la muerte, salvo en el caso que la muerte de un ser querido los sorprenda o sean sometidos a un susto que los sacuda momentáneamente de su plácido desinterés por el fin, pero en todo caso, sin estos sucesos, estos últimos van soberbiamente por el mundo sin preocuparse por algo que les pueda pasar.

Indudablemente los más neuróticos son los que viven más atormentados por la idea de la muerte individual o global; otros, menos enfermos y por lo tanto menos interesantes, van desfachatadamente por la vida, sin atormentarse por nada, sin pensar en la muerte, ni en nada que esté más allá de sus propios deseos. (Valga aclarar que a estos últimos no hay nada que reprochar y quizá mucho que envidiar)

Sea lo que sea, el ser humano muchas veces pierde de vista, que el mundo es el enigma por excelencia.

Los que creen en que todo fue obra y creación de un dios quizá no se desvelen pensando en cómo surgió el universo, o mucho menos se atormenten pensando por qué el sistema solar permanece aparentemente en un mismo estado de cosas donde todo sigue igual para beneficio de la vida en este planeta. A ellos, les basta pensar que así lo quiso y dispuso su dios.

Pero, los que superamos la ilusión religiosa, estamos expuestos a una de la más sorprendentes incógnitas, ¿cómo y de dónde surgió el universo? Y más grave aún, ¿hasta dónde se prolongará este estado de cosas? Se sabe por la ciencia, que el sol es una estrella que en algún momento tendrá su fin, todos nos consolamos porque las cuentas muestran que falta mucho para ello. Pero aún así, queda la cuestión, ¿Y si el sol deja de estar como está? ¿Si tiene una implosión, o explosión, si se transforma así sea un poquito y eso cambie las condiciones de la vida de este planeta? ¿Si por alguna circunstancia las leyes de la gravedad, la gravitación de los planetas alrededor del sol se modifica así sea un tantico? ¿Carajo, si a la larga estamos dando vueltas flotando y no sabemos dónde? ¿De dónde se sostiene la tierra?

Quizá el desprevenido lector de estas letras, acuse con justa razón al autor de neurótico y de ocioso por estar prolongando tales angustias en lugar de ponerse a trabajar.

Sin ánimos de hacer un discurso moralizante, discursos moralizantes que sabemos de nada han servido y mucho que sí han estorbado. Sin ánimos pues de imponer  moralejas, el autor de estas palabras pregunta:

¿No sería un poco sensato recordar la fragilidad de la vida y sus misterios para apaciguar nuestros inmensos egocentrismos, nuestros juegos de guerras, nuestras prepotencias de toda índole, ya sea en personas ya sea en instituciones, multinacionales o Estados, todas instituciones o personalidades altaneras que se creen imperecederas? ¿No será importante recordar a la impensada muerte global para estar más cuidadosos de tantos disparates y estar menos arrogantes en nuestro efímero paso por la tierra? ¿Sin creer que la vida es un simple escenario para la ambición de mercancías y cosas? ¿Sea un milagro de un creador o sea un azar de los azares, no será que es importante asumir que el hecho de estar vivos es una condición que no podemos seguir llevando con tanta prepotencia y con tanto desdén?

Quizá, quizá, quizá.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-a-mia.xx.fbcdn.net/hphotos-ash2/t1.0-9/31774_102838173096686_2341246_n.jpg[/author_image] [author_info]Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia, fundador de la Escuela Zaratustra, autor de los libros «1815: Bolívar le escribe a Suramérica», «Tras los espíritus libres» y «Andanzas y Escrituras». Actualmente reside en Venezuela donde viajó a comprender en profundidad la Revolución Bolivariana. Leer sus columnas [/author_info] [/author]

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